Breve nota sobre el telegobierno
Concebido, diseñado e implementado como el espectáculo por excelencia de esta primera etapa de lo que es lo mismo, ya con década y media a cuestas, el llamado gobierno de calle palidece frente a las redes sociales. Con una eficacia superior a la Gaceta Oficial de modesta impresión y distribución, imposibilitados de crear otra tribuna digital, el Twitter sintetiza el ejercicio más convincente del poder y, por ello, compitiendo deslealmente con sus pares, sirviéndonos de ilustración, el presidente de la empresa o ministro del ramo, no duda en radiar sostenida y tormentosamente su dirección personal en todas las instalaciones del Metro de Caracas.
Evitando cualesquiera de los riesgos que comporta, la alta y mediana burocracia del Estado y del Partido que se confunden, prefiere los escasos y reverenciales caracteres, cuales versículos bíblicos que su sola generosidad explica, que afrontar una libérrima rueda de prensa en la que los periodistas y medios independientes puedan hurgar un poco más de la terrenal existencia. La cercanía es la del espectáculo seguro donde se pueda avistar y, acaso, entregar un pequeño manuscrito de desesperación al burócrata, mientras que la distancia constituye el mejor resguardo ante el posible peligroso roce con las realidades temidas.
Y es que tan cabal comprensión y ejercitación del telegobierno, ha reforzado el instinto de supervivencia de sus numerosos empleados. Parecieran lo suficientemente adiestrados para encarar las más repentinas circunstancias, pues, se atienen rigurosamente al libreto, sobre todo tratándose del llamado sistema público de medios.
La caída en una bicicleta es un asunto tan universal que, además de comprobar la vetusta ley (orgánica) de gravitación, nos avisa del normal desempeño del tripulante. Sin embargo, la noticia no reside en el reciente testimonio de la inhabilidad conductora de Nicolás Maduro, sino en quienes dijeron transmitirla.
En efecto, el brevísimo y cotizado video nos da cuenta de la tediosa narración de una periodista que obvió el suceso desconocido, mientras que la cámara tomaba vuelo, ocultándolo preventivamente como ya lo ha aleccionado demasiadas veces ANTV en el hemiciclo. Lo que humanamente ha debido ocurrir ante el incidente ignorado que inmediatamente arremolinó a la gente, fue la libérrima, directa y viva manifestación de sorpresa y el interés por saber rápido de lo ocurrido, describiendo la escena.
A pesar de que pudo pasar algo más que una vulgar caída, y por las reiteradas advertencias proferidas por el Sucesor, las que no deseamos ni desearemos que se cumplan, la narradora oral y el narrador visual inmediatamente coincidieron en tapar y taparear el suceso. Vale decir, si la periodista y el camarógrafo se hubiesen encontrado en Dallas, por ellos nadie se hubiese enterado del magnicidio sufrido por el Kennedy que les pasó al frente de sus propias narices.
Puede aseverarse que, con el telegobierno, la noticia no existe en la medida que la herramienta refuerza una vocación totalitaria. La (auto) censura puede explicar el fenómeno, acerando la intuición y el sentido de sobrevivencia de una sociedad orientada a la delación soterrada y cobarde.
@luisbarraganj