Opinión Internacional

La balsa del olvido

I

Los gobiernos, por lo general, son más tercos que los pueblos, y pueden llegar a niveles de desidia tan altos que hasta olvidan quién es el que manda y quién es el mandado. Después de casi diez años de finalizada la guerra fría, Estados Unidos mantiene su equivocada medida de embargo económico contra el régimen de Fidel Castro, y no hay comité de derechos humanos que se lo reclame ni baño en el mar de la felicidad que los convenza.

Si bien durante la administración de Ronald Reagan y de George Bush, tal retaliación era la esperada, por el signo ideológico que los definió, que un liberal como Clinton no se haya atrevido a levantar el bloqueo -y sin pedir nada a cambio- sólo se entiende si se acepta la indiferencia como la mejor manera de actuar frente al régimen dinosáurico de La Habana, incapaz ahora de promover un movimiento guerrillero en el patio trasero de Washington o de convertirse en un ejecutor de acciones terroristas de bajo o alto impacto.

Para su propio interés interno, Bill Clinton se ha dedicado a actuar sobre los puntos que son vitales para sus gobernados, sin importarle que sus políticas coincidan con las de sus adversarios republicanos, como la miopía para tratar el tema cubano. Casi al final de su mandato, el huésped de la Casa Blanca puede presentar resultados bastante exitosos en relación con la inflación, el desempleo, la eliminación del déficit fiscal, la reducción de la gigantesca deuda gubernamental, y, por si fuera poco, el papel de gendarme mundial que ha venido cumpliendo en los Balcanes y sus inmediaciones no ha implicado pérdidas de vidas americanas, bajas que pocos entenderían en Kansas o Missouri. Sin embargo, pareciera que su política frente a Cuba es esperar que la señora de la guadaña obligue a buscarle sucesor de Castro. La inactividad.

II

Con el embargo económico a Cuba, Estados Unidos ha perdido mucho y no ha obtenido ninguna de las ganancias políticas que buscaba: no derrocó a Castro, no desenmascaró la ineficacia del régimen ni ha debilitado el orgullo nacional del pueblo cubano. Al contrario, Fidel Castro ha aprovechado el bloqueo para justificar sus fracasos y hasta la ausencia de libertad.

No es una posición ilusa esperar que mañana, sin mediar palabra ni reuniones previas, Washington levante las sanciones contra La Habana. Sería el comienzo de una relación pragmática y productiva, que beneficiaría al gobierno de Estados Unidos y al pueblo cubano, con repercusiones tremendas en el régimen castrista.

Después de 40 años de revolución, lo único que la mantiene en pie es el bloqueo, porque hasta Castro ha empezado a trastabillar, y parece que los asesores en asuntos cubanos del Departamento de Estado no se dan cuenta. Si no, cómo explicar esas grandes movilizaciones que ha convocado -que recuerdan aquella zafra por las diez millones de toneladas de azúcar- para exigir la devolución del niño balsero. Tiene que ser la vejez o alguna otra modalidad de decrepitud lo que ha llevado a semejante líder a dedicarse a un asunto tan cotidiano. Cientos de ellos son resueltos en los tribunales diariamente, sin que nadie se entere. La Unicef, por nombrar la organización más conocida, maneja cifras escandalosas sobre casos de niños de todas las nacionalidades y colores que son secuestrados por sus propios padres u otros familiares, sean abuelos, tíos y hasta primos. Si bien en el caso de Elián, Castro tiene la razón -el niño debe estar con su padre, no importa el hambre que tenga que pasar-, algo debe estar ocultando ese viejo zorro de la política, de la movilización de masas y de la desinformación para que ocupe las primeras páginas de todos los periódicos del mundo. Si Castro vendiera hojillas, nadie se dejaría la barba.

III

Si en Washington hubiese un régimen similar al de La Habana, todo se hubiera resuelto con una llamada telefónica, y hasta por intermedio de un mensajero mudo. Es más, pongamos el asunto al revés, si Elián hubiera escapado de Florida y naufragado en Varadero, habría sido devuelto a su padre en Miami sin haber probado los helados Copelia y sin haber montado una de esas bicicletas chinas que abundan en la isla. Sin necesidad de tribunales, ni procuradurías de menores, Castro habría ordenado que se le diera un ticket de primera clase en Cubana de Aviación y, por la vía de un, dos, tres, muchacho feliz con papá. No ha ocurrido porque la democracia estadounidense y el imperio de la ley se fundamentan en el equilibrio de los poderes, que impide que ninguno se imponga sobre el otro. No importa cuánta razón se tenga o las buenas intenciones, sino que debe probarlo. Y eso requiere tiempo, refutaciones, testigos, tiempo.

