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Michael Penfold: Hay que pensar el poder de una forma diferente

La dinámica política que impuso el chavismo desde su llegada en 1999 fue transformándose con el correr del tiempo, de los hechos y de las pretensiones o caprichos de quien lideraba ese proceso, es decir, del ex presidente Hugo Chávez. La propuesta hegemónica que fue armándose devino, indefectiblemente, en la conjunción de tres factores cuyos límites ahora se confunden: el Estado, el gobierno y el partido en el poder.

Ese andamiaje político propició el desmantelamiento institucional del Estado por parte del propio gobierno y tuvo como beneficiario al partido oficialista que, a la postre, se transformaría en la maquinaria electoral del chavismo.

La relación entre Estado, gobierno y partido ha sido históricamente endeble, así la califica Michael Penfold, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia, y quien además es ensayista y escritor.

La crítica situación actual, exacerbada entre otras cosas por la relación entre gobierno, Estado y sociedad transfigura la crisis política y obliga a repensar el poder.

-¿Por qué el conflicto político actual es, según lo que ha escrito, una pugna existencial?

-En Venezuela en este momento las elecciones no generan un sentido de alternabilidad, que es lo central en cualquier democracia. Y en cualquier democracia la incertidumbre se institucionaliza, eso quiere decir que tienes reglas, y que esas reglas generan cierta certidumbre sobre, por ejemplo, el momento y la fecha en las que suceden eventos electorales, pero hay incertidumbre porque nadie sabe quién va a ganar esas elecciones. Creo que el centro de la confrontación política en Venezuela es existencial porque ni la democracia y mucho menos las elecciones estén meramente institucionalizadas. Por otro lado el sistema no  genera la certidumbre que hace que los individuos tengan los incentivos para participar. ¿Por qué el evento de la suspensión del revocatorio es algo tan importante? es porque en sí mismo refleja la centralidad de este problema, que es que en el momento en que lo suspendes, no solo estás suspendiendo el derecho, sino que estás evidenciando que ese derecho no está protegido por una institucionalidad, y por lo tanto no tienes certeza sobre su ocurrencia y tampoco podemos predecir si hubiese ocurrido, qué hubiese pasado. En un ambiente como ese, el conflicto político en sí mismo se vuelve existencial porque en un sistema democrático los que pierden tienen suficientes beneficios como para quedarse esperando, porque creen que van a volver a ganar. Cuando estás en un sistema en el que cuando pierdes piensas que vas a ser eliminado, se vuelve uno en el que quien gana logra obtener todo los beneficios y por lo tanto el ejercicio del poder se vuelve un fin en sí mismo.

-Hay elementos importantes que influyen en el conflicto existencial como la institucionalidad a la que ha hecho alusión. ¿Cómo queda ese factor ante una situación en la que no hay un discernimiento entre Estado, gobierno y partido en el poder?

-Esa relación entre Estado, partido y gobierno siempre ha sido una relación muy endeble históricamente en Venezuela. Hay razones históricas, económicas y razones propias por la forma en cómo aparecieron  los partidos políticos modernos en la sociedad venezolana y particularmente a partir de la década de los cuarenta, en la que hay una ola de modernización muy importante. Esa relación está mediada por un elemento central que es la renta petrolera, y hace que tenga características distintas en montos históricos diferentes precisamente porque la institucionalidad que rodea la distribución de la renta hace que los resultados de esa distribución modifiquen los patrones de relación entre gobierno, Estado y sociedad. Por ejemplo, en estos momentos, de nuevo, la revolución bolivariana se construye sobre una idea en la que esa distribución prácticamente desaparece y es así porque hay un visión hegemónica que impide precisamente la separación plena entre Estado, gobierno y partido; es una situación en la que el petróleo y el acceso a directo a la renta exacerba un problema  histórico en Venezuela, pero que nunca había llegado a tener el nivel de penetración y el nivel de uso tan profundo como el que tiene el uso de un aparato clientelar, en el que no solo estás utilizando la estructura del Estado, sino que utilizas la transferencia de recursos para focalizarlos en ciertos grupos que pueden tener un rédito electoral importante o muy alto para el partido de gobierno.

-¿Ese modelo de partido actual en Venezuela, como lo planteó Chávez, no tiende a ser uno en el que el jefe de gobierno, que es jefe de Estado, jefe del partido y lo abarca todo?

-En el fondo el partido para el chavismo es una plataforma estrictamente electoral y es una gran máquina  con una gran penetración social, pero es una penetración social en la que el partido es reflejo no de sus estructuras, sino del Estado y por eso se confunde, no solo en el uso de las misiones, sino en el acceso a esos servicios sociales mediante esos programas. Eso responde a la idea de que el partido es un instrumento del Estado, y eso hace que la dinámica de cómo ganan las elecciones, cómo se estructuran socialmente, de las distintas estrategias y el uso de los recursos públicos varíen de un caso a otro. Esto lo separa de lo que fue la experiencia previa a la cuarta República, en la que también había unos partidos fuertes, que eran totalmente dominantes de la sociedad, como lo fue el puntofijismo en general de AD y Copei, pero en la que los partidos tenían  una vida propia distinta a la del Estado e incluso el Estado era un botín del partido. Durante la revolución bolivariana es un concepto distinto.

