Las piedras gritarán
Nos costará trabajo erradicar las nefastas consecuencias, del deterioro que ha sufrido el país, en las manos irresponsables que nos gobiernan.
El ingreso petrolero ha comprado muchas voluntades, empezando por un sector de las Fuerzas Armadas Nacionales, que ha permitido la entrega de la soberanía al gobierno de La Habana.
Junto a ellos un grupo de conciudadanos, dedicados a hacer negocios con un régimen en el que no creen, pero que les permite obtener una buena «tajada» dentro del festín de corrupción.
Comisiones, equipos, plantas eléctricas, containers de comida, mercado paralelo de divisas, bonos, empresas fantasmas cubanas para hacer cédulas, máquinas electorales, planes de construcción de viviendas con malos cimientos.
Todo ha servido para enriquecer rápidamente a la recién llegada «Burguesía Bolivariana», astronómicas sumas empleadas que terminaron en los bolsillos de unos pocos «rojitos», que están riéndose a espaldas de un pueblo manipulado que entregó su confianza y sus sueños a una banda de hampones con «pico de oro». Excelentes para imponer sus digresiones intelectuales a través de cadenas impuestas en los medios de comunicación.
Han sido 14 largos años de destrucción de las instituciones del Estado, de las empresas básicas, de la industria petrolera y sus refinerías, de los servicios, de la producción y distribución de alimentos, de hospitales y del suministro de medicinas, de las carreteras y de las universidades.
Pero eso es lo que todo el mundo tiene ante sus ojos y que lo sufre a diario, al lado de ello cosas más perversas, como la destrucción moral, ética y profesional de las instituciones y de los venezolanos, las cuales percibimos de manera indirecta.
El robo de la propiedad privada, el desconocimiento a ese derecho es en el fondo la causa de la muerte de Brito, la destrucción de un sistema jurídico imparcial, se refleja en el abandono legal al que está sometido Simonovis. La falta de moral de los directores de las instituciones que deben velar por los ciudadanos, encuentra la mejor expresión en el abominable tratamiento sufrido por la juez Afiuni.
Las líneas no alcanzan para señalar ejemplos, los perseguidos políticos exilados; los periodistas multados, amenazados, obligados a irse del país; las universidades ahogadas económicamente y con leyes destinadas a destruir su autonomía y su razón de ser. Las instancias creadas de manera anticonstitucional para destruir la acción de gobernadores o alcaldes que no controlan.
La corrupción desatada en grado superlativo, a costa del futuro de nuestra nación, los atentados contra la libertad de expresión. Bajo este régimen, se han cerrado 34 estaciones de radios opositoras y terminaron por apoderarse del último canal de televisión independiente. Estas son cosas que hay que denunciar gritándolo al mundo. El silencio nos hace cómplices, nos disminuye como ciudadanos y como seres humanos.
¿Qué hacer?, se preguntan todos, dentro de una realidad con espacios democráticos reducidos. No creo tener la respuesta, pero luego de meditar supe que me quedaba la palabra, escrita u oral, con ella podemos proyectar un mensaje, un ejemplo, un camino. Con el cual ofrecerles a los venezolanos un mensaje positivo de un país que podamos construir juntos y para el beneficio de todos.
Donde se abandone el gran pecado de este régimen: ¡la soberbia! De quien se siente con poder y con armas para situarse por encima de la ley.
Debemos convertirnos en servidores del país, utilicemos la palabra, para generar conciencia, armonía, comprensión y comunión entre todos nosotros.
El camino es arduo, es un servicio por el futuro de las nuevas generaciones. Estoy convencido que tenemos derecho a realizarnos, a ser libres y a vivir en paz.
Podemos y debemos anunciarlo, cada quien desde su sitio, sin temor a que los fariseos del gobierno exijan hacernos callar.
Respondió el Maestro: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras». (Lucas capítulo 19, versículo 40).
Ex Cónsul de Venezuela en París
Presidente de Venezuela-Futura, Francia