Elector despreciado
En la democracia moderna y constructiva, los candidatos se esfuerzan por buscar la simpatía de los electores mediante ofertas concretas que beneficien al electorado. Un candidato está pendiente de interpretar las necesidades de la población, para ofrecer satisfacerlas de manera concreta. En el mensaje y en la oferta, los proyectos políticos o personales, están subordinadas a las necesidades específicas de la población. Tienen que ofrecer lo que van a hacer, y como lo van a hacer. Cuando eso ocurre, la población que lo elige, consciente y madura se siente con derecho a exigir a su candidato que cumpla lo concreto que ofreció. Esta relación, sin duda crea un balance positivo que permite que el candidato sepa lo que tiene que hacer, y a la población saber lo que tiene que exigir.
En sociedades inmaduras políticamente, ocurre una perversión de esta relación entre candidatos y votantes. La relación usualmente es irracional, emocional basada en el candidato que me gusta, me cae más simpático, o simplemente en lo que mi corazón o vísceras me dictan. Por eso el votante es pasivo y recibe de su candidato solo promesas vagas y poco concretas como “voy a acabar con la pobreza”, “La delincuencia la pondré tras las rejas”, “Vivienda para todo el mundo”, “la salud está garantizada conmigo”. No da números, no da fechas, no explica lo que hará, ni como lo hará. El votante no exige ofertas concretas sino que se conforma con que le ofrezcan el cielo, sin decirle como va a llegar allí. Por eso cuando el candidato es electo, se siente en libertad de hacer lo que le viene en gana, y es capaz de anteponer sus proyectos personales y partidistas a las necesidades de la población que lo eligió.
Esta relación implica un desprecio por el elector, al que se le trata como si fuese un niño que no sabe lo que quiere y se le utiliza solo como capital de votantes. La lucha política entre grupos opositores se dedica a insultarse y descalificarse mutuamente con epítetos y apodos, a seducir al electorado con promesas vagas, desconociendo necesidades concretas de los electores que en sociedades precarias como las nuestras siempre son las mismas para una parte del electorado que para otra (piense en el problema de la inseguridad por ejemplo). No se hace campaña para ofrecer soluciones y explicar cómo se van a implementar, sino para descalificarse. Los candidatos están más empeñados en destruirse para acceder a mayores espacios de poder que en hacer ofertas definidas y logrables para atender las necesidades de la población.
Si esto ocurre, el elector debe madurar y hacerse consciente de lo que necesita para exigirlo a su candidato si están en campana o si ya fue electo al gobernante en ejercicio. No importa el bando político al que se pertenezca, si las necesidades son compartidas (vivienda, salud, seguridad, educación), la población en pleno debe exigirlo en conjunto y dejar de pelear como contrincantes para unirse y exigir sus derechos.