¿José Damián Ramírez Labrador al Panteón?
Uno de los aspectos más representativos de la sistemática demolición del país, que ha venido realizando la franquicia del castrismo desde 1999, junto con la destrucción de la Economía, la Institucionalidad, la Convivencia, tres importantes elementos en los cuales habíamos logrado innegables avances (elección directa de Gobernadores y Alcaldes, permeabilidad social que gradualmente reducía el número de los pobres mientras se incorporaban a la clase media, a través de la creciente escolarización -desde Primaria a Universitaria- y la generación de empleos en ambas esferas, la pública y la privada), es la descarada Adulteración de nuestra Historia, magnificando la leyenda negra que inventa “un perfecto edén aborigen, paraíso donde los nativos americanos vivían en absoluta armonía e igualdad, amándose los unos a los otros, interrumpido por el cúmulo de aberraciones impuestas por los europeos a partir de 1492, lo que incluye el imperialista idioma Castellano, y las imperialistas culturas ibéricas, inglesas, francesas, holandesas”, que junto con los aportes africanos, produjeron este resultado sincrético que hoy somos, en este continente, realidad mestiza que los redentores comunistas se empeñan en pulverizar para devolvernos al remoto pasado precolombino que ellos añoran, donde todos hablaremos aymará, nos dedicaremos al trueque, vestidos con guayuco, con su imprescindible añadido moderno-revolucionario, el bolsillito para el carnet de la paaaatriaaa.
La cosmovisión sucialista del siglo 21 tiene su religión y sus altares, absolutamente excluyentes respecto de quienes no hayan mantenido ininterrumpida su militancia en la ortodoxia ya fósil del marxismo-leninismo-narcisismo más rancio y rígido, inmune a caídas de Muro berlinés, colapso de la URSS, reincorporación del sistema capitalista en China y en Vietnám, y sucesivas derrotas de los focos guerrilleros promovidos desde la terca y parasitaria Cuba, el cangrejo del continente americano, porque mientras los demás países avanzan, la isla cárcel se estanca o retrocede. La religión comunista tiene su santísima Trinidad, conformada por Marx-Lenin-Stalin, dos vagos ebrios de sus absurdas teorías, y un genocida inescrupuloso que acomodó esas teorías para eternizarse en el poder eliminando a todos sus opositores. También tiene sus profetas, menores y modestos, como los que jefaturaron el Kremlin de Jrushov a Chernenko pasando por Brezhnev y Andropov, hasta que apareció Gorbachov (con la estaca y la cruz para los vampiros más ortodoxos, el Glassnot y la Perestroika, dos propuestas que -todavía hoy- le provocan molestas y preocupantes taquicardias a los ñángaras del mundo entero, incapaces de entender lo que significaron el fuego, la rueda y las libertades para la Humanidad desde que nuestros ancestros optaron por caminar erguidos y usar la sesera). El profeta Fidel, que no dijo ni pío cuando la URSS sofocó con tanques el libre albedrío de Hungría en 1956 y de Checoeslovaquia en 1968, fundó su iglesia tropical y violenta, que tuvo una alta feligresía con todas las variantes de buenos salvajes con pretensiones de ser buenos revolucionarios, que apenas tropiezan con alguna buena cantidad de dinero ajeno elaboran una buena justificación y la expropian para invertirla en su desarrollo muy personal, aunque siempre señalan al pueblo como destinatario de sus esfuerzos y sacrificios. A fuerza de dádivas con dólares y petróleo que repartía entre sus colegas y socios del Foro de Sao Paulo, el Lutero de Sabaneta reactivó las nostalgias por las falacias soviéticas y maoístas, hasta que se le vieron las costuras y también le dio por morirse, con bis incluido (premier en La Habana, diciembre 2012, segundo rigor mortis en Caracas, marzo 2013). Tan hablachento que fue y jamás contó que lo metieron a las FFAA como parte del Plan B del criminal del Caribe, ante la contundente paliza recibida por las guerrillas rurales y urbanas del Plan A que Fidel ordenó implementar, desde que Rómulo Betancourt le hiciera la puñeta en enero del 59, cuando inició el “caballo” de Birán su patética carrera como pedigüeño crónico.
