Opinión Nacional

La renuncia

P edro, el primer papa, impidió que lo divinizaran y se afirmó como servidor de la humanidad y de la Iglesia como mensajero de Jesús.

Al entrar con Juan en el templo de Jerusalén se encontró con un paralítico que pedía limosna y le dijo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y camina». Le dio la mano y lo levantó, el hombre se puso a saltar y a alabar a Dios y la gente a divinizar a Pedro. Éste los frenó: «¿Por qué se asombran y nos miran como si hubiéramos hecho caminar a éste con nuestro propio poder y santidad?». Lo hemos hecho en nombre de Jesús, el «santo e inocente» que dio su vida, y resucitado es enviado como esperanza y camino para nosotros (ver Hechos de los Apóstoles 3,1-26). El papa y la Iglesia son para brindar la vida y la esperanza de Jesucristo y salir al paso de todo intento de autodivinización y de creación de ídolos laicos o religiosos. Todo ídolo humano ­incluso Hitler y Stalin­ nace de alguna acción buena que luego, entre las ganas de adorar y de ser adorado, construye monstruos. La Iglesia no es el Reino de Dios, sino su servidora humana con el Espíritu de Jesús, pero con la tentación y el pecado dentro de sí. El gobierno central de la Iglesia no debe ser una corte real, ni un palacio feudal, pero…

Me hubiera extrañado que este Papa no renunciara y dejara en claro que no quiere el poder, sino el servicio con la esperanza de Jesús. Cuando hace 47 años llegué a Alemania a estudiar teología, justo al terminar el Concilio Vaticano II, Ratzinger era un joven y brillante teólogo renovador. Todavía guardo los apuntes de sus tratados teológicos; en ellos el Papado es servicio de fe a la comunidad cristiana y a la humanidad. No es un poder de dominación, sino autoridad espiritual de orientación, de inspiración y de gobierno. Pero en más de un milenio de cristiandad el palacio vaticano ha tomado formas de cortes y monarquías absolutas que hoy poco inspiran a seguir el camino de Jesús.

La sacralización de estas formas de poder tiende a hacer vitalicio al papa, en lugar de un servicio temporal renunciable con la edad y los achaques. ¡Qué gran regalo para la Iglesia y la humanidad esta renuncia! El hombre cristiano que sirve como papa y se retira, sin corte palaciega ni poder. Lo mismo conviene a reyes y gobernantes…

Extrañamente también se volvió vitalicio el cargo de superior general de los jesuitas, aunque el mismo fundador, Ignacio, quiso renunciar a los 10 años de gobierno (a los 60 años), aunque sus compañeros no le aceptaron la renuncia. Su seguidor contemporáneo, nuestro P. Arrupe, hizo a los jesuitas y a la Iglesia un extraordinario servicio de renovación espiritual posconciliar en fidelidad al carisma de la Compañía de Jesús y cargó con la cruz de las contrariedades que pesa sobre todo profeta en busca de cambio. En 1980 quiso renunciar y ­como está establecido­ consultó a sus 4 consejeros y luego a los provinciales de todo el mundo. En la primavera de ese año pidió mi opinión como provincial de Venezuela y me dijo: Espero que nos veamos en otoño para elegir al nuevo P. general, pues en Semana Santa le pediré al papa su aprobación y no creo que tenga inconveniente. Pero el papa no le aprobó y no se dio la dimisión. Tampoco pudo renunciar su sucesor, Kolvenbach, luego de 20 años de gobierno, hasta que Benedicto XVI le aceptó, aunque le pidió que esperara a cumplir los 80 años. Parece que algunos en la Iglesia temían que «el mal ejemplo» del «papa negro» jesuita contagiara al pontificado.

Hoy la Iglesia católica, la curia romana y el modo evangélico de ejercicio de la autoridad de Pedro requieren profundos cambios para acompañar a los hombres y mujeres a mantener viva su fe y esperanza. Esta renuncia papal puede ser un gran paso para que en la renovación requerida siempre estén más presentes las «sandalias del pescador» y la libertad del Nazareno para ir al encuentro de la fragilidad humana y de los pobres, libre de los laberintos de las cortes monárquicas, que en otro tiempo pudieron tener algún sentido. Gobernar espiritualmente a 1 millardo de católicos es complejo, y exige enormes cambios para, al modo de Jesús, acompañar a las personas en sus múltiples situaciones de fragilidad, que a menudo no se resuelven con rigideces legales. La renuncia del Papa presenta un gran reto y una poderosa invitación a la renovación de la Iglesia para ser testigos de Jesús.

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