El cine musical, un género que se va y vuelve, por Aquilino José Mata
Paralelamente al surgimiento del cine sonoro -o diríamos más bien, como consecuencia de éste-, entre los grandes lanzamientos de Hollywood figuran las películas musicales. No en balde, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas le concedió en 1928 un galardón especial a El cantor de jazz (The Jazz Singer, 1927), una producción de los estudios Warner, dirigida por Alan Crosland, que además de ser el primer filme con sonido, se erige también como pionero en la historia de este productivo género.
A partir de allí, el musical cinematográfico, a tono con los avances de la industria, se fue haciendo cada vez más sofisticado y eficaz en su puesta en escena, dando lugar a obras tan notables como Rose Marie (1935), de W. S. Van Dyke, que hizo de sus protagonistas, Jeannette MacDonald y Nelson Eddy, dos estrellas de renombre, de la misma manera que La alegre divorciada (The Gay Divorce, 1934) y Sombrero de copa (Top Hat, 1935), ambas de Mark Sandrich, catapultaron a Fred Astaire y Ginger Rogers.
Con el paso del tiempo, el público llenó las salas y convirtió en éxito títulos memorables como Melodía de Broadway (Broadway Melody, 1938), de Roy del Ruth; El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming; Cita en San Luis (Meet Me in Saint Louis, 1944), de Vincente Minnelli; Desfile de Pascua (Easter Parade, 1948), de Charles Walters y Un día en Nueva York (On the Town, 1949), de Stanley Donen, en donde brillaron estrellas como Gene Kelly, Rita Hayworth, Judy Garland, Ava Gardner, Frank Sinatra y Betty Grable.
En la década de los años cincuenta, un período de gran esplendor, la Metro Goldwyn Mayer lanzó películas míticas como Cantando bajo la lluvia (Singin’in the Rain, 1952), de Gene Kelly y Stanley Donen, considerada por muchos la obra maestra del género, cuyo reparto encabezaron Kelly, Donald O’ Connor, Debbie Reynolds y Cyd Charisse, así como Un americano en París (An American in Paris, 1951), Gigi (1958) y Brigadoon (1954), las tres dirigidas por Vincente Minnelli.
Durante la década de los sesenta, se alternaron producciones influidas por estilos como el pop y el rock, al estilo de ¡Qué noche la de aquel día! (A Hard Day’s Night, 1964), de Richard Lester, estelarizada por los Beatles, con otras más clásicas, como la taquillera West Side Story (1961), de Robert Wise y Jerome Robbins, premiada con diez estatuillas del Oscar; Mi bella dama (My Fair Lady , 1964), de George Cukor; La novicia rebelde (The Sound of Music, 1965), de Robert Wise y Mary Poppins (1964), de Robert Stevenson.
Los años setenta fueron fundamentalmente de adaptaciones de obras estrenadas en Broadway o en el West End londinense, entre las que destacan la excelente Cabaret (1972), de Bob Fosse; Violinista en el tejado (The Fiddler on the Roff, 1971), de Norman Jewison y El hombre de La Mancha (Man of La Mancha, 1972), de Arthur Hiller. Pero también surgieron dos parodias que marcarían época, ambas con un tono experimental: El fantasma del Paraíso (Phantom of the Paradise, 1974), de Brian de Palma y The Rocky Horror Picture show (1975), de Jim Sharman, suerte de imanes para un público juvenil que luego se engancharía con producciones muy marcadas por la industria discográfica, como Fiebre del sábado por la noche (Saturday Night Fever, 1977), de John Badham, y Grease (1978), de Randal Kleiser.
En los ochenta, la decadencia del musical cinematográfico resultó notoria, con alguno que otro hallazgo de recaudación, como la hoy envejecida Fama, de Alan Parker. ¿El culpable? Un formato televisivo, el video-clip, heredero de su estética y atributos, pero esta vez en función de la promoción de canciones.
Regreso con buena salud
Aunque los años dorados del musical en el cine pasaron, no se puede hablar de un agotamiento del género, pues cada tanto vuelve a brillar con muy buena fortuna. Para confirmarlo, basta apelar a los recientes casos de Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001), Chicago (Rob Marshall, 2002), Dreamgirls (Bill Condon, 2006) y Les Miserables (Tom Hooper, 2012). Y no solamente esto, pues una de las favoritas para llevarse el Oscar a la mejor película en la ceremonia de 2017 es nada más y nada menos que un musical.
Se trata de La La Land, el segundo largometraje del estadounidense Damien Chazelle, el mismo que cautivó al mundo del cine con su ópera prima Whiplash, nominada el año pasado a cinco premios de la Academia, entre ellos el de mejor película, de los cuales ganó tres. La historia está ambientada en Los Ángeles y es un homenaje a la Edad de Oro de los musicales de Hollywood. Ryan Gosling encarna a un pianista de jazz que se enamora de una ambiciosa actriz de Los Ángeles, interpretada por Emma Stone.
La La Land abrió la más reciente edición del Festival de Venecia, donde obtuvo inmejorables críticas y Emma Stone recibió la Copa Volpi a la mejor actriz. De allí pasó al Festival Internacional de Cine de Toronto, considerado la antesala del Oscar, y terminó con la elección por parte del público como la mejor película de la muestra, un honor que le abre el camino a los máximos galardones de Hollywood.
Y como para demostrar que el género no tiene tan mala salud, Rob Marshall dirigirá el año próximo la continuación de Mary Poppins, con un elenco encabezado por Emily Blunt y Lin-Manuel Miranda, mientras que Tom Hopper llevará a la pantalla grande Cats, de Andrew Lloyd Weber. Por otra parte, el realizador británico Stephen Daldry tiene muy avanzados los preparativos de la versión al celuloide del musical de Broadway Wicked. Sin duda, buenas noticias para los fanáticos del cine con bailes y canciones.