IV

En alguna parte, alguien escribió que la revolución cubana dejó de ser un sueño y se convirtió en una pesadilla, cuando obvió la ley, burguesa o no, y empezó a fusilar tras juicios sumarísimos, y hasta sin haber juzgado a las víctimas del paredón. Como subordinó la justicia al logro de determinados objetivos políticos, pervirtió a la una y a los otros. Mucho antes de la autocrítica de Ernesto Padilla, el mar cubano no era de felicidad, y no importa lo que cantara la Nueva Trova. Elián pisará las calles de La Habana nuevamente.

V

La humanidad no ha llegado a tal grado de irracionalidad como para que arriesgue la existencia y la paz por defender el derecho de un niño a vivir con su padre. Washington no va a activar su arsenal atómico para evitar que un comando del G-2 se lleve a Elián por las buenas o por las malas. Quizás ni El Vaticano arriesgaría su estabilidad en procura de la felicidad de una criatura a la que nadie señala como el nuevo hijo de Dios, tampoco ha demostrado tener una inteligencia excepcional ni parece ser el poseedor del secreto de la piedra filosofal. No. Es una telenovela fraguada por Castro, que se aprovecha de los vericuetos de la justicia norteamericana para darse un baño de opinión pública, «a nivel mundial», como erróneamente repiten la BBC y Unión Radio. Quizás la población cubana está ahora más ganada para pedir moros y cristianos que el regreso de Elián, porque es otra boca que alimentar y otra cartilla de racionamiento.

VI

Si Washington aprovechara el momento histórico -no la comedia de Elián, sino el fin de un gobierno exitoso- para levantar el embargo económico a Cuba, le arrebataría a Castro la excusa con la que ha justificado 40 años de fracaso y lo obligaría a realizar otro tipo de protesta en las calles de La Habana, quizás para pedir más inversiones extranjeras o condones y certificados de salud para las jineteras. Pero eso sería pedirle demasiado a quien ha escogido la complejidad conceptual y ha desechado la simplicidad de la vida.

VII

La Habana es una carie urbana, una muela mal remendada. Una guagua sin prisa, y también sin gasolina. Es una pensión, una casa de vecindad, una cola que no avanza ni nadie sabe dónde empieza. Es una ciudad en la que los curiosos perdieron la pena y ya no se ocultan tras las celosías sino que van y le tocan al vecino y le preguntan a bocajarro dónde estaba anoche, que no te vi, y tenías que estar lejos porque tu mujer se fue de jarana con el taxista, quizás estuvieron dándole al ron en el malecón, mira tú.

VIII

En los restaurantes de pobre, no te reciben con un plato de frutas o una macedonia, como dice los madrileños, sino que tienes que hacer una fila detrás del que esté comiendo, y ojalá que cuando te toque el turno no sea la hora de comer del compañero camarada que atiende a los viandantes, porque tendrías que sumar una hora a la espera.

El mantel es un pliego de papel de estraza que sirve para todos, con sus pringones de aceite y sus nubes de salsa. Mientras picas el pan, siempre duro y frío, y saboreas la masita de puerco y los moros y cristianos con aprensión, se vuelve insoportable el ruido de tripas que trae el próximo comensal.

IX

En la Plaza de la Revolución, la gramática es oral, y las gesticulaciones del comandante son los acentos y las comas. Y los largos silencios, los puntos y aparte que indican el comienzo de otro párrafo y hasta de una nueva página en la historia. Adulador, pacienzudo y pedagogo, se embeleca explicando el funcionamiento del motor de dos tiempos, el mejor remedio para dejar de fumar, la incidencia de las fases de la luna en la siembra de cítricos y, casi al amanecer, la necesidad de consumir menos boniato frito, pues afecta no sólo los niveles de sodio y colesterol en la sangre sino que presiona a los centros de producción de una manera tan grave que parece un saboteo de la contrarrevolución.

X

Al balserito lo han llenado de lujos y de mimos. Toda su ropa es de marca y sale en las fotos de las agencias internacionales de noticias con una cadena de oro al cuello que vale cien veces lo que pagó su madre por el viaje. Los tíos abuelos lo quieren convencer de las bondades del capitalismo con lo peor del capitalismo.

XI

Si Estados Unidos ha normalizado sus relaciones hasta con Vietnam, que le ocasionó tantas muertes y tantas vergüenzas, ¿qué le impide revisar su conducta hacia Cuba y reconocer que Castro es una consecuencia de sus viejas y equivocadas políticas hacia este lado del continente, algo que no se supera regalándole una bicicleta a Elián? Bailo son y deletreo guaguancó, sin prisas.

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