-Hablando de la cultura política, cuando se evalúan distintos elementos teóricos de la política, hay dos imágenes: una de conflicto y otra de consenso o acuerdo, ¿en qué medida  la conjunción entre Estado, gobierno y partido puede influir en esas dos imágenes respecto a la cultura política venezolana?

-Hablar de cultura política siempre es complejo, pero yo diría que la cultura política venezolana, más que venir definida por el conceso o por el conflicto, es una cultura más bien democrática; una que valora el mecanismo electoral como el mecanismo legítimo, no solo para determinar quién va a ejercer ciertos puestos públicos, en esta caso la presidencia, sino también como mecanismo de resolución de los conflictos. Es una cultura muy arraigada, una que se desarrolló desde la transición democrática del  58 y que el chavismo ha llevado a un extremo muy grande, por la cantidad de elecciones en Venezuela, muchas de ellas en un contexto institucional muy débil, pero siempre con una vía política en la que ese momento electoral pasa a estructurar la forma  en cómo se resuelven los problemas. Uno de los temas clave hoy es que precisamente esa cultura política empieza a trastocarse, porque cuando suspendes el revocatorio, que es parte de la cultura política para dirimir un conflicto, eso implica una ruptura muy grande, no solo con la cuarta república, sino con el propio chavismo, que estuvo dispuesto en 2004 a someterse a la importancia de esa cultura, que implica que la capacidad de las elecciones es el único mecanismo legitimo para resolver los conflictos. Sin duda eso impacta la forma en la que se organiza el Estado, que no solo está hipertrofiado por el petróleo, sino por las políticas; es un Estado con poca capacidad para diseñar, implementar y evaluar políticas públicas en general. Es un Estado que se vuelve cada vez menos democrático porque los ciudadanos tienen cada vez menos capacidad, no solo de utilizar el voto para evaluar esas políticas, sino para tener acceso a la información para evaluarlas.

Michael Penfold

-¿Qué implica la expansión de un Estado con esas características?

-Creo que evidentemente la expansión del Estado hacia los partidos y hacia la sociedad, ha tenido una respuesta por parte de la propia sociedad y de la sociedad política. Sin duda ese conflicto es central, porque si bien el Estado venezolano ha mostrado poca capacidad en el diseño de políticas públicas y en su ejecución, ha mostrado una gran capacidad para poder expandirse y para poder incluso vaciar de contenido a esa sociedad y a esos partidos. No es fácil para la sociedad y para los partidos protegerse y no entrar en un conflicto con el  Estado, porque al final lo único que tienen  los partidos y la propia sociedad para poder enfrentar al Estado, en ese plano, es el derecho al voto; es la capacidad de proteger sus propios espacios de decisión.

-Si nos enfocamos en el conflicto actual entre gobierno y oposición, hablamos de capacidades y eso también, según ha escrito, implica costos compartidos, ¿cuáles serían esos costos compartidos?

-Más que costos creo que ambas partes necesitan garantías mutuas. El problema  es que ambas partes deben institucionalizar esas garantías y eso no lo tenemos. Ninguna de las partes tiene garantías de que el otro va a hacer lo que dice que hará. Es un asunto de garantías mutuas y eso lo resuelven las instituciones, el problema es que el gobierno tampoco está dispuesto a concederle autonomía a las instituciones, porque la autonomía es para proteger esos derechos. Al final el tema está centrado en el poder. La crisis venezolana tiene que ver con una crisis de alternabilidad, porque para el gobierno es muy difícil verse en la oposición, porque sabe que estar en la oposición no es atractivo; sabe que los beneficios de estar de ese lado son muy bajos, y eso es así porque se trata de un proyecto hegemónico, y en el momento en el que gobierno pase a ser oposición eso deja  de ser hegemónico. Hay una pretensión de convertir este proyecto hegemónico, pero con una minoría electoral. El chavismo con esa minoría electoral utiliza precisamente todo el poder del Estado para imponer un proyecto que electoralmente no tendría cabida y que no es cónsono con las preferencias de los ciudadanos ni con la mayoría electoral, por eso es un conflicto muy profundo. Hay que pensar el poder de una forma diferente y es que no sea tan costoso estar en la oposición; que tenga algún tipo de rédito, de beneficio; puede que yo no esté en la presidencia, pero tengo la capacidad de desarrollar una gestión diferente. Puede que yo no gane las elecciones hoy, pero las pueda ganar mañana.  Puede que hoy no tenga vida electoral, pero mañana sí. Se trata de confiar en las capacidades del sistema, para poder hacer una carrera. En este momento en Venezuela estar del lado opositor es extremadamente costoso. Los beneficios de estar en el poder son muy altos y por lo tanto los costos de dejar la presidencia son muy altos. Es una combinación de cosas: de garantías y de cómo distribuyes los beneficios mediante un diseño constitucional y un diseño político electoral que genere los  incentivos, para que los actores participen en un juego dramáticamente distinto al que juegan ahora, y que eso pueda generar políticas públicas eficientes. Para que podamos salir del contexto actual es necesario modificar la dinámica de juego.

