Opinión Internacional

La democracia fatigada

(%=Image(6434629,»R»)%)Nación – soberanía y democracia conforman ante todo tres conceptos – categorías y concreciones de la modernidad, las cuales ciertamente aparte de sufrir un proceso de transformación (la manera de concebirlas y pensarlas) como consecuencia de la globalización, están demandando como categorías y representaciones ser repensadas y resituadas en el momento actual en nuestra América Latina.

Son muchos los indicadores que nos revelan como señalará oportunamente Anthony Giddens (2000) vivimos un periodo crucial de transición histórica en los que debemos librarnos de los hábitos y prejuicios del pasado para controlar el futuro … El mundo en el que nos encontramos hoy, no se parece mucho al que pronosticaron. Tampoco lo sentimos de la misma manera. En lugar de estar cada vez más abajo nuestro control, parece fuera de el – un mundo desbocado –.

Lo cierto del caso es que nuestros códigos y coordenadas tradicionales (derecha e izquierda – solidaridad orgánica y mecánica – comunidad y asociación entre otros) hoy nos suministran pocas luces a la hora de dar cuenta de los cambios acelerados (tiempo – espacio) de los nuevos clivajes (autoritarismo – democracia) que nos definen como señala Ulrich Beck el advenimiento de la sociedad del riesgo.

Queramos aceptarlo o no, la nociones de “Nación – Soberanía y Democracia” están siendo trastocadas y demandan como en ningún otro momento de explicación y de tratamiento de parte de las ciencias sociales. Nuestra América Latina y la propia Venezuela no han quedado al margen de las transformaciones y cambios comentados anteriormente. Lo cierto del caso es que las identidades tradicionales y los mapas cognitivos que conforman nuestro imaginario colectivo bajo el rotulo de nación y que afirman ese valor como “soberano” atraviesan una suerte de vaciamiento y metamorfosis al igual que el entramado democrático.

Fernando Vallespín en su reciente obra “El futuro de la política” es partidario a que en la actualidad no hay que reinventar nada, pero si de re-comprender todo. De manera que la cuestión planteada por el pensador español es de percepción, de ajuste conceptual y de elaboración de nuevas categorías que permitan si una reinterpretación de las instituciones y proceso políticos, e igualmente de los actores y escenarios.

La democracia, la soberanía y la nación como tal no pueden quedar relegadas a meras etiquetas y categorías analíticas, sustraídas y vaciadas de contenido. Se demanda traducir, explicar y acercar estas concepciones y modos al ciudadano, a lo cotidiano.

Regulaciones y desregulaciones, aceleraciones y desaceleraciones, déficit y superávit, orden y caos, certidumbre y riesgo son cuestiones presentes en nuestros procesos.

Si bien es cierto la democracia como régimen y ordenamiento político, al igual que como ideal de libertad e igualdad de nuestros ciudadanos, se presenta en nuestros días como un valor aceptado integrante de nuestra cultura política democrática, no es menos cierto que los anhelos y promesas de la democracia en América Latina , chocan y se contradicen con la realidad, incertidumbre y deterioro de nuestros niveles de vida y de ciudadanía. La preocupación por la democracia se observa en nuestros días y en los más variados predios académicos, particularmente en las investigaciones en curso y en las más diversas publicaciones.

Ante este escenario y a la cada vez más evidente crisis (o transformación) de la política en nuestros países, signada y definida por el declive tanto de las grandes organizaciones partidistas, como de los grandes proyectos y del hombre público (ciudadano), cabe advertir el hecho de que las circunstancias responden a la necesidad de detenernos un tanto a repensar la democracia, a partir de los desafíos que asume la democracia en América Latina Repensar la democracia para nosotros, consiste en la propuesta y teoría desde y para América Latina (que tome en cuenta tanto los diversos modelos teóricos como las respectivas realidades) dentro de contextos políticos de reordenamiento social .

En la región encontramos algunos casos (empíricos) como Bolivia, Perú y Venezuela, que nos demuestran este fenómeno como una situación de crisis, reordenamiento y desinstitucionalización, signado entre otras cosas por el declive y descomposición de la política institucional. Es decir, registramos como nunca antes una creciente personalización de la política y del poder en detrimento de las instituciones políticas (institucionalidad democrática).

En este sentido, se ha observado en los últimos años el hecho de que la política “democrática” no debe reducirse a la simple toma de decisiones de un determinado grupo en el poder. La política debe ser vista antes que nada como proyecto, instancia de representación, deliberación y participación Sin embargo, como señala acertadamente Lechner “en la época reciente estamos registrando el cuestionamiento de Estado y de la política como instancias generales de representación y coordinación de la sociedad”

De manera tal que la propuesta de repensar la democracia en la región y en Venezuela , desde sus procedimientos e instituciones hasta sus contenidos y desafíos en el nuevo milenio, nos parece una tarea requerida, más que justificada en los actuales momentos de vaciamiento institucional y de retorno de nuevos actores políticos con proyectos cuyos contenidos no son necesariamente democráticos.

