Opinión Nacional

Abdicaciones papales (I)

Inicialmente, muchos pensaron que esta era la primera vez que se producía tan inusitado acontecimiento en la larga historia de la iglesia, pero no ha sido así. Varios papas, aun cuando muy pocos, han abdicado, no produciéndose un evento como ese desde hace casi 600 años. Por su relevancia histórica nos referiremos a las dos últimas abdicaciones, la de Celestino V en 1294, y la de Gregorio XII en 1415. 

Después de la muerte de Nicolás IV en 1292, el papado estuvo vacante durante 27 meses, ya que los doce cardenales reunidos en cónclave no se ponían de acuerdo en la elección del nuevo papa. Las dos facciones, dominadas por los cardenales de las influyentes familias Orsini y Colonna, no daban su brazo a torcer, hasta que la presión del rey Carlos II  de Nápoles y del pueblo llevó a la elección de Pietro del Murrone, un monje benedictino de 85 años de edad, que vivía como un ermitaño en una gruta apartada del mundo citadino. Sorprendido por su elección, y bajo múltiples presiones, finalmente aceptó el papado, tomando el nombre de Celestino V. Rápidamente, el ambicioso y experimentado cardenal Benedetto Caetani le ofreció apoyo y guía al nuevo y aterrado pontífice, que lo único que quería era retornar a su vida de santo asceta, y apartarse del intrigante mundo del papado. Caetani contribuyó a que se produjera la abdicación, llegando incluso a introducir un tubo secreto en la habitación del pontífice a través del cual le decía con voz extraterrenal que debía apartarse del papado.  El aterrado e ingenuo monje, convencido de que le hablaba el Señor, decidió abdicar cinco meses después de su coronación, escapándose a su añorada gruta.

El cónclave que siguió a la abdicación de Celestino V eligió papa a Caetani, quien tomo el nombre de Bonifacio VIII. Fue un audaz papa que dejó huella, no sólo por su decisión de instaurar el primer Año Santo en 1300, y por la defensa que hizo de las rentas del clero en los distintos reinos de Europa, sino también por el implacable comportamiento contra sus enemigos, y su obstinado objetivo de reinstaurar con toda fuerza la doctrina aplicada por Inocencio III un siglo antes, según la cual “todo hombre que quiera salvarse tiene que someterse al Papa, porque quien se resiste al vicario de Cristo resiste a Dios”. Entre sus enemigos se encontraban los miembros de la familia Colonna, a quienes no sólo excomulgó, sino que les expropió sus cuantiosos bienes, arrasó la ciudad de Palestrina, fortaleza de la familia, y depuso a los cardenales Jacobo y Pietro Colonna a pesar de haberle éstos implorado perdón. Persiguió a Murrone a quien saco de su ermita para encerrarlo en un castillo hasta su muerte, pues temía que la santidad de éste le hiciera sombra.  Se enfrentó a los reyes de Europa, quienes rechazaban la pretendida imposición de la doctrina de sumisión a la autoridad del papa, y la prohibición de pechar las rentas del clero. El más serio de esos enfrentamientos lo tuvo con Felipe IV de Francia, o Felipe El Hermoso, quien intentó, sin éxito, secuestrarlo y hacerlo prisionero.

A la muerte de Bonifacio VIII en 1303, se eligió papa al cardenal Niccolo Bocassini quien tomó el nombre de Benedicto XI, dedicándose durante su corto reinado de ocho meses a limar las asperezas dejadas por Bonifacio contra los Colonna y contra Felipe IV. El rey galo, sin embargo, no sólo influyó decididamente en la elección del nuevo papa, el francés Bertrand de Got, o Clemente V, sino que hizo que éste mudara la sede papal a Aviñón en 1309, donde permaneció hasta 1376, período conocido como el “Cautiverio Babilónico” y en el que reinaron siete papas, todos ellos franceses, y altamente influenciados por los reyes que reinaron en Francia durante esos años.

En el siguiente artículo comentaremos qué pasó después de Aviñón, y cómo se llegó a la última abdicación papal en 1415.

Caracas: Escrito el 21 de febrero de 2013 y publicado en El Nacional el lunes 25 de febrero.

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