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Entre la incompetencia y la estupidez

En décadas, no se había vivido un año tan nefasto económica y políticamente como 2016. El desajuste en  materia económica, no tiene comparación.

Dos realidades distintas aunque vinculadas: la incompetencia y la estupidez. Su relación está determinada no sólo por la inopia que acusan las consecuencias en una situación así caracterizada. También, por una desvergonzada ausencia de condiciones que deberían provocar las reacciones necesarias para avanzar hacia propósitos en principio pretendidos. En términos de lo señalado, se tiene incompetencia o incapacidad cuando se trata enfrentar los cambios y tendencias que señala el pulso de los acontecimientos políticos. Pero sin que haya esfuerzo alguno que apunte a respuestas o soluciones eficaces. Por su parte, estupidez es cuando las situaciones incitan a actuar sin razones y argumentos de peso que contrarresten la pertinencia de medidas que propendan moderada o decididamente al desarrollo económico y social nacional.

La presencia de estas condiciones en medio de situaciones de gobierno, limitan y hasta cercenan objetivos cuyos destinos buscan aliviar los problemas que acompañan todo proceso que comprometa el devenir democrático de una nación. Aunque debe tenerse claridad de que si bien todo sistema político encauzado por postulados trazados por la teoría de democracia, es inherente a las libertades a partir de las cuales la sociedad expresa sus problemas ligados a su crecimiento y desarrollo, igualmente esos inconvenientes estimulan a que la sociedad se invente a sí misma. Abordar tales contrariedades o conflictos, significa su transformación, sus cambios. De esa manera, evita estancarse, anquilosarse y por tanto, anularse.

Pero lo explicado arriba, no quiere decir que por las susodichas razones, obvias por demás, los errores de un gobierno, responsable de la conducción de una nación tanto como del hecho de garantizar la prosperidad y bienestar de su población, deban y puedan justificarse o ampararse en las incapacidades y sandeces de sus gobernantes. Es decir, en sus incompetencias y estupideces. Eso no es otra cosa que la más descarada ineptitud capaz de condenar a un país a su ruina económica, social, política. Pero muy particularmente, a su destrozo moral.

En décadas, no se había vivido un año tan nefasto económica y políticamente como 2016. El desajuste en  materia económica, no tiene comparación. Incluso, hace 50 años, los indicadores económicos daban cuenta de una situación mejor que la que está padeciendo Venezuela. Desde la más alta inflación del mundo, pasando por una violencia extrema, una recesión impensable, niveles de escasez inimaginables, hasta niveles de inseguridad jurídica y financiera jamás pensados. Mucho menos, vistos. Al punto que la inversión extranjera decayó de modo abismal.

Mientras este desastre consume al país, al extremo de sentenciarlo a casi declararse en estado de secesión de pagos por deuda externa, o lo que la teoría económica denomina “default”, el alto gobierno simplemente se reduce a adoptar medidas que sólo tratan de acicalar la crisis mediante soluciones temporales que en poco o nada garantizan salir del atolladero. Paliativos que comprometen al sector militar al margen de sus ocupaciones naturales y deberes constitucionales. Atenuantes que no van al núcleo del problema estructural y que es de divisas. Particularmente, como resultado de la desmedida corrupción, tanto como de la torpe administración pública producto, precisamente, de la incompetencia de gobernantes que dirigieron la atención hacia lo político por encima de lo económico, lo financiero, lo institucional, lo jurídico-legal y lo ético.

Esto haría que el país pueda verse a reventar, toda vez que se ha proyectado que 2017 quedará sin los recursos suficientes para mantener el nivel de importaciones de insumos para la producción nacional, atender acreencias internacionales y para el pago de deudas tanto nacionales como internacionales. En 18 años de presunta revolución, el gobierno dilapidó más de 900 mil millones de dólares sin que haya procurado aprovechar tan incontable ingreso en convertir la nación en un país menos dependiente, más pujante, con mejor educación y óptimos niveles de justicia. A última hora plantea una solución equiparando sectores de la economía con motores sin advertir que la idea, además de absurda por el grado de ridiculez que muestra, desconoce la naturaleza de los problemas en su esencia funcional. Así como el escaso impacto que esto puede generar de cara a la crisis por la que atraviesa Venezuela si además se reconoce que tiene el riesgo-país más alto de América Latina lo cual ofrece la mayor desconfianza y temor a posibles inversiones extranjeras y locales que pudieran animarse. Sin duda que este cuadro de equívocos gubernamentales, sólo deja ver que el gobierno central se dio a la tarea de llevar adelante una gestión que se ha paseado entre la incompetencia y la estupidez.

“Cuando la incompetencia y la estupidez se apropian del funcionamiento de algún gobierno, mejor que no. Los problemas se expanden e incrementan en exacta proporción con el aumento de la violencia, el desgaste y el desconcierto afectándose casi todo hasta el colapso total”

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