Betancourt vs. Chávez
En una de las pocas observaciones interesantes que hiciera Hugo Chávez (1954) en la campaña presidencial de 2012, dijo que le hubiese gustado debatir con Rómulo Betancourt (1908-1981).En realidad, lo que Chávez hacía entonces era evadir el debate con el candidato Henrique Capriles Radonski (1972), mediante el viejo truco de la descalificación, mientras añoraba el imposible encuentro dialéctico con el fundador de la democracia venezolana, de quien este viernes 22 de febrero se celebra el aniversario 105º de su natalicio.
No pudo Chávez enfrentarse en la televisión y/o la radio con Betancourt pero sí, ahora, después de catorce años de gobierno chaviano, se puede comparar el desempeño de ambos como políticos y gobernantes, teniendo en consideración las circunstancias de cada uno.
En primer lugar, habría que hablar de la formación intelectual. Betancourt, quien no pudo culminar sus estudios de Derecho en la UCV (a pesar de haberse destacado en el primer año de la carrera con notas sobresalientes), fue toda su vida un insigne estudiante de los problemas nacionales. Tanto, que -para su tiempo- llegó a ser uno de los más destacados conocedores de la economía venezolana y el mayor experto en la materia petrolera en cuanto a su historia y a la participación fiscal del Estado en su explotación. El mismo Juan Pablo Pérez Alfonzo (1903-1979), fundador de la OPEP, reconoció siempre la tutoría de Rómulo Betancourt en su actuación y su conocimiento de la actividad petrolera, desde la temprana fecha de 1943 cuando AD salvó su voto en el Parlamento al discutirse la reforma del régimen petrolero propuesta por el gobierno medinista.
Allí están sus libros (La primera parte de “Venezuela. Política y Petróleo” continúa siendo fundamental para la historiografía petrolera nacional) y los centenares de artículos que publicara para abordar muy diversos aspectos de la realidad nacional. Fue Betancourt un hombre de una inconmensurable inquietud intelectual, con muy diversos intereses, que su faceta de intelectual público, por sí sola, bastaría para ocupar un lugar central en nuestra historia republicana.
De Hugo Chávez, quien de mediocre estudiante de Bachillerato (no se pudo graduar normalmente al ser aplazado en dos materias) entrara de manera irregular en la Academia Militar para obtener el título (aquí sí en el tiempo previsto) de Licenciado en Artes Militares, no se conoce obra escrita más allá que una monografía escolar sobre la bandera nacional y algunos artículos de prensa que le publicara el semanario La Razón en los años de 1990. En el campo de la oratoria es donde ha destacado. De ello, quedará su verborrea pirotécnica: sus encendidos discursos demagógicos que por mucho tiempo lograron el objetivo de manipular a los más incautos y mover el resentimiento de algunos ilustrados.
Rómulo Betancourt, una vez concluida su etapa garibaldista (que buscaba el mero “putch” para desalojar del poder a la dictadura gomecista), tuvo la claridad de fundar un partido político moderno que con un programa nacionalista, hecho por venezolanos, alejado del trasplante acrítico de corrientes ideológicas foráneas (incluido el marxismo), se organizara en todo el país (una casa del Partido en cada pueblo, en cada municipio) para encausar y representar los intereses de las clases sociales más desfavorecidas pero permitiendo el concurso de individualidades y grupos intelectuales, profesionales y empresariales que estuvieran de acuerdo con la modernización y la democratización del país.
Por el contrario, Hugo Chávez siempre tuvo en mente la formación de un grupo donde su persona fuera el centro de todo para él llegar al poder. El cómo y el para qué eran muy secundarios. En un comienzo, en la conspiración que culmina en el chambón golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, no estaba claro el liderazgo de Chávez. Pero, después, ante el furor mediático y político que produjo su figura, gracias a la magia de la TV, y a la ayuda no tan desinteresada de gran parte de los medios privados (prensa escrita, radio y TV) vino su encumbramiento en la opinión nacional y la transformación de su palabra en discurso sagrado y mágico para el proto-partido que dirigía
Betancourt siempre se preocupó (y se ocupó) por crear un partido donde su voz no fuese la única, donde su palabra fuese discutida (de hecho, fue derrotado en muy importantes ocasiones del debate interno); mientras Chávez quiso tener un grupo obediente, que respondiera a sus órdenes, en un todo de acuerdo con la lógica militar. Como muestra, se puede ver cualquier video de los latosos consejos de ministros transmitidos en cadena de radio y TV, donde se puede constatar que la única voz es la de Chávez quien siempre decidía y ordenaba, mientras unos mustios ministros callan o cuando les dan una “palomita” repiten informaciones intrascendentes (siempre solicitadas por el jefe) o, descaradamente, aprovechan para adularlo.
