Opinión Nacional

La confesión de Eladio Aponte Aponte

Con profundo dolor y sentimientos encontrados, oí las declaraciones del exmagistrado Eladio Aponte Aponte, vi sus expresiones y me hice parte de sus comentarios.

Me sentí desconcertado y sorprendido como puede estarlo quien es obligado a presenciar la confesión de un hombre que tuvo en sus manos el sacrosanto deber de administrar justicia y cuya credibilidad no era cuestionada oficialmente.

Aponte descubrió ante las cámaras el horror y la cara fea y repugnante de un poder judicial marginal, arrinconado, aterrorizado, manipulado y sometido a los mandatos de otros poderes; el declarante puso el dedo en la llaga de un sistema de justicia que no responde al sencillo y elemental propósito de dar a cada quien lo que le corresponde; le envió un mensaje a quienes se desempeñan como jueces y se doblegan ante las instrucciones de quienes tienen el poder y se empeñan en torcer la justicia.

Sería muy lamentable que la confesión de Aponte se desvíe por los caminos verdes de la diatriba política y traiga como consecuencia un nuevo enfrentamiento entre opositores y gobierno, señalando de nuevo al imperio para acusarlo como responsable, por la utilización de un exjuez de la república para atacar la institucionalidad.

La declaración de Aponte Aponte, independientemente de otras consideraciones, nos coloca ante un hombre que, habiendo sido escogido como victimario y como juez, ha terminado siendo víctima de su propia tragedia.

Su testimonio parece sincero, a la vez que ingenuo y patético. No se empeñó en medir sus palabras, ni en defenderse por el comportamiento asumido. No se lavó las manos como Pilatos, sino que admitió su culpa y su responsabilidad expresando su disposición a pagar por las gravísimas injusticias cometidas.

Sus revelaciones, por lo demás, son desconcertantes para la población y dejan sin aliento a quienes se encuentran expiando culpas que no son propias.

Lo expresado por el exmagistrado, que tuvo en sus manos la última decisión en casos trascendentes que tienen tras las rejas a no pocos venezolanos, cuya prisión fue decretada en instancias políticas, tiene que tener conmovida a toda la colectividad.

Los comisarios y policías del 11-A, José Sánchez «Mazuco» y la juez Afiuni, para citar tan solo tres víctimas en manos de la injusticia penal venezolana, no pueden asimilar la confesión de Aponte y sus familiares no podrán entender que el sistema los haya escogido como chivos expiatorios, padeciendo penas crueles e infamantes.

Las imágenes y revelaciones de quien estuviera en la cúspide del poder judicial penal deben convertirse en una advertencia dirigida a los jueces de la República, hoy amedrentados y aterrorizados por el mensaje y el rostro sufriente de la juez Afiuni.

Por lo demás, en este doloroso trance, deberíamos recordar a quien esté libre de pecado que lance la primera piedra contra Aponte, ya que hemos llegado a esta dramática situación por el abandono del sistema judicial y por no habernos atrevido a dar el paso fundamental de sentar las bases de un poder autónomo e independiente que se constituya en verdadero árbitro de los conflictos ciudadanos.

 

 

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