Eva Ekvall, una luchadora que sí venció
El sueño de toda niña: ser Miss Venezuela. El de ella: ser cualquier otra cosa menos una beldad criolla. Pero lo fue. Sí, participó por “chalequeo” y porque quería ganarse un carro. Y lo logró. La llegada del segundo milenio coincidió con su coronación como la máxima exponente de la belleza del país. Pero en la vida hay luchas más importantes que alcanzar una corona, ¿no? Por ejemplo, vencer el cáncer. A ella le tocó, y aunque al momento de su muerte muchos pensaron que perdió la batalla, a estas alturas se confirma que es toda una ganadora. Acá le contamos porqué.
Eva Mónica Anna Ekvall Johnson –o simplemente, Eva Ekvall, como todos la conocieron– nació el 15 de marzo de 1983, en medio de una sociedad en la que se invierte muchísimo más dinero en la belleza que en la salud. Lo absurdo de esto, según alegó ella misma en una oportunidad a la agencia Efe, es que “si estás enferma, jamás te vas a ver bella”.
Claro, esta realidad la conoció a la edad de 27, cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Diez años antes, Eva portaba la banda de Miss Apure en el certamen de belleza más importante del país, el cual le abrió muchísimas puertas pero también le dejó un sabor agridulce. “Ser una niña de 17 convertida en la Barbie de Osmel Sousa no fue fácil y mucho menos cuando se lucha con los complejos”, dijo en otro momento a la revista Estampas Larense.
En su época de reina tuvo que someterse a cirugías estéticas en nariz, orejas y senos. Toda una inversión millonaria para lucir hermosa, pero –nuevamente– “si estás enferma…” El resto de la frase está de más.
“Tenemos que hablar”
12 de febrero de 2010. Suena el teléfono. Eva contesta. Es su médico. Su voz se escucha grave y perentoria: “Tenemos que hablar hoy mismo”.
“En cuanto presioné la tecla que finaliza la llamada, comencé a temblar”, reseñó la artista en su libro Fuera de foco. Días antes, Ekvall se había hecho unos exámenes para descartar un tumor maligno. Por eso intuía perfectamente por dónde iban los tiros.
Y no se equivocó: ese día comenzó su larga batalla. Una pelea en la que el compañero de guerra fue el periodista colombiano John Fabio Bermúdez, su esposo.
Para el 10 de marzo de ese año, Ekvall ya tenía casi un mes de haberse sometido a su primer tratamiento de quimioterapia. Ese día se rapó la cabeza y publicó en su cuenta de Twitter: “Ya sé lo que se siente no tener un pelo de tonta”.
Las sospechas
Mucho antes de ese fatídico día –12 de febrero–, Eva tenía la preocupación de que algo grave podía suceder. No solo por sus antecedentes familiares –su abuela y su tía sufrieron el mismo cáncer– sino porque durante el embarazo de su hija Miranda, aparecieron unos ganglios en su seno izquierdo a los que prefirió no prestarles mucha atención.
Sin embargo, cuando nació su pequeña, Eva no pudo amamantarla porque padecía terribles dolores en su seno. Además, no salía ni una sola gota de leche. Eso fue poco más de seis meses antes del día en que le dieron la noticia.
“En ese momento se me aguaron los ojos y pensé en mi familia, en la injusticia del asunto, en las ganas que tenía de gritar y, sobre todo, en mi ignorancia injustificable. Yo no tengo excusa, he debido examinarme antes, tengo meses viéndome un cáncer gigante en la teta y nunca me di cuenta. Estúpida, estúpida, estúpida”. Palabras de Eva en su libro Fuera de foco.
Como ella no quería “dramas de ningún tipo” –suficiente tenía con manejar semejante situación– decidió agrupar a sus seres queridos en correos electrónicos masivos, y los mantenía constantemente informados. Esos mails, junto a las fotos que le tomó Roberto Mata, se convirtieron en su libro.
Al mal tiempo…
Una de las armas que Ekvall usó para defenderse de este temible compañero fue el humor. En sus correos solía hacer comentarios que le robaban sonrisas a sus familiares y amigos: “Debo decir que el look Sinead O’Connor me luce estupendo. La modestia la dejé en el quirófano”, “Sé que parece que este e-mail lo escribí luego de una sobredosis de Paulo Coelho”, y como esas, muchas otras frases que la ayudaban a sobrellevar el dolor.
“Me gusta ver las cosas con sentido del humor, pero tampoco es tan fácil –contó Eva a la revista colombiana Cromos–. No es que desde el día que me diagnosticaron yo me estuviera riendo, pero con el tiempo no me quedaba otra opción. Era mi arma, mi forma de defenderme, aunque la verdad creo que eso ayudó más a mi entorno. Así era: en momentos incómodos o de dolor yo soltaba un chiste para que supieran que no debían ponerse mal conmigo”.
Fue pasando el tiempo, y entre sonrisas y lágrimas, el cáncer iba debilitándose, mientras que cada día se veía a una Eva más fortalecida. De hecho, luego de varios meses de lucha, todo parecía indicar que ya ese compañero amenazante había desaparecido.
Pasado el tiempo –y la enfermedad–, Eva se convirtió en toda una líder en el tema de la lucha contra el cáncer de mama, siendo vocera de la fundación Senos Ayuda, que está a cargo de Bolivia Bocaranda, sobreviviente de esta enfermedad.
Pero meses después, su enemigo volvió con más fuerzas, pues llegó para minar otras partes de su organismo. Eva siguió combatiendo, pero cada día con menos ganas de seguir. Estando en una clínica de Houston sufrió una neumonía por las bajas temperaturas de la ciudad. “No tenía defensas, pero ya había decidido irse. Días antes había hablado con sus doctores. Yo lo ignoraba”, confesó su esposo a El Diario de Caracas. “Tomó la decisión después de una intervención. Permaneció una semana en terapia intensiva, se cansó de luchar y decidió irse. Se fue”.
“Y en silencio, pues jamás se me ocurrió decirlo en voz alta, me preguntaba: ‘¿Qué va a pasar cuando muera?’ ‘¿Qué va a pasar con mi hija?’ ‘¿Cómo John Fabio va a superar esto?’ Se me iba el tiempo tratando de entender cómo toda esta historia tan espectacular iba a terminar en forma tan trágica”, dijo ella una vez cuando pensó que la tortura ya había terminado.
“Perdió la batalla”, pensarán muchos, pero no es así. Dicen que cuando nos volvemos trascendentales, cuando somos capaces de impactar la vida de otros con nuestro testimonio, sabemos que hemos cumplido el propósito para el cual fuimos diseñados. Puede que Eva Ekvall esté muerta, pero a casi cinco años de su fallecimiento, su memoria está más presente que nunca. Ella no buscaba ser un símbolo de nada, mucho menos una guía espiritual de nadie, pero su vida la convirtió en un ejemplo para muchas mujeres que padecen el mismo mal. Aunque el cáncer disfruta ser un entrometido, no logra ser más importante que aquella persona que lucha en su contra.
“Le agradezco al cáncer el haberme devuelto mis ganas de vivir. Un compañero que me dijo que estaba haciendo las cosas mal, el único que se atrevió. Gracias, cáncer, por recordarme quién soy y de qué soy capaz”. Eva Ekvall en su libro.