-Sin embargo, sin  institucionalidad es imposible aspirar a eso. Mucho menos cuando el propio gobierno, como en el  caso de venezolano, propicia la desinstitucionalización de manera intencional y con unos niveles que parecen incontenibles.

-La desinstitucionalización del Estado venezolano, del estado de derecho y la división de poderes tiene su origen en tres fenómenos diferentes: uno, que es un diseño que creó un hiperpresidencialismo en Venezuela. Difícilmente otro presidente en otro país tenga las prerrogativas que tiene el presidente en Venezuela; si a eso se le añade que no hay límites en la reelección tienes un poder aún más exacerbado. La otra fuente ha sido  electoral, es decir, este proceso de desmantelamiento no ha sido algo que se ha dado sin elecciones, se ha dado en el contexto de múltiples y diferentes elecciones, que se han dado en ambientes en los que no hay controles sobre el ejercicio electoral, el financiamiento de campañas y el uso de recursos públicos, entre otras cosas. Finalmente, hay un aspecto que es temporal, y es que en la medida en que pasas más tiempo en el que has logrado desmontar los mecanismos de control, en la medida en que te quedas más tiempo, es más fácil seguir erosionando los mecanismos de control  y llega un momento en que se vuelven inoperantes. Entonces el caso venezolano tiene las tres variantes: de diseño, electoral y la temporalidad. Esas tres variables son claves  para entender el caso venezolano, y si le añades el petróleo, tienes un menú que te permite ir desmontando el sistema.

-Se genera esta situación conflictiva existencial y llegamos a la fase del diálogo para precisamente tratar de recuperar y poder discernir la separación de poderes ¿Cuál es el estatus actual del diálogo o la negociación en el país?

-El diálogo es un asunto complejo de analizar. En cualquier escenario, si hubiese habido referéndum o no; si se hubiera hecho en 2017 o en 2016; si hubiera habido renuncia, no importa en qué escenario, esa mesa hubiera surgido por razones propias políticas de la situación venezolana. Ahora, en cada uno de esos escenarios esa mesa hubiera adquirido tonalidades distintas. Lo que es cierto es que el Gobierno escogió una forma de llegar a esa mesa que ponía en gran desventaja a la oposición, pero también estaba en el mundo opositor la capacidad, no de resolver esa asimetría, sino de mitigar mucho de los dilemas para llegar a esa negociación de la forma en cómo se llegó. Es importante entender que en un país donde no hay instituciones, la  comunidad internacional pasa a ser el único garante de ambas partes. El problema del dialogo viene dado por varios factores: el primero es la magnitud de la crisis, y es que no da cuenta de la profundidad de la crisis democrática, económica, social, y que por lo tanto eso le resta legitimidad a cualquier resultado de ese diálogo. Llegamos a esa mesa sin un reconocimiento mutuo, no solo de las partes, sino del contexto. Un segundo elemento es que esa mesa tiene una regla importante que no se ha debatido y que impuso la comunidad, esa regla es que nada está acordado hasta que todo este acordado. Esa es una regla que hace que no puedas acordar sin que absolutamente todos los actores estén de acuerdo con lo que está siendo acordado; esa misma incentiva la consulta a los distintos grupos de interés o stateholders. Y tenía la intención, además, de garantizar que cualquier cosa que surgiera de la mesa estuviese blindada por lo que las partes habían acordado. Parte del problema es que no sabemos si es un acuerdo o un preacuerdo. En tercer lugar la mediación en Venezuela tiene que ser muchos más activa, particularmente en el tema comunicacional. Si no tienes esas tres cosas, la mesa es frágil, porque cualquier acuerdo no necesariamente será aceptado, no será implementado y no será bien comunicado, entonces la población no va a entender bien de qué se trata todo el proceso.

-Si a eso se le añade que quien funge como mediador no se asume como tal sino como un “facilitador”, como es en este caso la Iglesia, se complica más ese proceso.

-Eso es algo que puedes calificar en la mesa. En este caso para la oposición ese puede ser uno de los puntos iniciales, para poder tener la garantías de lo que se vaya a decir y es lo mismo para el gobierno. Lo que pasa es que estamos entrando en un proceso con el tiempo en contra. Hay unos temas que son de corto plazo y otros de largo plazo. Era fundamental separar esas dos cosas, y es fundamental crear los mecanismos para crear confianza, porque no puedes hacer público algo sobre lo que no tienes un consenso definitivo, y ese fue uno de los errores de la oposición. Necesitas garantizar un acuerdo mínimo para poder ejecutar el acuerdo, y lo mismo para el gobierno, porque parece evidente que el gobierno acuerda algo que no puede ejecutar, porque probablemente hay otro grupo, otro stateholder, que no está de acuerdo. El gobierno tiene unos compromisos y tiene que demostrar que ha avanzado en esos compromisos para la próxima reunión que se reanudará el 6 de diciembre; en estos procesos el diablo está en los detalles, si no cuidas los detalles no estás cuidando el proceso ni la calidad de la mesa, por lo tanto hay muchas dudas, a pesar de que el mecanismo es el idóneo.

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