El más reciente show en la parafernalia del castrochavismo para suplantar la realidad con su versión mocha y mitómana de la historia contemporánea, manipuló la figura de un buen hombre, Fabricio Ojeda, periodista trujillano y uerredista, otra víctima de la epidemia que omnubiló a muchos con el delirio inmediatista generado por la imagen, convenientemente maquillada con retoques de heroísmo y compromiso con la “genuina Democracia”, porque la naciente gestión -tras el yugo militar perezjimenista- no era suficientemente irreverente, ni producía los resultados express que ellos imaginaban en las arbitrariedades que cometía el barbudo de la Sierra Maestra ya instalado en La Habana, con su espejismo de antiimperialismo artificial y selectivo (no le gustaba el de EEUU, pero se puso en 4 ante los soviéticos). Fabricio fue separado de su esposa, en el cementerio general del sur de Caracas, para darle domicilio en el Panteón Nacional, por disposición y conveniencia de los energúmenos en el poder, quienes a falta de épicas propias (nunca las han tenido esos lamentables tirapiedras), usurpan las épicas reales o fantasiosas- de quienes no pueden rechazar tal deshonor. Ciertamente, ni Bolívar ni Fabricio pueden negarse a ser utilizados por estos advenedizos autodenominados “patriotas y revolucionarios”, como tampoco rechazarían los inmerecidos honores personajes de pésima calaña, como Cipriano Castro, ilustre putañero, o Zamora -a quien atribuyen vicios de pedófilo, y comerciante de encomendados indígenas y esclavos africanos-, dos sujetos que deberían ser trasladados al patio de alguna penitenciaría, por sus respectivos prontuarios.
Digna de admiración la respuesta del hijo de Fabricio Ojeda, ante el proselitista secuestro de la memoria y los restos de su padre;
«El 23 de enero se cumplen 58 años de la caída de la dictadura perezjimenista, violadora de los derechos humanos, por cuyo derrocamiento mi padre arriesgó su vida. Es curioso -o al menos hipócrita- que se elija esta fecha para el traslado hacia el Panteón, por un régimen cuyo “líder eterno” no solo mostró pública admiración hacia Marcos Pérez Jiménez y su modo de mandar, sino además le pidió personalmente consejos en Madrid. Es irónico que organice el acto, el mismo gobierno antidemocrático que ha secuestrado a los poderes públicos, eliminado la soberanía popular -al desconocer a la Asamblea Nacional electa por voto directo y secreto en diciembre de 2015- y le ha arrebatado al pueblo el derecho que le otorga la Constitución de revocar a sus gobernantes. El mismo gobierno que persigue y encarcela opositores, que reprime violentamente protestas callejeras, y sus cuerpos de seguridad cometen ejecuciones extrajudiciales. El mismo cuyos principales líderes aseguran que en Venezuela ya no habrá más elecciones, pues ellos se quedarán para siempre, así el pueblo pase penurias y no los quiera.
Yo, que tengo sus genes y conozco su historia, no creo que si estuviera vivo mi padre apoyaría a un gobierno como este, pero con el traslado de sus restos al Panteón se pretende afirmar lo contrario. Homenajes así, en vez de enaltecer, mancillan”.
