Francisco ‘Pancho’ Márquez: “Estar en la cárcel me sacudió el alma”
“Todo ha sido muy rápido y brusco. En un momento estás preso, luego eres libre e inmediatamente entras a otra prisión, pero emocional”, dice Francisco ‘Pancho’ Márquez a quien le tocó estar encarcelado 121 días por apoyar la recolección del 1% de las firmas para activar el proceso del revocatorio presidencial en Venezuela.
No es nada fácil su situación. A él le ha tocado vivir las dos circunstancias que, para muchos, son lo peor que le puede pasar a un ser humano: la cárcel y el destierro. Es que, como dijo su compañero del partido de Voluntad Popular, Carlos Vecchio, en una oportunidad: “Vivir en el exilio es estar preso del alma”.
El pasado martes 18 de octubre, Pacho comenzó a integrar la lista de venezolanos que se han visto obligados a meter a su país en una maleta y entregarse a lo que él mismo llamó “un exilio forzado”.
Y solo pueden hacer eso: intentar condensar en un bolso de 23 kilos los sueños, el trabajo, los estudios, los amigos, la familia y las alas cortadas con las cuales lucharon por la libertad de Venezuela. Pero el espacio del bolso no los deja. Es que cuando te obligan a dejar tu patria, queda un vacío en tu corazón que nada, absolutamente nada, podrá llenar.
“Me dieron diez minutos para recoger mis cosas e irme. Salí y vi a mi abuelita. Eso fue como a la 1:30 pm y a las 6:00 pm ya estaba montado en un avión”. ¿Para dónde compró su boleto? ¿Sería hacia Miami, Panamá, Madrid, Buenos Aires…? Qué importa. Más allá de una ciudad o un país, el verdadero destino de Pancho sería –y es– el mismo: exilio forzado.
Ironías de la vida. Aunque este joven pasó buena parte de su infancia en el exterior –entre los siete y los quince años estuvo con sus papás en Estados Unidos, mientras ellos hacían varios estudios de postgrado–, él siempre sintió que Norteamérica era un lugar de paso, porque su verdadera tierra se llama Venezuela.
Volvió en 2001 y desde ese entonces–a excepción de un breve tiempo en el que hizo una maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard– vivió en esta “Tierra de gracia”. Pero hace una semana todo cambió. Llegó a su destino, el que no deja de llamar “exilio forzado”.
Bueno, a decir verdad, la vida de Pancho dio un vuelco drástico hace unos meses, específicamente el Día del Padre (19 de junio). Él y Gabriel ‘Gabo’ San Miguel, ambos activistas de Voluntad Popular, fueron enviados al estado Portuguesa para apoyar el proceso de validación del 1% de las firmas para aprobar el referéndum revocatorio. “Mi mamá me decía: ‘Hijo, por favor, no vayas, eso es peligroso’. Pero yo insistí en que tenía que estar allá. Había un objetivo que cumplir”.
Salieron de Caracas en horas de la tarde. A eso de las 6:30 pm, cuando iban por el estado Cojedes, los detuvieron en una alcabala de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). En el carro había 3 millones de bolívares y 150 panfletos. “Hay gente que quizás no lo sabe, pero esos papeles que teníamos eran viejos, porque nosotros ni si quiera fuimos a repartir propaganda política. Algo que, cabe acotar, no tiene nada de ilegal”.
Lo cierto es que los guardias cambiaron su actitud drásticamente una vez que encontraron esos volantes. Los trasladaron al puesto de comando y dos horas después les dijeron que estaban detenidos. “Así de arbitrario y sencillo”, comenta Pancho. No hubo explicaciones, nadie les dijo cuál era el delito por el que se les acusaba. Más adelante les alegaron que estaban imputados por legitimación de capitales.
A la 1:00 am llegaron los funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) a interrogarlos, cosa que a Márquez le pareció bastante sospechoso, “porque tú no mandas a una institución como esa a investigar un caso de ‘legitimación de capitales’ en el que se está hablando de una suma de dinero tan baja”.
Luego de unas horas de interrogación, en la que los jóvenes se negaron a responder por no tener un abogado con ellos, los funcionarios del Sebin comenzaron a amenazarlos, diciéndoles que los ligarían con actos terroristas. Aún así, Pancho y Gabo se mantuvieron en silencio, así que los funcionarios lanzaron su última carta de jugada: “Como ustedes no quieren decir nada, vamos a llevarlos a Caracas, que allá sí lo harán”.
