La parábola del campo de concentración
Se trata de una “exageración pedagógica”, pero que en lo esencial ayuda a comprender la tragedia en que está sumida Venezuela. Como se sabe, una parábola, en la acepción de estas líneas, suele ser la narración de un suceso fingido, del cual se deduce, sin embargo, una verdad importante. Así nos lo enseña el principal diccionario de nuestra lengua.
En ese sentido, Venezuela es como un campo de concentración –eufemismo de campo de exterminio, en el cual unos carceleros tienen el control absoluto de su presente, y ejercen un dominio arbitrario, despótico, despiadado y depredador sobre las personas y los recursos del país. Cámaras de gas, propiamente no hay, pero las cárceles venezolanas deben ser muy parecidas al infierno perfecto…
Este campo de concentración en que los referidos carceleros han transmutado a Venezuela, está en situación de ruina económica y ruindad política. Hacen y deshacen lo que les da la gana, y el desprecio a los derechos humanos es especialmente vil, porque lo envuelven en una retórica de solidaridad social. Han hecho de Venezuela una de las naciones más violentas del planeta, y esa violencia tiene innumerables imbricaciones políticas con el poder establecido. Demás está comentar que muchos de sus carceleros y allegados se han convertido en plutócratas a nivel mundial.
Pues bien, resulta que las víctimas, muchas de ellas heroicas, han hecho un esfuerzo inmenso para intentar hacer valer sus derechos como personas y como ciudadanos, y ante la amenaza que ese gran esfuerzo podría representar, la jefatura del campo de concentración ha impulsado un supuesto “proceso de diálogo”, precisamente con las víctimas que siguen victimizando a diestra y siniestra, y con el objetivo de aliviar presiones y ganar tiempo para su continuismo.
Y encima han confeccionado una tramoya para que el “diálogo” sea considerado como un “diálogo consensuado”, y apoyado por figuras de reconocida buena voluntad en el mundo, amén de los oportunistas de siempre que viven de sus antiguos currículos. Y mientras tanto, el campo de concentración sigue operando con la misma saña y acaso empeorada.
No puede haber una relación de “parte y parte” entre los victimarios y las víctimas de un campo de concentración. No hay equilibrios ni “puentes” posibles entre unos y otros. Lo que la justicia, el derecho y la verdad más elemental exigen, es que se desmonte el campo de concentración, que se abran sus jaulas, que las víctimas puedan ser liberadas, y que éstas, con apego al derecho y la voluntad popular, puedan reconstruir una convivencia plural y civilizada. Pero esto que es tan obvio, se oscurece por los raciocinios interesados que distorsionan la realidad de tal manera, que lo malo parece bueno y viceversa.
Repito, la parábola del campo de concentración no busca establecer una analogía entre un campo de exterminio tipo Auschwitz y lo que acontece en Venezuela. Se necesitaría ser demasiado craso para ello. Pero si colabora a entender, siquiera un poquito más, la jaula institucional en la que está encerrado el pueblo venezolano, y el despropósito de montar un diálogo burocrático de pretendidas equivalencias, para que al fin al cabo continúe funcionando el campo de concentración, con alguna que otra concesión a las víctimas.