La rebelión de las moscas
En una comarca sita en el Norte de la América del Sur gobernaba un águila sabanera que competía a picotazos virtuales con el Águila Imperial del Norte. El Águila verdirroja vivía rodeado de otras aves depredadoras – especialmente zamuros – empeñadas todas en destruir lo que habían construido varias generaciones de animales en la otrora feliz comarca.
El Águila tropical gustaba de viajar mucho, se empeñaba en soliviantar los corrales por donde pasaba, se sentía invencible, chillaba siempre para opacar la voz de la fauna del país y la de los de afuera.. Decían que sólo le temía a las sabandijas que lo acompañaban por un rato y lo dejaban para siempre. Los llamaba alacranes, culebras, víboras, gusarapos, escorpiones, renegados todos que no compartían sus ansias depredadoras y que debían, en consecuencia, permanecer encerrados sin ver la luz del sol.
Sin embargo, un buen día a una mosquita acicalada se le ocurrió contestar la majestad del águila, y ésta, enfurecida le espetó el viejo proverbio latino: “águila no caza mosca”, sin intuir que todo podría ser al revés. Las moscas ofendidas empezaron a reunirse y a organizarse, había moscas de todo color y procedencia: verdes, blancas, naranjas, moradas, azules y hasta rojas que asumieron la tarea de oponerse a los disparates y galimatías del águila engreída y autoritaria.
Bien organizadas, usando su genético sentido gregario, se unieron para ponerle fin al reinado del águila verdirroja, que estaba más preocupada en desprestigiar y atacar al Águila Imperial, aduciendo que le iba a quitar su reino que consideraba propio y vitalicio.
Las moscas volaron en tropel, bandadas de ellas tomaron por asalto el nido del águila, revoloteando por encima de su cabeza, gritándole las verdades que no quería escuchar. El Águila mayor pidió auxilio a sus aguiluchos, pero éstos no respondieron porque estaban también pendientes de salvar su plumaje y raudos cogieron vuelo para otras comarcas donde ya habían comprado lujosos nidos. Las moscas continuaron asediando al águila reinante que ya no pudo soportar más el ataque demoledor de la verdad. Levantó vuelo y se refugió en su comarca favorita donde unas águilas decrépitas que ya no vuelan lo acogieron en un vulgar gallinero, visto que el águila defenestrada ya no traía suculentas provisiones tal como acostumbraba hacerlo durante su corrupto reinado.
Desde ese día se acuño el nuevo proverbio: mosca si caza águila.