El Plan Bush: mitos y realidades
El Plan Energético del nuevo gobierno norteamericano, presidido por George Bush Junior, tiene como premisas básicas el fortalecimiento de la capacidad de producción propia de ese país, a fin de solucionar su “excesiva dependencia y aun cualquier chantaje de países abastecedores extranjeros” y celosamente “preservar el estilo de vida norteamericano”. La ampliación del abastecimiento se lograría privilegiando la expansión de la producción propia de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) , aun en áreas hasta ahora vedadas como parajes naturales protegidos, y resucitando la industria de la energía nuclear; y, en segundo término, a través de la expansión en fuentes alternas de energía, incluyendo la solar, viento, etc. El Plan Bush también se basa en estimaciones que indican que la demanda de energía norteamericana aumentaría en un 30% en los próximos 20 años.
Aunque es perfectamente legítimo el interés de Estados Unidos de buscar su mayor autosuficiencia energética, el Plan Bush pretende hacerlo sobre basamentos altamente cuestionables o controversiales. La forma de vida norteamericana tiene sus virtudes, pero hay que reconocer que el consumo moderado no es una de ellas. Pretender mantener el estilo de vida norteamericano como algo “sacrosanto” sería algo muy poco de estadista y muy poco considerado para con el resto del mundo, habida cuenta de cuan consumista dicho estilo de vida ha sido, en términos del consumo energético y los recursos naturales, con severas consecuencias para la sustentabilidad de ese país y del planeta entero . Una nación donde la gente se ha acostumbrado a “comodidades” como limpiarse los dientes con un cepillo eléctrico o bajar el inodoro con un haz de luz electrónico automático, mal puede pretender un estilo de vida intocable. Evidentemente que hay margen para un estilo de vida mas sensato y menos consumista en la población norteamericana (como para otras del mundo, por cierto), y margen, por tanto, para una mayor conservación y eficiencia en el consumo energético de esa sociedad (de hecho de ello se vieron significativas muestras en la etapa post- crisis petrolera de 1973). Similares apreciaciones podrían hacerse de la proyección del crecimiento de la demanda que el Plan maneja, de acuerdo a “estimaciones” que no se aclaran cuales exactamente son o en que se basan. Si nos atenemos al pasado, ciertamente no se basan en la reciente experiencia histórica: en los anteriores 20 años, la demanda sólo aumentó un 5%. Y si nos atenemos al actual menguado crecimiento de la economía norteamericana, de visos estructurales, la gran cifra de aumento de la demanda del Plan Bush luce aun mas difícil de creer. Se concluye, pues, con la sospecha de que se trata de una cifra inflada para facilitar la invocación del coco de “crisis energética en puertas” a que apela el Plan Bush para justificar todos su grandes planes de resurrección y expansión en su industria nacional de combustibles fósiles y energía nuclear –a la cual no pocos atribuyen una gran influencia en el Gobierno. La conservación y mayor eficiencia energética podrían, por otro lado reportar, según calificados estudios, ahorros de hasta un 30% del actual consumo de ese país, si se emprendiera una política seria en dichos aspectos.
Ante todo lo anterior, el mundo responsable mal podría avalar al Plan Bush. Y los países de la OPEP, en particular, mal podrían sentirse obligados a seguirle garantizando suministros petroleros a Estados Unidos. o tener que tolerar presiones al respecto (algo a lo cual, a pesar de toda su pretensión de autosuficiencia, no renuncia el Plan). Garantías o presiones que, además de todo el nuevo costo ambiental y social para los países productores que significaría la producción adicional, rayarían en el condicionamiento de la soberanía de los mismos y sus aspiraciones de diversificar sus economías.
En adición a todo lo antes dicho, el casi olímpico desdén del plan Bush por el aspecto ambiental, que incluye elementos tan radicales como su deserción de los acuerdos de Kyoto sobre el calentamiento climático, su flexibilización de las normas ambientales y su pretensión de utilizar para la explotación petrolera emblemáticas reservas naturales como la del Artico norteamericano, han causado enorme oposición del resto del mundo y de la propia opinión pública norteamericana (que , a pesar de su adicción consumista, tiene al tema ambiental –en curiosa contradicción- como una de sus mayores preocupaciones). En el cuadro político, por lo demás, el Plan tiene que vérselas con un Senado que ha pasado al control demócrata y que está enarbolando contra Bush la bandera de la resistencia ambientalista. Esto último de particular importancia, en vista del gran peso que tiene dicha rama del Poder en el sistema norteamericano.
Por todo lo anterior, en suma, a nuestro modo de ver el altamente unilateralista Plan Bush, constituye un intento de hacer retroceder al “reloj de la historia”, que , por tanto enfrentará severos escollos, por lo menos en su forma actual, ante el peso de factores y realidades de fondo así como los nuevos valores mas participativos y multipolares que vive el mundo de Hoy. Por lo cual, el Plan seguramente tendrá que ser ajustado o modificado sustancialmente, a fin de que sea viable. En consecuencia, no sería aconsejable que ningún país se precipite a apostar por él o a comprometer sus intereses propios en función de dicho Plan, hasta tanto la actual situación de “acontecimientos en pleno desarrollo” no se disipe.