Opinión Internacional

La integración desintegrada

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De la rueda de prensa de los embajadores Germán Bula Escobar de Colombia, Jesús Puente Leiva de México y el viceministro de Cultura de Venezuela Manuel Espinoza, celebrada el martes 27 en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas “Sofía Ímber”, se colige que los mariachis venezolanos son colombianos, que muchos colombianos piensan que el Alma llanera es colombiana y que muchos venezolanos creen que las rancheras son venezolanas.

Alguna vez tuve esa experiencia cuando un grupo de latinoamericanos cantaba en la Plaza San Marcos de Venecia. Había ecuatorianos, venezolanos, mexicanos, argentinos, que cantaban cualquier pieza latinoamericana como suya. Luego supe que había sido un encuentro fortuito cuando el combo se dispersó y cada uno se fue con su música a otra parte. Después hay quien teme por nuestra identidad cultural.

(%=Image(«/bitblioteca/img/integracion.jpg»,»r»)%)Todo latinoamericano culto conoce a Bello, Borges, Botero, García Márquez, Henríquez Ureña, Reyes, Villalobos, Soto. Más de un español despistado ha dado a un caraqueño una carta para alguien que vive en Guayaquil. Todo el mundo nos percibe como conjunto integral e integrado, salvo nosotros mismos, que nos sorprendemos por estas cosas que vengo prosando y percibimos tantas diferencias en la gente del mundo que más se nos parece. Hasta los pitiyanquis son criollísimos. ¿Acaso no es venezolana la ranchera, si vive entre nosotros como algo cotidiano?

Por eso sorprende que un continente como la parte hispánica de este, en donde los rasgos culturales, históricos, religiosos y políticos son los mismos, tenga tantas dificultades para integrarse de un modo consciente. Si el mosaico europeo pudo, ¿por qué nosotros no? Nuestra integración ha vivido como un magma invisible que una que otra vez hace erupción en fenómenos como el Boom Literario Latinoamericano o las diversas explosiones musicales compartidas por todo el continente, con epicentros diversos: Buenos Aires, La Habana, Lima, Río, Santo Domingo.

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En esta última ciudad se celebró la semana pasada el XII Foro de Ministros de Cultura y Encargados de Políticas Culturales de América Latina y el Caribe. Con ese cuantioso título —que designa no pocas vacilaciones— se intentaba nombrar un progreso tímido en nuestra integración. Tan tímido que algunos ministros dudaban poner la palabra integración en la Declaración Final.

Hay algo que habla muy bien y muy mal de Venezuela en todo esto. Los ministros y demás dieron con dos decisiones sabias: un fondo editorial para recoger textos de los “forjadores de América” y un sistema de investigación y formación sobre nuestro continente. Lo que habla bien de Venezuela es que ya aquí creamos hace décadas una Biblioteca Ayacucho, un Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” (Celarg) y un Centro Latinoamericano y del Caribe para el Desarrollo Cultural (Clacdec). Habla mal de Venezuela que los ministros no se dieran por enterados de su existencia.

En esas instituciones ha habido más aciertos que errores y en ellas la excelencia no es extraña. De lo que se trata ahora es de coordinarlas, perfeccionarlas y que desplieguen su vocación plena hacia todo el continente. Un bello desafío que entusiasma asumir.

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