La moneda nacional
Antonio Guzmán Blanco, Presidente de la República en 1879, decretó la creación del bolívar como moneda nacional. Este medio de cambio había sustituido al “venezolano” que se había creado tres años antes y que a su vez había sido precedido por el “peso venezolano” de 1811. Ya, para 1787, circulaban en Venezuela, monedas emitidas en España por orden de Carlos III, para que circulasen en el Caribe.
Esta moneda emitida de acuerdo con el decreto de 1879 fue una de las más fuertes de Latinoamérica, hasta que después de muchos avatares, el gobierno de Hugo Chávez Frías, con un ladino método de “reconversión monetaria” lo dividió por mil y hoy nos encontramos que en ese breve lapso de ocho años y medio, la moneda venezolana ha perdido valor cientos de veces.
Si hacemos abstracción de la historia de la moneda en el mundo y tratamos de definir las razones de su valor, encontramos que es la consecuencia de la percepción que tiene el mercado de lo que produce y de lo que consume el país emisor y de la calidad tanto de su ciudadanía como de su gobierno.
Existen diversas tendencias en el mundo que describen la actitud de una nación ante su moneda. Íntimamente ligado con ello están las políticas que rigen a los bancos centrales, cuya obligación primaria es el resguardo y mejor uso que se le debe dar a la moneda nacional.
Paralelamente, para lograr los mejores objetivos, debe existir una estrecha correspondencia entre la política monetaria conducida por el banco central y la política económica conducida por el gobierno, para que la comunidad, amparada en las disposiciones legales, encuentre las mejores condiciones para desarrollar sus actividades, debidamente escogidas entre el catálogo general y adecuado a sus capacidades y preferencias.
Ampliamente sabido es el accidente que se produce cuando el gobierno de un país adelanta políticas perniciosas para el conjunto de su sociedad. Algunos de los vicios y defectos los encontramos en el intervencionismo abusivo del Estado en las actividades de su ciudadanía.
Otro vicio ampliamente utilizado es el desorden regulatorio y de control que generalmente acompaña y esconde un endeudamiento irracional y poco productivo. De este vicio, Venezuela tiene experiencias contundentes.
Los entes conductores de la política de un país, tienen la tendencia de apropiarse de funciones que no les corresponden. Estos eventos llegan a niveles de abuso que son inaceptables y que conducen irremediablemente al divorcio entre los intereses del sector político y lo que quiere y le conviene a la ciudadanía. Estas actitudes son el pasto alimentador de descabellados ejercicios políticos que afectan la estabilidad de la nación y que están perfectamente representados en Latinoamérica por las acciones y movimientos que se han intentado y adelantado por el llamado Foro de São Paulo, que tiene como actividad y función principal, “comunizar”, de acuerdo con las prescripciones de La Habana, a todas las naciones de la región.
Debemos presentar nuestras excusas por acudir al recurso de plantear un panorama tan amplio y complicado, pero en el análisis de la situación de la moneda nacional, tienen importancia casi todas las distintas facetas del acontecer de una nación. Sentimos y estamos convencidos de que solo estamos mencionando, que no analizando, un sector que hemos considerado hoy, el más importante.
Regresando al centro de la opinión sobre lo conveniente y adecuado para las monedas de las naciones, nos queremos referir al respaldo necesario para que su valor esté representado de la mejor manera. Aquí hace falta referir las disposiciones que se establecieron cuando la emisión de monedas requería del respaldo de metales nobles. Aquella era una ecuación que ponía freno a la desmesurada emisión de medios de pago.
Nada puede sustituir al diseño de las mejores políticas económicas y monetarias, que el apego a la ortodoxia y a la prudencia. La audacia política en el campo económico es muy peligrosa y conduce por caminos poco convenientes.
Viniendo al escenario venezolano, descalificaremos la manera como se han conducido las políticas económicas y monetarias del país. La consecuencia es evidente: Venezuela es hoy el país del mundo con la inflación más alta de toda la tierra, nuestra moneda no sirve para nada y su utilidad, para nuestra ciudadanía, es nula. Los ingresos del ciudadano trabajador no le alcanzan para darle a su familia una vida digna, estamos ante la dictadura del despilfarro, del endeudamiento y de la corrupción.
Para finalizar estos pensamientos un tanto desordenados, mencionaremos dos posibilidades que se nos presentan ante la encrucijada económica devastadora.
Si convenimos en que Venezuela ha sido víctima de un proceso vil de destrucción estructural y que hoy estamos en presencia de una economía que tiene un solo y débil soporte en la también destruída empresa y producción petrolera, debemos recomendar que la política monetaria venezolana vincule tanto el valor como las regulaciones de nuestro bolívar al desempeño de nuestro único sostén económico, el barril de petróleo.
La otra opción, que tendrá la oposición tanto del sector político como de los trasnochados nacionalistas, es la que tiene buenos ejemplos en países hermanos como Panamá y Ecuador. La dolarización oficial de nuestro signo monetario, que entre otros atributos, tiene la bondad de colocar lejos de los deseos de políticos viciados, las decisiones que afectan a nuestro medio de pago.
Ambos caminos, que aquí son solo nuestras ideas, requieren del análisis de los especialistas y de los pasos necesarios que demuestren su bondad relativa, si la tienen.