Opinión Nacional

Los cuatro hombres que quebraron al mundo

Un elemento fascinante de este libro es el modo en que traza paralelos con el actual desarreglo de las finanzas mundiales. El lector se estremece al topar en sus páginas con esta cita de Lord Keynes: “Nos hallamos en un colosal atolladero luego de fallar en controlar una máquina delicada cuyo mecanismo, sencillamente, no comprendemos”.

Durante un cuarto de siglo, Liaquat Ahamed ha sido administrador de inversiones. Graduado en Economia por Harvard y Cambridge, trabajó por un tiempo para el Banco Mundial y actualmente ocupa un cago de relive en la Brookings Institution. Poniendo a salvo su currículo, hay que añadir que Ahamed es un consumado historiador económico, dueño de una prosa narrativa cautivante y de una erudición sobrecogedroa, que en 2010 le valieron el premio Pulitzer con su libro “Los Señores de las Finanzas: Cuatro Hombres que Arruinaron al Mundo” ( Deusto S.A. Ediciones, 2010)[*]

Un dia de 1999, Ahamed vio en la portada de la revista Time la foto de Alan Greenspan (por entonces “chairman” de la Reserva Federal estadounidense) junto a la de Robert Rubin (el Secretario del Tesoro de entonces)y otra de Lawrence Summers (ex rector de Harvard y, en aquel tiempo, sub –secretario del Tesoro). Ahamed cuenta en una entrevista que el título de aquella edición le dio mucho en qué pensar. El título era: “El comité que salvará al mundo”.En aquel preciso momento germinó lo que, luego de casi una década de investigación, sería este libro que releí en los días finales del año pasado y que hoy recomiendo con entusiasmo.

La portada de Time hizo recordar a Ahamad que hubo en los años veinte del siglo pasado, un gruop selecto de hombres que encarnaban a los ojos de la prensa y del público la misma dimensión mítica de salvadores del mundo al borde de un colapso global.

“Señores de las finanzas” se concentra en las figuras de cuatro hombres cuyas decisiones, tomadas en el temprano período de entreguerras, dieron forma a la “tormenta perfecta” que el fue el crack del 29. Eran nada menos que los presidentes o directores ejecutivos de la Reserva Federal ( Benjamin StronG), del Banco de Inglaterra ( Sir Montagu Norman), la Banque de France (Émile Moreau) y el Banco Central de Alemania ( Hjalmar Shacht).

Se trata de un relato histórico, hecho desde una muy abarcadora perspectiva y narrado con un aliento narrativo sumamente poderoso. Ahamed logra trasmutar la historia económica del período más trepidante del capitalismo moderno en el retrato mental y moral de cuatro personalidades, cuatro banqueros de élite que afrontaron el reto de reconstruir la economía mundial luego de la catástrofe que significó la Primera Guerra Mundial.

Cada uno de ellos fue una personalidad vigorosa traspasada por un humano registro de fortalezas y debilidades, de perspicacia, intuición y exentricidad. Puesto que el libro se ocupa del cómo fueron tomadas decisiones que a la postre resultan cruciales para reconstruir históricamente el período, el autor da en el clavo al escoger esos cuatro personajes como “locomotoras” del relato.

Ahamed logra darles vida de un modo tal que Strong, por ejemplo, ya deja de ser un asterisco y un nombre al pie de página y podemos ver en él al americanote de temperamento dominante. Schacht es el laborioso, callado y arrogante alemán, muy pagado de su brillantez; Moreau y Norman son dos europeos conservadores y maliciosos de todos los demás. Strong y Norman llegaron a ser grandes amigos y su correspondencia, comentada por Ahamed, nos devuelve vívidamente un rasgo de aquellos tiempos: la perplejidad teórica acerca de qué era lo que realmente pasaba con la economía mundial y su más lancinante pregunta: ¿era posible en 1920 detener la marcha hacia el abismo?

Aquellos “banqueros del mundo” eran prisioneros de la ortodoxia económica de sus tiempos: los paralizaba la firme creencia en el patrón oro. Hoy sabemos a lo que condujo tan desacertada obstinación. ¿No serán los actuales responsables de manejar la crisis global igualmente prisioneros de sabibudrías convencionales y de una ortodoxia inactual, ambas rebasadas por la gravedad de lo que ocurre en la zona del euro, por ejemplo?

Los años que siguieron a la Gran Guerra y a la Conferencia de París deparan al estudioso sugestivas similitudes con el momento actual. Una de ellas es que, a pesar de lo graves que se tornan las cosas día a día; a pesar de los sorpresivos vaivenes de los “índices macro”, prevalecía en todos los interesados la certeza de que todavía no se llegaba al orilla del precipicio, que todavía existía una posibilidad y se contaba con tiempo suficente de aprovecharla antes de detenerse al borde del abismo. Con jugadas acertadas por parte de la banca mundial y un poco de suerte ― se pensaba ― todo volvería al cauce anterior a 1914.

Ahora, a comienzos de 2012, ¿realmente comprenden los superhéroes dinfancieros del momento el a veces desconcertante mecanismo de la “delicada máquina” mejor que sus antecesores de hace ochenta años?

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