Año nuevo sin Marujita
Esta nota normalmente estaría dedicada a hacer algún ejercicio para visualizar el complicado año que se inicia, repleto de esperanzas y posibilidades infinitas de ponerle punto final a la tragicomedia que sufrimos los venezolanos. Pero, sería ingenuo no visualizar los peligros y graves riesgos que pudieran obligarnos a asumir la confrontación que se avecina en los términos que asoma sin pudor el régimen. El vende patria no mejora. Empuja al país hacia peor sin escrúpulos políticos, ni éticos.
Habrá tiempo para profundizar en el análisis. Hoy escribimos con el corazón en la mano y con una mezcla extraña de tristeza y de alegría infinita. El último día de 2011 dejó de existir, a los 90 años de edad, Marujita. Doña Maruja Roncajolo de Espinosa era la mamá de mi esposa Cuchy, es decir, mi suegra, madre de cuatro hijos más, de un montón de nietos y ayer concluíamos en que llegó a tener cuarenta bisnietos.
Junto a su esposo, el doctor Tulio Espinosa Unda ya fallecido, supieron levantar una admirable y respetada familia a la que tengo el honor de pertenecer desde hace bastante más de cuarenta años y de haberle aportado, junto a Cuchy, seis hijos y doce nietos hasta ahora. Todos podrán comprender la magnitud del sentimiento que nos embarga. La tristeza por su partida y la alegre certeza de saberla junto a Papá Tulio, como cariñosamente le decíamos, transitando por los caminos del Cielo luego de ser recibida por el Señor de las Alturas.
No es mi intención ponernos como ejemplo familiar, tanto desde la vinculación sanguínea directa como por la vía de afinidad producto del matrimonio. Pero gracias a Dios y a las cabezas visibles de las nuestras, la vida nos ha enseñado el valor y la importancia de la familia. El enorme significado que tiene para el fortalecimiento integral de la sociedad y el perfeccionamiento de una nación que lo reclama con urgencia. La familia tiene que ser el objeto de toda acción pública sana y respetable, también el sujeto activo y protagónico de cuanto hay que hacer en materia de formación para el trabajo y para la independencia.
El anhelo mayor de cualquier persona responsable es vivir en un país que le garantice seguridad ante la vida. Esto trasciende la seguridad física y de los bienes, aunque también lo incluye. Se trata de tener la certeza de que con el esfuerzo personal podrá levantar una familia, educar a los hijos, vestirlos, curarlos si se enferman, garantizarles un techo digno y, en fin, abrirles más oportunidades que las logradas por nosotros. Es la mejor manera de medir el desarrollo de cualquier nación. Esa riqueza es superior al petróleo, a las barras de oro de las reservas o a los dólares que malversan impunemente gobiernos irresponsables.
Luchar por la consolidación del núcleo familiar, más allá de los factores económicos y sociales que siempre existirán, es la mejor manera de garantizar la dignidad humana, la perfectibilidad de la sociedad civil y la justicia social como instrumento para alcanzar el bien común. Gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo Marujita.