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Quemando su juventud demasiado deprisa

“¡Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque… y al loro!»

Enrique Tierno Galván

Cuando una sociedad tiene que soportar un 21,9% de abandono temprano de la educación —Andalucía tiene el galardón de llegar al 27,7%— y sus jóvenes entre los 18 y los 24 años que no ha completado el nivel de educación secundaria no siguen ningún tipo de formación…

Cuando los servicios de urgencia de la Sanidad Pública tienen que atender periódicamente y con mucha mayor intensidad los fines de semana, numerosos y repetidos casos de comas etílicos sufridos por nuestros jóvenes, a veces, tan de corta edad, que aún están rayando con la niñez…

Cuando según los datos del propio Ministerio de Sanidad, casi el 80% de los jóvenes españoles de entre 14 y 18 años ha probado el alcohol y la edad media de inicio en su consumo se sitúa en los 13,9 años…

Cuando se da el caso de que una niña de 12 años termina muriendo por un coma etílico… debemos empezar a pensar que algo se ha hecho —y se sigue haciendo— mal. Muy mal.

Dicen los expertos en psicología educativa que la mayoría de nuestros jóvenes se divierten así por la presión que sobre ellos ejercen los grupos sociales con los que conviven. Y por la presión que ejercen esos grupos, desde los pocos años practican ya la crueldad del acoso escolar a sus compañeros, y en casos extremos, por esa misma presión, hasta llegan a integrarse en bandas callejeras o grupos ultra, cuyo único fin es la práctica de la violencia.

Esos mismos expertos señalan que otro de los motivos que inciden en esta situación es que la influencia de la familia es ahora significativamente menor y que la clave está en que los padres conversen más con los hijos, promuevan un ocio sano, como el deporte y las actividades culturales, y sobre todo, que trabajen con ellos la capacidad para decir ‘no’ a determinadas situaciones y su resistencia a la frustración.

Es cierto que hoy, no son pocos los padres que parecen no tener el tiempo necesario para crear «convivencia, diálogo y modelos», para saber «qué hacen, donde van y con quien van» sus hijos.

Hace un cuarto de siglo, el eminente catedrático de psiquiatría español, Enrique Rojas Montes, denunció la aparición del hombre light, un individuo que centra todos sus esfuerzos en lograr el mayor reconocimiento social posible, con el objetivo de ganar el mayor dinero factible.

Este tipo de personas se caracterizan por dedicar su tiempo libre a disfrutar aquí y ahora, incluso a costa de sacrificar lo que se supone que deberían ser otras responsabilidades mucho más importantes. Esta concepción de la vida, pone de manifiesto claramente, la carencia de ideales, el vacío de sentido y como consecuencia, la permanente búsqueda de una serie de sensaciones cada vez más nuevas y excitantes.

Como compañero de viaje, este tipo de comportamiento, con frecuencia lleva consigo una ética permisiva que sustituye a la moral, lo cual engendra un desconcierto generalizado en los hijos.

Pero los grandes cambios sociales, no ocurren de la noche a la mañana, ni por una sola causa. La situación que hoy viven nuestros jóvenes, es el fruto de la semilla que plantamos en la Transición. Salíamos de una opresiva dictadura y cometimos el error de confundir el espíritu amplio, tolerante, abierto y comprensivo que supieron crear con su presencia y participación algunos hombres superiores. La mayoría de nosotros, y sobre todo, los jóvenes, teníamos asumido en lo más profundo de nuestro ser, que habíamos vivido sin conocer la libertad y estábamos decididos a comprarla a cualquier precio, sin darnos cuenta, que quienes con más aparente energía la reclamaban, nos ofrecían el aura refulgente del oro y nos daban plomo.

Alguien que conocía muy bien como se comportan y reaccionan las masas; alguien que por su edad y experiencia debería haber dicho a la juventud de los años setenta que la libertad no se regala, sino que se conquista por medio del conocimiento, del sacrificio y del esfuerzo personal, porque solo el conocimiento nos hace libres, un día, haciendo uso de un populismo indigno, gritó:

  • “¡Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque… y al loro!»

Ese fue el comienzo de lo que llegó a conocerse como la “movida madrileña”, un movimiento que se caracterizó por el inconformismo, la música, el sexo y las drogas. Un espejismo de libertad que a muchos de nuestros jóvenes les hizo esclavos.

Cualquiera podría creer que el lastimoso presente de parte de nuestra juventud estaba cuidadosamente planificado. Paralelamente a la mercancía envenenada que se le ponía en la palma de la mano, se promulgaron leyes para la educación en las que se prescindió de las humanidades, vitales para la auténtica formación del ser humano, algo mucho más importante que ganar dinero. Ellas son las que nos hacen pensar y cuestionarnos lo que se nos ofrece como dogma. Ellas son las que nos hacen buscar la auténtica razón de ser de las cosas. Sin la profundidad de pensamiento que nos brindan las humanidades, nos convertimos en seres indefinidos sin el criterio necesario para distinguir una ilusión de la realidad.

¿Qué sabe de nuestra historia nuestra juventud estudiosa? ¿Cuatro fechas de acontecimientos que algunos intereses bastardos se empeñan en empañar? Nuestra historia en boca de no pocos de nosotros mismos, es como la deformada y grotesca imagen que nos devuelven los espejos de la feria. Una imagen absolutamente distorsionada y falseada, que como tantas otras adulteraciones que se presentan como verdades, nuestra juventud acepta con increíble credulidad.

Esta aceptación de los hechos que se les presentan, sin cuestionarse su raíz y verdadera dimensión, ha hecho de nuestra mocedad una generación perezosa intelectualmente.

Pusimos los cimientos de un futuro para nuestra juventud sobre la voluntad de una juventud que carece de voluntad. Como pedía Tierno Galván a nuestros jóvenes, no son pocos los que viven colocados, flotando en la nebulosa de la indefinición y la insolvencia intelectual; algunos, como quien dice, viven de milagro.

Es natural, que perdida la brújula, hayan surgido movimientos instintivos de las nuevas generaciones en busca de una realidad en que afirmar los pies. Otra cosa es que huyan de una realidad frustrante y caigan en el mundo nebuloso de las promesas vacías e irrealizables.

Si hemos creado una sociedad que vive al día y no quiere privarse de nada; si echamos al mundo a nuestros hijos para que otros los eduquen, si abdicamos de nuestra responsabilidad de padres; si tienen todo lo material, pero carecen de lo más importante, ¿Qué herencia moral o ética pretendemos dejarles?

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