Opinión Nacional

Liturgias de Estado

 Las crónicas alrededor de ellos y sus momias nos muestran la futilidad depreservar cuerpos sin vida de seres que marcaron historia y que ahora inmóviles, son condenados aobservar la destrucción de su obra y la deshonra de su recuerdo.

Al morir Lenin en 1924, su cuerpo fue embalsamado para que millones de trabajadores despidiesen al»líder del proletariado mundial». Desde entonces yace en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, visitadosólo por nostálgicos del Soviet, despojado de todo culto. Según Gabriel García Márquez, el cuerpo parece cortado por la cintura bajo las sábanas de la urna, rindiéndose homenaje (si así fuese) a una mitad dehéroe.

Con la de Lenin compartió alcoba la momia del «padrecito» Stalin, fallecido el 5 de marzo (¡vayacoincidencia!) de 1953, hasta que Kruschev en 1961 ordenó la «desestalinización» del aparato estatalsoviético, enterrando la momia en las murallas del Kremlin, hasta su deterioro final.

Georgi Dimitrov, tirano de Bulgaria, también fue embalsamado para eterna contemplación de su pueblo. La caída del Muro de Berlín hizo que el nuevo gobierno lo sepultara, sólo para que las turbas enardecidas lo exhumaran, cremaran los restos y sepultaran de nuevo las cenizas, por si acaso.

Según el médico de Mao Zedong, Li Zhisui, los 16 litros de formol con que se inyectaría el cadáver del líder fueron aumentados a 22, en exceso de celo.

Como resultado, la cara de Mao se hinchó, rezumando formol por los poros, mientras las orejas asomaron en ángulo recto. Hoy Mao reposa en Tian’anmen (Puerta de la Paz Celestial), plaza en la que en 1989 su sucesor Deng Xiaoping aplastó con cientos de muertos una revuelta libertaria. La momia, incapaz de protesta, ve ahora cómo su obra se ha hecho trizas, en una China brutalmente capitalista, donde lo único que sobrevive de su régimen es el absoluto control político de la sociedad, ajeno a cualquier derecho civil.

Caso aparte es el de la momia viajera de Eva Perón, cuya macabra odisea antes de ser finalmente enterrada a 8 metros de profundidad en una cápsula blindada de acero, ha sido narrada por Tomás E.

Martínez en su novela Santa Evita.

Razón tiene el Gabo: «estas cosas son posibles por la mala costumbre de conservar cadáveres para seradorados por la muchedumbre. Nada se parece menos a la imagen que se tiene de un hombre o una mujer memorables que sus desperdicios mortales arreglados como para una fiesta funeraria».

P.S.: Henrique Capriles Radonski ha aceptado ser candidato de la oposición democrática para la elección presidencial del 14A. Esta vez el adversario no es Chávez sino Maduro, el devaluador de la moneda (46%), responsable por el mayor empobrecimiento de todos. De nuevo en el camino, con esperanza y voluntad por un mejor país.

 

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