Rafael Arias Blanco: El obispo de la resistencia
El 1 de mayo de 1957 fue leída una “Carta Pastoral” del Arzobispo de Caracas, Monseñor, Rafael Arias Blanco (1906-1959), donde exponía sin tapujos la preocupación de la Iglesia sobre el tema social durante el régimen de Pérez Jiménez.
La Iglesia a través de su jerarquía, y bajo el influjo de la doctrina social cristiana de ese entonces, decide entrar en sintonía con la realidad política del país. La Dictadura de Pérez Jiménez ya iba para una década y la persecución a la disidencia a través de los esbirros de Pedro Estrada y la Seguridad Nacional ponía en entredicho los logros materiales de un Estado rico junto a un pueblo trabajador pobre.
La “Realidad Sociológica” del país en ese entonces es presentada como sigue: “Nuestro país se va enriqueciendo con impresionante rapidez. Según un estudio económico de las Naciones Unidas, la producción per capital en Venezuela ha subido al índice de $540.00, lo cual la sitúa de primera entre sus hermanas latinoamericanas, y por encima de naciones como Alemania, Holanda, Australia e Italia. Ahora bien, nadie osará afirmar que esa riqueza se distribuye de manera que llegue a todos los venezolanos. Ya que una inmensa masa de nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de humanas”.
Arias Blanco fue consciente del impacto de la riqueza petrolera en la transformación radical de la nación que empezaba a distorsionarlo todo bajo la conducción irresponsable del gobernante de turno y su camarilla. Para Arias Blanco, el Estado: “Tiene tanta riqueza que podría enriquecer a todos, sin que haya miseria y pobreza, porque hay dinero para que no haya miseria”. Este es el desiderátum o la maldición que nuestros gobernantes no han querido o sabido resolver: contando con los medios de fortuna para convertirnos en un país prospero, con desarrollo humano sostenido, seguimos enfrascados en el tropiezo continuo, en marchas y contra marchas hacia un futuro negado.
“La Iglesia tiene el derecho y el deber de intervenir en los problemas”. En Venezuela, la Iglesia casi siempre fue retrograda. Durante la Colonia estuvo al lado del Rey y le dio piso ideológico a la dominación de las jerarquías a través de su empresa evangelizadora. Estuvo entre los grandes derrotados de la Independencia (1810-1830) y en el siglo XIX vivió una especie de ostracismo llegando a su punto más bajo en sus difíciles relaciones con Antonio Guzmán Blanco. Intentó sobrevivir y adaptarse a los cambios dentro de una sociedad violenta bajo el imperio de los caudillos. En el siglo XX empieza a recuperar la confianza perdida, y bajo el impacto de la “doctrina social-cristiana” desde León XIII hasta Juan XXIII, decide involucrarse en el tema político. En ese momento se percibió la amenaza comunista junto a la prédica atea como algo a lo que había que enfrentar.
Las relaciones de la Iglesia con el régimen de Pérez Jiménez fueron “convenientes” hasta que prelados como Arias Blanco decidieron que ya era hora de entrar en sintonía con las reales necesidades del país. “… la Iglesia no sólo tiene el derecho, sino que tiene la gravísima obligación de hacer oír su voz para que todos, patronos y obreros, Gobierno y pueblo, sean orientados para que todos los principios eternos del Evangelio en esta descomunal tarea de crear las condiciones puedan disfrutar del bienestar que la Divina Providencia está regalando a la nación venezolana”.
Si uno analiza en frío las ideas expuestas en la “Pastoral” de Arias Blanco, no hay un mensaje radical ni revolucionario, por el contrario, el lenguaje que se usó es bastante contemporizador, aunque el impacto que tuvo en su momento, en una Venezuela carente de libre expresión, fue descomunal y contribuyó posteriormente a la defenestración del dictador el 23 de enero de 1958. La Iglesia en Venezuela, a través de Monseñor Arias Blanco, y su valiente “Pastoral”, dignificó el rol de la Iglesia y la convirtió en protagonista dentro de la era democrática que empezaba su andadura.