Populismo (III): Portela dixit
Conocí a César Portela hace ya muchos años. En 1985 había visto su nombre y algunas fotos de sus casas en una revista alemana sobre arquitectos europeos y me interesó. Poco después cuando un amigo viajó a su natal Galicia por vacaciones le recomendé buscar a Portela para contactarlo, lo hizo, y allí fue naciendo una amistad.
Después vino invitado a Venezuela cuando organizamos, con nuestros propios medios, donaciones y apoyos diversos, el Seminario sobre Arquitectura Española en los noventa, que incluyó a gentes como Rafael Moneo, Jaume Bach y Gabriel Mora, Antonio Cruz, Anton Capitel y Manolo Casas. Portela, a quien por supuesto llamé César por muchos años, se fue haciendo amigo cercano. Promovió mi invitación a un Seminario sobre Arquitectura Institucional que se organizó en los primeros noventa en Santiago de Compostela, que fue una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida en ese tipo de eventos. A los días pasados allá le debo un reencuentro que marcó mi vida con la tierra de mis antepasados por parte de mi padre. Pude saber de los Tenreiro de Pontedeume y conocí a un pariente pintor y arquitecto, Antonio Tenreiro Brochon ( fallecido en 2003), quien me regaló una acuarela que está muy cerca de donde me siento diariamente a comer. Hasta llegó a llamarme por teléfono una señora que había visto mi nombre en una entrevista periodística, para indagar por un tío que se había ido años atrás con dirección a nuestras tierras.
Y Portela desde entonces volvió a Venezuela varias veces, invitado en dos ocasiones e incluso recibiendo el encargo de un Proyecto, por la Gobernación del Estado Bolívar en tiempos de Andrés Velásquez. En algunas de esas visitas participó en excursiones de trabajo con nuestro grupo de estudiantes hacia el oriente venezolano (Guiria, Macuro) que lo hicieron conocer esa región del país de un modo intenso y gratificante. Siempre que vino posteriormente, y es este un detalle importante porque señala el carácter de nuestra relación, se alojó en mi propia casa.
Tuvo Portela un papel promotor para que Carlos Meijide, entrañable amigo, también arquitecto gallego, muerto en un accidente en 2001, me invitara a dictar clases a fines de 1994 durante un trimestre, en el doctorado de la Escuela de Arquitectura de La Coruña, experiencia en la que también nacieron otras amistades que conservo.
Podría seguir muy largo sobre las distintas incidencias de nuestra relación pero terminaré con una: Karl Heinz Schmitz, profesor en la Escuela de Arquitectura de la Bauhaus Universitätt, me invitó junto a Portela en 2003 a un curso de verano de una semana en el que trabajamos juntos con los estudiantes hasta llegar a dar una charla conjunta (cada uno con sus trabajos) en la cual actué de traductor al inglés de la exposición de mi amigo y colega. De ese curso quedó una sencilla publicación editada por esa universidad con nuestros dos nombres en la portada. Y fue en esa ocasión, en Weimar, la última vez que lo vi, a mediados del 2003.
He relatado todas estas cosas para dar una idea de lo estrecho de mi relación con César Portela, relación en la cual, por lo demás, privó siempre un mutuo respeto profesional que nos llevó en distintas oportunidades a hablar positivamente, en foros o a través de textos de lo que cada quien había hecho o intentaba hacer. Fue una relación que me enriqueció, de eso no hay duda alguna.
Pero hubo una vez un invento revolucionario petrolero y caudillista dirigido por un encantador de multitudes ambicioso de Poder que arropó y puso a su servicio las instituciones venezolanas. Y su ambición lo ocupó todo. Inventó una revolución pagada en muchos dólares que revive, una vez más en la historia, el deseo de salvar a la gente a base de proclamas y enfebrecidas declaraciones inspiradas en los lugares comunes de la izquierda internacional. Y ese invento creó niveles de Poder. Y esos niveles de Poder cayeron en manos de amigos cercanos que por decisión propia devinieron en serviciales y bien dispuestos ejecutores de las decisiones del Caudillo. Amigos convencidos de las virtudes de una revolución sacada de una chistera bien financiada, gentes dignas de todo respeto que cayeron fulminadas en su personal camino hacia Damasco. Y se convirtieron. Su vida cambió. La llamada fue a formar filas, no importa si en ello se pierden cosas importantes como la amistad. Es una vida nueva la del convertido, se distancia de todo lo anterior, lo desecha y se abre a nuevos valores y relaciones que pueden ir en contra de lo que siempre creyeron.
