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Premio Nobel de la muerte

Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos.  Carlos Fuentes

Ahora que estamos en tiempos de resarcir la culpa que Alfred Nobel experimentó por haber inventado la Dinamita –  la terrible y mortífera TNT –, se anuncian los premios instituidos para lavar la conciencia de su promotor. Ciertamente, son muchos y buenos los reconocimientos que otorga la impoluta Academia Sueca, pero son insuficientes a la luz de la terrible realidad de un mundo concebido para la guerra y no para la paz. Los Nobel otorgados para los frustrados y criticados ganadores… No le enmiendo la plana a la academia que habita en un distante frío a varios grados bajo cero. Solamente me propongo – como ciudadano cosmopolita y universal que soy – proponer un nuevo Nobel que se adapte a las dramáticas y convulsas realidades de un aguerrido siglo XXI, el de la muerte.

Muchos son los candidatos para optar por el preciado galardón, pero ninguno como el Designado por Hugo Chávez Frías para que continuará la sistemática destrucción de un pacífico y feliz país. Las cifras y los hechos hablan por sí solos: morgues abarrotadas, pacientes decedidos por falta de medicinas o de condiciones sanitarias, niños enterrados en ataúdes de cartón, ancianos que mueren poco a poco de hambre en los geriátricos de la Revolución Bolivariana, madres y abuelas que mueren de infarto e insolación en las interminables colas del Proceso para – sin éxito – conseguir un magro pollo, un kilo de azúcar o de Harina PAN, un pañal o el medicamento que farmacia tras farmacia no se consigue.

La Venezuela socialista es ciertamente roja – rojita, teñida diariamente por la sangre derramada a borbotones por los sufridos súbditos bolivarianos en autopistas, calles, escaleras, trochas y veredas de las urbanizaciones y barrios de las sufridas comarcas revolucionarias. No se dan abasto los cuerpos policiales – los que no están revolucionariamente envueltos en asesinatos, secuestros, robos, extorsiones y atracos – para levantar los cadáveres de los humildes venezolanos que yacen por hora en las calles esperando la destartalada furgoneta de unos forenses que se cuentan con los dedos de la mano mezquina del socialismo de siglo XXI.

Ciertamente el actual dirigente incontestable e incuestionado líder de un socialismo asesino – amparado por unos militares que saben que están sentenciados a promover la guerra contra los escuálidos, pitiyanquis y apátridas enemigos de la Revolución Bolivariana -, ya la historia los juzgará. Lo cierto es que nuestro Designado si no obtiene el Premio Nobel de la Guerra, seguramente obtendrá por unanimidad el de Química: porque todo lo que toca lo convierte en Mierda socialista.

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