Un hombre que construyó su mundo
En el edificio de apartamentos donde vivo, en Virginia, USA, tuve un vecino a quien veía con frecuencia en los pasillos, en el correo, en el ascensor, siempre sonriente y siempre canturreando o silbando suavemente. “Este tipo parece ser feliz”, me dije. Y un día, después de algunos meses, le dije: “Mire, si le provoca, véngase a mi apartamento a conversar y a tomar algo conmigo”. A lo cual, sonriente, accedió.
El día que fue a mi apartamento llegó con un pequeño regalo para mí, una botella de vino rojo de la zona del Ródano (Cote du Rhone). Cuando nos sentamos a conversar le comenté que los vinos de esa zona me gustaban mucho y por allí comenzamos a hablar. Yo le conté de mis años en la industria petrolera venezolana, cuando mis ingresos me permitían tomar Chateau Lafite o Corton Charlemagne. Me escuchó sonriente y me comentó sobre años específicos en los cuales esos vinos habían sido especialmente buenos. Esos comentarios autoritarios de mi vecino me indicaron que conocía de vinos bastante más que yo.
Al continuar conversando con él le comenté que me había llamado mucho la atención su constante aspecto de felicidad. Son pocos, le dije, quienes andan siempre con una canción en los labios. A eso me respondió: “es bueno recordar al poeta irlandés Sean O’Casey y su comentario sobre la vida: “La vida es un lamento en una oreja, quizás, pero siempre es una canción en la otra”.
Y agregó: “He decidido hace tiempo ya ser sordo de la oreja por la cual entra el lamento”.
A lo cual respondí: “bueno, eso es maravilloso, si uno puede hacerlo”.
Él me dijo: “Es cuestión de construir el mundo en el cual uno desea vivir. Todos tenemos los materiales para hacerlo. La clave de mi felicidad es que yo me decidí a hacerlo y lo hice. Yo no vivo en un mundo en el cual no deseo vivir, sino en un mundo que he construido para mí”.
La verdad es que esto me sonó bastante a psiquiátrico y hasta me sentí con temor de haber invitado a un loco a nuestro hogar. Sin embargo, él adivinó mi temor y me dijo: “No se asuste, que mi enfoque es inofensivo. Yo no abogo por un mundo único, ni recomiendo la exterminación de otros mundos. Simplemente, he elegido la dimensión y la naturaleza del mundo en el cual deseo vivir. Lo he hecho y lo practico. Es así de sencillo”.
Yo sorbí mi vino, un excelente Chardonnay Kendall Jackson de $9.89 la botella y le dije: “Bueno, pero todos vivimos en el mundo. No hay otro. Y él me respondió: “Hay múltiples mundos. Por ejemplo, aquí estamos nosotros tomando este excelente vino de $10.50 la botella (no se olvide del impuesto), mientras que en algún lugar del mundo alguna otra persona, llena de dinero, pide un Chateau Mouton Rothschild y demanda que se lo preparen como sangría”. De inmediato pensé en Diego Salazar, el primo de Rafael Ramírez y comencé a escuchar a mi vecino con más atención.
“Muchas personas” me dijo, “viven en un mundo que les ha sido impuesto, ocupan un lugar en ese mundo que ven a su alrededor y tratan de vivir en él. Ya sea por ambición, por vanidad, desidia o deseo de figuración, hay muchos quienes tratan de existir y hasta de destacarse en ese mundo “único” que contiene elementos absurdos, que exhibe mucho que quizás ellos rechazan pero al cual tratan de amoldarse con resignación. En paralelo, son millones quienes están trágicamente obligados a vivir en un mundo miserable. Fíjese lo que sucede en Siria, en Corea del Norte, en Venezuela, donde la gente que no se rebela es prisionera de un mundo de pesadilla”.
“Pero hay otras personas”, continuó “quienes deciden crear su propio mundo, el mundo en el cual se sienten cómodos y aceptados. Y esto se refiere no solo al mundo material sino, muy especialmente, al mundo espiritual de los principios y valores”.
“ ¿Y cómo es posible construir un mundo propio, en cual uno sea feliz”? pregunté. Y me respondió: “Ello requiere de una decisión individual y, además, requiere de vivir en un país civilizado. Viviendo aquí en los Estados Unidos yo he sido capaz de construir mi mundo, un mundo de modestos placeres, donde la importancia no es ya importante, donde la figuración social no es buscada, sino que llega, si es que va a llegar, a través del reconocimiento de la gente parecida a uno. Ese reconocimiento es posible en países donde el aporte de la persona es apreciado, en preferencia a su estatus social. Aunque los Estados Unidos se encuentra hoy bajo severo ataque por parte de los falsos valores todavía hay grandes centros de resistencia a las exigencias de ese mundo donde la gente es famosa por ser famosa, el mundo de las hermanas Kardashian”.
Le pregunté: “ ¿Como es ese mundo suyo”?
Y me dijo: “Es un mundo en el cual los placeres sencillos han reemplazado los placeres de relumbrón. Ya que hablábamos de vinos, en mi mundo el Beaujolais ha reemplazado al Pommard sin que ello represente una tragedia. He hecho de la gratitud una regla obligatoria de conducta. Compro libros usados en Amazon porque contienen las mismas palabras de las primeras ediciones. Escuchar a Rachmaninov en youtube.com es tan reconfortante como escucharlo en Carnegie Hall, aunque no me niego a visitar ese teatro legendario. ”
“Pero ese mundo no ha sido creado por usted”, le digo. “Es un mundo que le ha sido impuesto por la escasez de dinero y la edad. Si usted tuviera más dinero tomaría más Pommard y menos Beujaulois”. “
“No es exactamente así”, me respondió. “He llegado a disfrutar de lo modesto, he abandonado al mundo sobredimensionado. Voy redefiniendo constantemente las dimensiones de ese mundo, encontrando pequeños encantos a cada vuelta de la esquina. Mi mundo es más pequeño, pero pródigo en las admirables cosas materiales o espirituales”.
“Ah, ya veo”, le dije, “usted disfruta de arroparse hasta donde le alcanza la cobija”.
“Digamos que es así”, me respondió sonriendo mi vecino y se despidió cortésmente.
Seguí viéndolo por los pasillos, cantando en voz baja, siempre sonriente. Hace una semana falleció. En la prensa local vi un pequeño obituario suyo. Dejaba cinco millones de dólares a una casa para niños pobres donde había sido voluntario por varios años.
Mi vecino no era pobre, simplemente cultivaba la virtud y el placer de lo sencillo. Ese era su mundo.