“Con todo el historial tan terrible que tiene el Sebin en el tema de torturas, yo me asusté, porque sabía que era una amenaza real. Comenzaron a tramitar el traslado, pero yo sospecho que para ese momento ya se había hecho un ruido en la prensa, por lo que ellos no pudieron actuar a oscuras”.
Como a los miembros del Sebin no les quedó más remedio que aplicar otras medidas, el funcionario que atendió a Pancho se despidió diciéndole: “Tienes suerte. Te lanzaron un salvavidas. Mándale saludos a tu jefe David Smolansky”, pues Pancho formaba parte del tren directivo de la Alcaldía de El Hatillo.
Una celda de 3 por 5
A Pancho no lo pudieron trasladar a la sede del Sebin, en Caracas, pero eso no quería decir que estaba libre ni en un lugar cómodo. En ese momento comenzó lo que él describe como un “cambio surrealista”. Lo metieron en una celda de 3 metros por 5, abarrotada con 19 personas, todas culpadas por delitos de diferente índole. “Obviamente sentí mucho miedo, porque no sabía con quién iba a convivir ni bajo qué circunstancias”.
Pero para sorpresa de Pancho, el recibimiento fue completamente solidario. “No solo me abrieron las puertas sino que me permitieron dormir bien. Al día siguiente, el desayuno era arroz blanco solo y tuvieron el gesto de darme una ración de más. Fue una manera de decirme: ‘estamos contigo”.
Así fueron sus primeras 48 horas. Luego de eso vinieron cuatro centros de reclusión y otras seis celdas. La última de ellas fue en la cárcel 26 de Julio, en San Juan de los Morros. Fueron meses en los que Pancho convivió con todo tipo de personas: acusados por violación, asesinato, narcotráfico, robo, asuntos políticos, estafas… unos culpables, otros inocentes, pero a fin de cuentas, todos eran lo mismo: presos.
“Estar en la cárcel me sacudió el alma. Entre tantas cosas feas que vi me di cuenta que no hay nada imposible de arreglar en el país”. En ese tiempo, Pancho aprendió que en la cárcel no hay dónde esconderse. “Ahí muestras lo que eres: lo bueno y lo malo”.
–¿Qué fue lo más fuerte que vivió en esos 121 días de prisión?
–Creo que oír las golpizas que le daban a otros presos. Allí le parten las costillas a la gente con los mazos. Una vez escuché cómo maltrataban a un compañero y él gritaba: “¡Por favor, no he hecho nada! Basta, basta. ¡Déjenme!” Ellos solo lo mandaban a callarse y le pegaban más fuerte. También recuerdo ver a personas desnudas esposadas corriendo en el patio bajo el sol del mediodía porque se intentaron fugar. La verdad es que fueron muchas cosas, y comprendí que no se trata de un tema “culpable o no”. Es que allí el trato es inhumano, y eso no se lo merece nadie.
–Dicen que aún las peores experiencias nos dejan una enseñanza. Según su opinión, ¿qué aprendizaje nos deja a los venezolanos este momento histórico?
–Creo que lo más importante es que los venezolanos aprendimos a amar más a esta nación. Sé que hay mucha rabia por toda la injusticia, pero una vez que salgamos de este momento, tenemos el reto de convertir la indignación en ganas de reconstruir el país. Eso sí, jamás debemos olvidar este momento, para que no se vuelva a montar un Gobierno represor que, además, ha generado miseria y pobreza.
¿Y ahora qué?
Muchos podrían pensar que Pancho ya no tiene más nada que hacer por Venezuela, sino esperar a que este proceso culmine, pero no es así: aún desde la distancia, él continúa luchando por la libertad de su país. “Yo ahorita no estoy de brazos cruzados. Más bien me ocupo en denunciar la realidad que viví para que más nadie en Venezuela pase por algo así”.
Según su opinión, aunque la sociedad sabe que acá existen presos políticos, “hace falta crear más consciencia sobre la tortura que el Gobierno aplica a los detenidos”.
El caso es que Pancho sigue preso en su interior. El hecho de no poder estar en su tierra, aunque es su mayor anhelo, hace que cualquier lugar del mundo sea comparable a la celda de 3 por 5. Pero no le queda más remedio que hacer de tripas corazón y avanzar.
Avanzar por su verdadera libertad y la de aquellos que viven la misma condición; avanzar para que suelten a los compañeros que están tras las rejas sin razón alguna; avanzar para que, incluso, quienes deben permanecer en prisión, puedan tener un trato humano. En fin, avanzar. Su destino podrá ser el mismo –exilio forzado–, pero él sabe que se encuentra en un lugar de paso. “Lo mejor es lo que viene. Nos vemos pronto, Venezuela”.