La realidad polifacética y heterogénea de muchos de nuestros sistemas democráticos, sometidos a diversos tipos de presiones, está exigiendo más afinados análisis y explicaciones. Estamos convencidos de que nuestras apreciaciones y diagnósticos, no pueden gravitar sobre los códigos y esquemas teóricos y conceptuales tradicionales. Nuestros regímenes, líderes, instituciones y prácticas políticas se debaten así entre la tradición (prácticas tradicionales) y la modernidad (innovación). De aquí que los procesos registrados estén exigiendo hoy en día un tratamiento y explicación más cercanas a la ciencia política y sociología principalmente.

Si la política de nuestro tiempo es realmente se encuentra en una situación difícil, Norbert Lechner llega a señalar “que la política ya no es lo que fue” , lo cierto del caso es que registramos un agotamiento de nuestros actores y formas de hacer políticas y consiguientemente un sinnúmero de planteamientos de autores tantos europeos como latinoamericanos que son partidarios en su gran mayoría de la imperante necesidad de repensar y redescubrir el verdadero rostro de la política, buscando con ello acercar nuevamente al ciudadano común que ha terminado aborreciendo a la política y asociándola con la traición.

Nadie pone en duda que nuestros políticos (mediocres y pragmáticos) y nuestras instituciones políticas, comenzando por los tan cuestionados partidos políticos, han contribuido notablemente con su actuación al descrédito de la política, y a la devaluación de la democracia como régimen político, se observa una carencia y falta de espíritu público, de vocación de servicio (en el sentido weberiano) que incorpore el “vivir para y no de la política”.

Es decir, el desdibujamiento de la política y principalmente de los actores políticos se ha traducido en estos años en una política reducida a la acción unos pocos, como actividad que tiende a privatizarse desde el momento en que se reducen los canales de participación, banalizándose el espacio público, con un colectivo que sólo adopta sea un papel pasivo e indiferente (no se involucra ni participa en política), o bien un papel activo negativo (cuestiona a la política, desarrolla aversión y rechazo).

Nuestros ciudadanos precisan de una política que aparte de democrática, promueva una mejor calidad, que supere la improvisación y el pragmatismo. El objetivo específico de esta reorientación de la política debe retomar a los partidos, cuestionar a sus dirigentes y por supuesto repolitizar al ciudadano, que demanda la ampliación del espacio público. La democracia no es algo dado per se sino que es algo que se construye día a día, partiendo de esta idea necesitamos conformar un nuevo imaginario colectivo.

El deterioro de los sistemas de partidos en la región coincide con una cierta fragilidad de nuestros sistemas democráticos que atraviesan serios problemas en su gestión y desenvolvimiento gubernamental, con una neta tendencia de aumento de demandas no acompañadas del aumento de los recursos y capacidades de los gobiernos, generando así situaciones de ingobernabilidad, entendiéndose esta última como déficit de la modernas democracias, caracterizado por el deterioro de la legitimidad de estás últimas, fenómeno que viene acompañado de altos niveles de ineficiencia. Los desafíos que en el momento actual asumen nuestras democracias, sometidas a presiones de diversa índole, provienen no sólo del exterior sino de las propias estructuras, condiciones y funcionamiento interno.

Si bien es cierto que estamos viviendo momentos de cambio y reordenamiento, principalmente en el campo de nuestras agencias políticas, estás atraviesan una suerte de fatiga y cierto declive, generando consecuencias importantes para el funcionamiento de nuestros sistemas políticos.

De manera que nuestras neodemocracias, particularmente sus principales actores, no sólo están reproduciendo viejos vicios y distorsiones, sino que registran aquellos que ha destacado tanto Norbert Lechner como Gurutz Jáuregui como importantes desfases entre las promesas y los logros, entre los ideales y los hechos, razón está por la cual se postula en palabras de Lechner “una democracia de lo posible” con mayores logros y satisfacciones ciudadanas, reduciendo la brecha entre la utopía y la realidad.

Concluiríamos que el resultado de la política como actividad degradada, no es otro que su incapacidad para aceptar a la democracia por sus virtudes intrínsecas, sino por los defectos de los otros sistemas. Y ésta es una opción por exclusión, señalando el hecho de que la democracia no sirve, simplemente se la soporta.

José Antonio Rivas Leone es politólogo – magíster en ciencias política
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