La globalización del enemigo
Como reacción a los atentados del martes triste del 11 de septiembre del 2001 en los Estados Unidos, el Presidente George W. Bush hizo una serie de pronunciamientos que implican alto riesgo para el futuro de las relaciones entre las naciones: el terrorismo será enfrentado en cualquier parte del mundo; serán atacados también aquellos países que dan refugio a las redes del terror.
Quien no acepta esta lucha está contra los Estados Unidos y a favor del terrorismo.
Aquí hay una manifiesta globalización del enemigo y una globalización de la guerra con características singulares, combinando la brutalidad de la guerra tecnológica moderna, mostrada en la intervención norteamericana en Afganistán, con la guerra sucia de inteligencia que implica actos de terror y el asesinato planificado de líderes considerados como terroristas.
Esta estrategia nos proyecta a escenarios sombríos y altamente peligrosos para la
convivencia de la humanidad en el proceso inexorable de la globalización, fase nueva de la historia de la Tierra (Gaia) y de la especie homo sapiens e demens.
El primer efecto ocurrió en los Estados Unidos: la creación del Consejo de Defensa Interna, dotado de una Fuerza de Tarea de Rastreamiento de Terroristas, fondos específicos y de su correspondiente ideología justificadora. Nosotros conocemos lo que significa el Estado de Seguridad Nacional cuyo mayor ideólogo Carl von Clausewitz (1780-1831) confirió normalidad a la guerra como «continuación de la política por otros medios». En nombre de la seguridad se invierte el sentido básico del derecho: todos son supuestamente terroristas hasta probar lo
contrario. Como consecuencia de ello, surgen inexorablemente servicios de control y
represión, espionajes, pinchazos telefónicos, prisiones para interrogatorios, violencias por parte de los cuerpos de seguridad y torturas.
Se crea el imperio de la sospecha y del miedo y la quiebra de la confianza societaria, base de cualquier pacto social. Hay el riesgo del terror de Estado.
Dos temores bien fundados acompañan semejante universalización del enemigo: la delimitación de lo que sea terrorismo y la identificación de los nichos que alimentan el terrorismo.
Violencia total
La formulación de bien-mal, amigo-enemigo del Presidente Bush, nos remite a uno de los grandes teóricos modernos de la filosofía política de trasfondo nazi-fasista, Carl Schmitt (1888-1985). En su El concepto del político (1932, Voces 1992) dice: «la esencia de la existencia política de un pueblo es su capacidad de definir al amigo y al enemigo» (p. 76). ¿Quién es enemigo? «Es aquel existencialmente otro y extranjero, de modo que, en caso extremo, hay la posibilidad de conflictos con él… Si la alteridad del extranjero representa la negación de la propia forma de existencia del pueblo, debe ser repelido y combatido para la preservación de la propia forma de vida. Al nivel de la realidad psicológica, el enemigo fácilmente viene a ser tratado como malo e indecente» (p. 52)
Bush interpretó la barbarie del 11 de septiembre de guerra contra la humanidad, contra el bien y el mal, contra la democracia y la economía globalizada de mercado que tantos beneficios (en la presuposición de él) trajeron a la humanidad.
Quien esté contra tal lectura, es enemigo, el otro y el extranjero que cabe combatir y eliminar. Tal estrategia puede llevar la violencia al interior de los Estados Unidos y a todos los cuadrantes del mundo. Es la violencia total del sistema contra todos sus críticos y opositores. La lógica que preside a los atentados terroristas es asumida totalmente por las estrategias del Estado norteamericano, apenas con señales invertidas. Terror es enfrentado con terror, generándose la espiral de la violencia sin fin. En esa solución no hay ninguna sabiduría, es apenas expresión de
venganza y represalia de ojo por ojo, diente por diente. Sólo los políticos mediocres, sin la estatura de estadistas, pueden adoptar semejantes estrategias.
¿Y luego?
El segundo problema presentado es la identificación de los nichos que fomentan
enemigos. En la actual estrategia son países considerados parias o bandidos e identificados por sus nombres, Libia, Sudán, Irak y otros.
Dentro de poco se percibirá que más importantes que estas naciones, son ideologías libertarias y religiones de resistencia y liberación como se
han mostrado en la oposición al régimen soviético y en las regiones del Tercer Mundo, dominadas por gobiernos represores. Ellas crean verdaderas místicas de compromiso y hacen surgir militantes altamente comprometidos con la superación del presente orden social mundial, debido a las altas tasas de inequidad social que
producen.
Entre ellas se cuentan las históricas izquierdas anticapitalistas, los movimientos
transnacionales contra el tipo hegemónico de globalización económico-financiera y los sectores religiosos vinculados a las transformaciones sociales como el cristianismo de liberación nacido en América Latina y activo en África, en Asia y en sectores importantes de la sociedad civil norteamericana y europea. A estos se suman también grupos fuertes del islamismo popular, de cuño fundamentalista, y sectores teológicos islámicos que rescatan los orígenes libertarios de la gesta de Mahoma y el sentido original del Corán francamente ligado a los estratos pobres de la población sea del desierto, sea de las ciudades. Todos ellos serán considerados enemigos eventuales pues serán vistos como fuerzas auxiliares del terrorismo. Conocemos las consecuencias de tales identificaciones: la vigilancia, la tentativa de descalificación pública, los secuestros, las torturas, los asesinatos. ¿Será que los Estados Unidos no acogerán una lógica que los condenará a repetir con más furor lo que ocurrió en América Latina en los años 60 bajo los regímenes de Seguridad Nacional (bien entendido, seguridad del capital)?
Tales espectros no son fantasías siniestras. Las medidas ya tomadas de creación de tribunales especiales contra terroristas, en cualquier parte del mundo, el secreto de los juicios, la incomunicación con sus abogados y los juicios sumarios apuntan hacia formas de excepción, peligrosas para una conciencia de ciudadanía y
de observancia de los derechos fundamentales de la persona humana. Los nidos de serpientes fueron criados. Y ellas crecen, se multiplican y pueden morder letalmente, ahora a nivel global.