Sabía que Portela era un marxista que simpatizaba con las causas difíciles y que no veía mal, por ejemplo, a la Revolución Cubana, asunto por cierto, en el cual diferíamos. Pero para mí era una persona de convicciones democráticas que, precisamente por creer en el juego de partidos, se acercaba al Bloque Nacionalista Gallego, partido de izquierdas actuante en Galicia. Y como nunca he sido un conservador, nuestra relación era de personas con una posición política cercana, no igual pero sí próxima. Su apertura a la experiencia venezolana, claramente democrática, como fue la de la Causa R, la cual llevó al Poder Regional a Andrés Velásquez y abrió un espacio importante de actuación a la arquitectura de la ciudad, me hacía pensar que estábamos en posiciones afines, una sensación confortable que privó a lo largo de los años.
Pero no estaba en mí presentir lo que iba a sucederle en relación al nuevo contexto venezolano. Lo que venía ocurriendo aquí parecía ofrecerle un espacio para actitudes y puntos de vista que estaban ocultos o semidormidos en su espíritu. O que yo no tuve la agudeza de percibirlos. Y resolvió hacer militancia a favor de su personal visión de lo que nos conviene (¿?) a los de este lado del Atlántico.
Ya se habían marcado distancias insalvables con algunos compañeros de ruta de los tiempos universitarios y profesionales. Y supongo que a César, ahora para mí Portela a secas (tan directamente me afecta que alguien acompañe la locura a la que ha sido sometido mi país), también lo fulminó, cuando ya el drama venezolano había avanzado, o la claridad que para algunos emana de las ejecutorias del Gran Conductor y sus aliados cercanos, o el hecho de que entre esos aliados hubiera ascendido a las alturas un colega muy cercano, gallego por añadidura.
Y reitero que es en este delicado espacio, en el de los relaciones personales que parecían fundadas en un terreno ético bien asimilado, donde más me ha afectado la situación venezolana. No pude imaginar que el magnetismo del Poder tuviera tantas ramificaciones que se infiltran en las rendijas de ese escudo tutelar de las relaciones humanas que es la amistad. Las sorpresas han sido tan grandes y definitivas que me he visto obligado a buscar símiles que lo expliquen. Uno de ellos, que puede suscitar sonrisas, es el del divorcio, experiencia que también ha sido mía. Una de las más definitivas expresiones de vinculación personal como es la de engendrar hijos, sufre un golpe durísimo en la separación definitiva de los padres. Pero también los deseos que se compartían, los objetivos, afinidades, esperanzas, flaquezas, parece que se desdibujan ante la presencia de la voluntad de separación, voluntad que con frecuencia está impulsada por el nacimiento de otro vínculo que con su fuerza oculta al anterior, lo reduce a inexistente llevándolo al olvido, un olvido psíquico.
Que eso ocurre con la amistad y de un modo igualmente definitivo, tajante, es lo que he aprendido.
Cuando veo que César Portela habla en los términos en los que lo ha hecho sobre las experiencias de construcción del Régimen tropical con el que simpatiza, se renueva en mí ese mismo estupor. Me pregunto si es que no se ha dado cuenta, como no se han dado cuenta sus amigos de aquí que ejercen cargos burocráticos como si fuesen pequeños dictadores (pequeños pero administradores discrecionales de enormes cantidades de dinero), que están hablando también para una comunidad de colegas que son sus pares, no sus súbditos. Hablan con una no disimulada arrogancia y dicen cosas, insisto en ello, que jamás se atreverían a decir si no estuvieran investidos de la autoridad que les ha concedido una persona que detenta un Poder de muy dudosa legitimidad por lo absoluto y carente de límites. Y no puedo negar que me indigno, porque al expresarse de esa manera Portela repite lo que criticó con valentía y con toda la razón del mundo en otros, aquí o en su país. Por lo visto no percibe (y eso es lo grave de sustituir la ética personal por la ética del Poder), que está hablando desde la arrogancia, desde la arbitrariedad. Aquí se lo hago notar, en nombre de lo que nos unió en el pasado.
La Misión Vivienda es un programa con tantas omisiones e improvisaciones como las enormes inversiones que ha demandado. Se concibió y se administra en secreto, entre allegados políticos y profesionales sujetos a confidencialidad, y progresa con la irracionalidad económica, jurídica y profesional que se ha hecho característica del petroestado venezolano. No existen publicaciones informativas completas sobre sus premisas arquitectónicas, urbanas y económicas. Solo ahora se hace una exposición de Museo, muy general, que no cambia su carácter de caja negra. Nació con fines electorales (déficit gigante producto de más de una década de ineficacia) y en las pasadas elecciones se llegó al delito de extorsionar a sus beneficiarios para capturar su voto.
Un panorama así exigiría prudencia a quien se le pida un juicio sobre él. Y si se es extranjero y la información disponible es la que entregan los jerarcas del Régimen, más razón habría para la contención y la medida.
