La salida
Acusar o sugerir que Antonio Ledezma, Leopoldo López, María Corina Machado, la Movida Parlamentaria (MP) y los demás promotores de «La Salida» están en el fomento de un golpe de estado, es una de dos cosas: una delación, si realmente los denunciantes creen que esos dirigentes conspiran; o un crimen, aun cuando sea culposo, porque es lanzar la jauría en su contra. Por estos días se observa a altos funcionarios y al nuevo aspirante a sustituir a Nicolás Maduro, el gobernador del Táchira, centrados en Leopoldo López como responsable de disturbios, para lo cual la idea de que este busca un «atajo» no hace sino tenderle la cama a la represión.
Es obvio que hay disensos dentro de las fuerzas democráticas. Nada más natural. Sólo el debate clarifica y permite llegar a acuerdos. Hay un sector que estima que la única ruta conveniente es la que promueve la acumulación de fuerzas a través de las elecciones. Su argumento central es que otras acciones (paros, marchas a Miraflores, protestas violentas) han fracasado, mientras en las elecciones se ha ganado fortaleza. Lo conveniente sería prepararse para las elecciones parlamentarias de 2015 y luego a las presidenciales de 2019. Habría tiempo para organizarse y, eventualmente, ganar. Sin duda que esta postura tiene algún atractivo para los políticos: es previsible, permite que los chavistas de a pie se desencanten por sus propios medios y que Nicolás Maduro fracase, también por sus propios medios.
Frente a esta postura está otra. El país no espera porque no solo se desintegra el Estado capturado por las mafias, sino que la sociedad, agobiada por la escasez y el crimen, no aguanta más. El caos y la anarquía ya existentes han llegado a cotas inmanejables y por tal razón el reemplazo del régimen de Maduro debería hacerse cuanto antes. Sin duda que en el país hay quienes creen que la restauración de la democracia pasa por un golpe de estado, similar al de Chávez en 1992; sin embargo, no es esta la postura que promueven Ledezma, Leopoldo, María Corina y la MP.
Los dirigentes mencionados han planteado que el reemplazo de Maduro puede y debe hacerse dentro de las posibilidades que plantea la Constitución. Allí se contemplan instrumentos que pueden servir a ese propósito como son la renuncia de quien ejerce ilegítimamente el cargo de Presidente, el referendo revocatorio, la Asamblea Constituyente, entre otros. Esos son los medios a los que se han referido y para debatir su pertinencia han convocado a las Asambleas de Ciudadanos con el propósito de organizar y proponer una salida constitucional. Tanto las propuestas como los métodos sugeridos están enmarcados dentro de la Constitución que el régimen viola.
Quien esto escribe ha apoyado la idea de la Constituyente, pero no deja de reconocer que hay también razones para dudar de su pertinencia. Transmite la idea deseable del cambio no solo del Presidente sino de todos los jefes del poder público nacional; sin embargo no parece ser el vehículo adecuado en el momento actual, en un contexto lleno de urgencias, protestas y demandas de soluciones más inmediatas. Y con este CNE.
Un movimiento favorable a la renuncia de Maduro pudiera ser el instrumento más lógico, lo cual es tesis que se ha enarbolado en distintos momentos de la vida del país. En los 60 hubo el famoso y fallido «renuncia Rómulo» de la izquierda insurrecta; más adelante «los notables» se la solicitaron a Carlos Andrés Pérez, sin éxito; luego le fue exigida a Hugo Chávez en 2002, «la cual aceptó»; y ahora pudiera ser la salida a la catástrofe nacional. Todo legal, pacífico, constitucional y democrático. De manera que la acusación sobre la búsqueda de atajos y la sugerencia, nada velada, de que están en una estrategia golpista, es una contribución a la represión de dirigentes que solo cometen la incorrección de tener una posición diferente y defenderla con el coraje que se les conoce.
LOS FUNDAMENTOS. Los fundamentos de la visión del sector radical de la oposición es que la sola estrategia electoral no ha resuelto ni apunta a resolver la situación. No se postula desecharla; al contrario, se ha usado sistemáticamente con la sola excepción de la clamorosa abstención de 2005, luego abandonada en la cuneta por los dirigentes, entre ellos varios de sus autores. Se argumenta que la sola estrategia electoral puede conducir a crecer pero no a ganar si es que el objetivo es crear condiciones para sustituir al régimen actual. Por ello se podría decir, como dijo José Vicente Rangel en el Nuevo Circo, en el marco de su primera candidatura a la presidencia: «Estamos dispuestos a llegar al poder aunque sea por la vía electoral».
Por supuesto, hay cuestiones de interpretación. Para el sector oficial de la oposición las luchas hasta 2007 fueron un fracaso. Olvidan que estas movilizaron a la sociedad hasta niveles jamás vistos en Venezuela y América Latina, y consiguieron el objetivo de eyectar a Chávez. Quedó sembrada en la conciencia que tal objetivo era posible y se intentó, fallidamente, varias veces más. Hubo errores, pero lo fundamental fue que la sociedad se organizó y movilizó como nunca antes… ni después.
LO MILITAR. El trasfondo de este debate incipiente es el papel de la FAN. Hay quienes claman en contra del papel de los militares en una eventual transición como si se pudiera ignorar el hecho de que centenas de militares están en las estructuras de poder, son políticos y deliberan a diario. Nada más natural que procurar que la deliberación política de los militares derive hacia la recuperación de la democracia antes que hacia la gangrena dictatorial.
Lo único que realmente favorece un golpe de estado al estilo Chávez, un golpe seco, es hacerles ascos a los militares y no tener políticas definidas hacia la institución. Con estos no hay que reunirse furtivamente en las madrugadas sino plantearles algo muy simple, en forma pública y respetuosa: se les solicita que no cumplan órdenes ilegales o anticonstitucionales y se les exige que respeten sus deberes para la restitución de la vigencia de la Constitución. Ni más, ni menos. Eso ocurrió el 11A (lo del 12 fue otra cosa, lamentable); en ese día los mandos militares legítimos (no los conspiradores, sino los que habían sido designados por el mismísimo Chávez) recibieron la orden de reprimir la manifestación que avanzaba para solicitar la renuncia presidencial; se negaron a disparar a los ciudadanos y Chávez se quedó sin mando. Fue sólo eso. Ni más ni menos.
El país no resiste el clima de catástrofe en el cual se vive, en un momento en el cual ni la oposición tiene fuerza para acabar con el chavismo ni el chavismo la tiene para acabar con la oposición. Por esta razón, la transición hacia la democracia implicará acuerdos inevitables entre gente de ambos sectores. El diálogo para una transición manejable es el que ahora tendría más sentido.
Twitter @carlosblancog
www.tiempodepalabra.com