¿Y del proyecto político qué? Betancourt buscó, y en parte lo logró, sembrar instituciones democráticas que garantizaran el ejercicio de los derechos humanos en Venezuela y en toda América Latina. Pensaba que la democracia era el mejor método, no sólo para respetar los derechos civiles de todos y permitir la alternancia en el ejercicio del poder, sino que era el único que podía garantizar el gran objetivo del desarrollo económico que de esta manera podría ir eliminando las desigualdades y apuntar hacia la prosperidad y la equidad.
Betancourt, según el consenso de los historiadores más connotados del área, fue la personalidad democrática latinoamericana más importante en la primera mitad del siglo XX. Su política de no reconocimiento a las dictaduras militares y, en consecuencia, la decisión de no mantener relaciones diplomáticas con esos regímenes sería impensable en los actuales momentos. Hoy en día, América Latina no se mueve por principios. Son los intereses comerciales y financieros en unión contradictoria con el discurso bobo antiyanqui los que mandan en la región. (Como muestra de esto, tenemos el discurso cantinflérico del secretario general de la OEA, siempre presto a disimular las verrugas de los nuevos autócratas). Aquel cordón sanitario que deseaba Betancourt, para aislar a las dictaduras de aquellos años, hoy no se podría ni siquiera iniciar porque ahora las autocracias son legitimadas por condiciones electorales no equitativas e instituciones vaciadas de contenido democrático (Argentina, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y, por supuesto, Venezuela).
Hugo Chávez ha desunido al país hasta la intimidad de las familias. Ha impuesto un discurso de odio que han comprado sectores que en verdad son minoritarios, pero que no deja de ser un peligro. En cualquier momento, esta siembra de odio por parte de Chávez podría hacer incrementar la ya intolerable violencia cotidiana que cobra al año más muertos que muchos conflictos de baja intensidad en el mundo como, por ejemplo, la guerra en Colombia
Chávez y su nefasta política económica destruyeron un porcentaje escalofriante de la industria y la agricultura nacionales. Ha implementado -hasta casi la perfección- el estatismo rentista que importa de todo con la chequera petrolera, incluyendo rubros que hasta ayer producíamos en abundancia; café, caraotas, maíz, arroz, aceite comestible, pollo, carnes rojas, gasolina, etc. El chavismo ha promovido la desnacionalización de nuestra economía al traer empresas extranjeras para que dirijan sectores que siempre estuvieron en manos venezolanas como son la electricidad, los puertos y la construcción. Hay otros como el sector petrolero que, nacionalizado por el partido de Betancourt en 1976, ahora, gracias al entreguismo ideologizado de Chávez y sus asesores, ha vuelto a ser dirigido -en parte- por empresas transnacionales.
En América Latina, más allá del discurso demagógico anti-gringo que aplauden los de pensamiento básico y llenos de resentimiento, Chávez es un incordio. Ha sido promotor de las peores acciones. Ha intervenido en países modestos como Honduras, República Dominicana y Paraguay, cuando no han seguido sus deseos. Mediante el canal TeleSur, financiado casi en su totalidad con el dinero de los venezolanos, sirve de altavoz para todas las oposiciones antidemocráticas de la región que buscan copiar -en mayor o menor medida- el sistema de dictadura mediática y farsa democrática que Chávez impuso en Venezuela. También ha repartido alegremente la chequera de petrodólares para comprar voluntades y votos en los organismos multilaterales, con fortuna desigual: muchos agarran el cheque pero después no cumplen los compromisos.
El partido de Rómulo Betancourt, Acción Democrática, tiene como lema: “Por una Venezuela libre y de los venezolanos”. Hoy, después de catorce años del chavismo en el poder se puede afirmar, sin ningún riesgo a caer en la exageración, que Venezuela ha sido entregada por Chávez y los suyos a la dictadura comunista de los hermanos Fidel y Raúl Castro. Es el primer caso en la historia mundial que un país más grande, que vive una bonanza de su principal producto de exportación, es manejado, por razones ideológicas y frustraciones psicológicas de sus dirigentes principales, a un país mucho más pequeño, que vive en la miseria económica y moral y la mentira política.
Otra cosa: Rómulo Betancourt no hubiera evadido el debate con un adversario. Nunca lo hizo. Al contrario, siempre lo buscó. Era un demócrata integral que creía en la necesidad del contraste de las ideas para así encontrar el mejor rumbo para Venezuela y América Latina. Su pensamiento y su acción viven en las mentes y los corazones de cada venezolano que quiere a su Patria y que lucha y luchará por devolverle la dignidad.