Eso es todo lo contrario de lo que ha hecho el arquitecto gallego, premiado y elogiado, César Portela al visitar hace poco el país como invitado oficial: declaró a un diario de provincias (Correo del Orinoco) calificando a la Misión como una empresa extraordinaria y un modelo a seguir por todos los países de la tierra.
Es una actitud que nos enfrenta a una cara del populismo que rocé en mis dos escritos anteriores: cuando éste se convierte en parte de una ideología. Y además, cuando los temas de la disciplina se filtran con los valores populistas, asunto muy común en la crítica marxista de arquitectura de fines de los sesenta.
Pero el tiempo ha pasado y ese modo de argumentar entró en desuso. Hoy, si un arquitecto habla sobre un proyecto para una audiencia que respeta y valora, no se apoyaría sólo en sus simpatías con los móviles éticos de los promotores o diciendo que resuelve necesidades mayoritarias. Evitaría enredarse en moralinas, porque sabe que se le exigirán argumentos disciplinares.
II.- Portela tendría que decirnos por ejemplo si piensa que el proceder de la Misión en Caracas, donde construye en terrenos confiscados por toda la ciudad sin conexiones entre sí y sin mostrar Proyecto Urbano alguno ni localización de servicios, fue la correcta y por qué ese proceder debe ser seguido universalmente. Decirnos si se tomó en cuenta el papel instrumental de la construcción de vivienda en la calidad de vida urbana. Si la experiencia constructiva con empresas extranjeras dejará nuevos conocimientos. Si la organización de las unidades manejó bien la ventilación natural, la insonorización entre unidades, la distribución de los ambientes según patrones de uso locales. Si se tomó en cuenta la orientación respecto al sol, fundamental en los trópicos (tema central de Villanueva, a quien Portela dice admirar). Si hay espacios de recreo o juego para el muy alto número de niños. Si se pensó que el mejoramiento económico de la familia requeriría en el futuro un porcentaje de estacionamientos para vehículos particulares. Y en el caso de los conjuntos que se construyen en la zona del Tuy, cerca de Caracas, que nos dijera en qué son dignos de ser imitados: si es a causa de la calidad de las viviendas, del buen nivel de los servicios comunales o de la forma inteligente como se ensamblan para conformar sistemas urbanos novedosos. Todas estas cosas, si Portela las señalara y defendiera, serían argumentos a considerar como soporte de su entusiasmo. Hoy, juicios hiperbólicos como los que emitió aquí, si los emitiera en un contexto que respeta, los apoyaría en razonamientos, no en el deseo de halagar a su anfitrión.
Pero no parece interesarle que sus declaraciones estén respaldadas. Eso se lo exige Europa, no este mundo sudamericano que necesita ser tutelado, dirigido, por gentes como él. Aparentemente le basta que un exótico gobierno latinoamericano, que considera revolucionario y progresista en sintonía con su personal fe política, haga algo de la magnitud y alcance de la Misión para considerarla ejemplo universal.
III.- Es obvio pues que para César Portela el populismo entró en resonancia con sus convicciones marxista-revolucionarias hasta inspirarle un entusiasmo que muy poco tiene que ver con su calidad o prestigio de arquitecto. Se produjo en él lo que mencioné: la inclusión de la mirada populista en sus esquemas ideológicos. Reproduce la misma actitud de Benedetta Tagliabue como jurado de la Bienal de Venecia: así como ella decide enseñarnos conciencia social premiando a unos oportunistas exitosos, Portela nos enseña fidelidad a las necesidades de las mayorías elogiando a la improvisación y arbitrariedad de sus amigos políticos. Ambos actúan en función de su particular lectura de lo que exige el momento: es populismo en cada caso pero de signos contrarios. Se reduce lo más importante a consumo. Y no sólo de la noción capitalista del consumo, sino de toda noción que impone la necesidad de darle a la gente mercancías (en el caso de Portela la ficción revolucionaria) sin que la calidad o el compromiso técnico o profesional tenga importancia.
En la historia de los totalitarismos modernos ha habido muchos casos de este tipo. En contextos democráticos pocos. En democracia, cuando un invitado del gobierno de turno se pronuncia en público, mide sus palabras porque sabe que se le exigirán razones. Este no ha sido el caso, lo cual deja en evidencia el carácter de lo que ocurre en Venezuela. Portela actuó, pura y simplemente, como un invitado especial de la Nomenklatura. Y como tal se comporta. Desdeña, encubierto por el Poder, explicarse con los profesionales venezolanos.
Bien por él y quienes lo invitaron. Mal para su imagen de arquitecto.
La colaboración de Portela con populistas exitosos del star-system como Arata Isozaki y Ricardo Bofill (aquí el Palacio de Congresos de la Coruña, con Bofill), explicaría parcialmente su simpatía con nuestro populismo de signo contrario.