Fabricio Ojeda formó parte de la dirigencia opositora que coordinó las acciones para derrocar a la anterior dictadura militar, y luego se unió a la guerrilla para subvertir la Democracia que apenas gateaba en Venezuela, en aras del proyecto totalitario y anacrónico de Fidel. También Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Américo Martín, Douglas Bravo, Simón Sáez Mérida, Domingo Alberto Rangel, ostentan ese mismo palmarés, se fajaron contra la anterior dictadura militar, y fueron insurrectos que por la vía armada buscaron destruir a la naciente Democracia en los años 60. ¿Por qué no son homenajeados por la secta militar-civil castrochavista? La razón es sencilla y evidencia el sectarismo y la mediocridad de quienes elaboran esa agenda tan goebbeliana y adulteran la verdad, negándole sus méritos reales a quienes sí protagonizaron -para bien y para mal- episodios de la contemporaneidad, para arrogarse méritos de pacotilla y quedar como los galanes de la película. Pompeyo, Teodoro, Américo, Douglas, Simón y Domingo, así como se enfrentaron a la tiranía militar represiva y ladrona de Pérez Jiménez y sus cómplices, se hundieron en las arenas movedizas de la subversión armada que -injustificada e impulsivamente- le sumó más dificultades a la complicada tarea de fundar la Democracia en Venezuela; Con las arcas vacías, dependiendo del rentismo petrolero, con la experticia en manos de empresas extranjeras, necesitando diversificar la Economía, mientras se combatía en dos frentes, el de los tradicionales golpistas, rezagados del perezjimenismo y la derecha tradicional, y el de los lacayos de la URSS y de su vecina sucursal en Cuba, buscando imponer por la vía de las armas y el foquismo, el colectivismo que hizo implosión a partir de los 80 en China y Vietnám, y de los 90 en la URSS y sus países satélites. Pero los que insurgieron, con sobrada razón y valentía en los 50, con demasiada impaciencia y confusión en los 60, no se tragaron el burro con sudadero del “socialismo del siglo 21” que ofrecía Chávez, lo rechazaron y describieron en toda su hipocresía e incoherencia ideológica e histórica. Al contrario de lo que hicieron Elías Jaua, Nicolás Maduro, Blanca Eekhout, la ultraizquierda de los 90 que se negó a participar en el golpe del 4F, pero hicieron a un lado los principios anti-militaristas y se subieron a la carroza del oportunismo, que les ha permitido disfrutar de privilegios y su cuota de mezquina revancha, por la victimización que ellos mismos se inventaron. Coincidimos con el hijo de Fabricio, en que el sencillo trujillano que pernoctaba en la casa central de URD en San Martín, no habría respaldado esta barbarie castrochavista, y me atrevo a pensar que Argimiro Gabaldón, otro buen hombre -equivocado en los 60-, habría repudiado a este régimen militar.
En especial, Fabricio y Argimiro, Simón y Domingo, los fallecidos, como los que siguen vivos y esforzándose por desnudar la estafa de esta secta militar vinculada a los peores negociados y atrocidades contra los derechos humanos, todo en nombre del “socialismo”, habrían repudiado la obvia manipulación que han hecho los chavistas de la imagen y obra del Libertador, perversión que han extendido a Alí Primera y Fabricio Ojeda, utilizándolos con fines proselitistas sin el menor pudor.
José Damián Ramírez Labrador fue una de las más conspicuas víctimas de la prepotencia de quienes pretendieron someter al país al yugo totalitario mediante acciones cobardes y terroristas. Fue Profesor en la Normal Miguel Antonio Caro y en el Liceo nocturno Juan Vicente González, que funcionaba en la sede del Liceo diurno Andrés Bello, al lado del Parque Carabobo, en Caracas. Se encontraba cumpliendo su labor docente en un aula con sus alumnos, y fue vilmente asesinado por un bravucón escudado en sus estúpidas consignas reverenciadoras de “la violencia como partera de la Historia”. Ramírez Labrador representa a las innumerables víctimas inocentes de aquella tormenta de odios y prepotencia que cundió por toda Venezuela, para complacer los delirios de grandeza del gran bufón del Caribe, eterno resentido a causa de la lenta pero eficiente evolución de la Democracia venezolana. El Maestro Ramírez Labrador tiene muchos más méritos para acompañar a Simón Bolívar en el Panteón, que el cabito Cipriano y el negrero y aberrado Zamora, y sería un permanente recordatorio de los excesos cometidos por esta izquierda borbónica, que ni olvida ni aprende, y se empeña en seguir cometiendo las atrocidades que todas las veces desembocaron en crimen y fracaso.