De Shevardnadze para Chávez
Eduard Shevardnadze, el depuesto Presidente de Georgia, a pesar de haber sido el brillante dirigente político que acompaña a Mijail Gorbachov durante los difíciles y decisivos años de la perestroika y el glasnot, se convierte en un gobernante inepto, corrupto y odiado por el pueblo de su nación.
La historia de Georgia y de Shevardnadze resultan llamativas. Ese pequeño país, una de las Repúblicas de la antigua URSS, durante la larga noche de dominio del PCUS nunca salió de la miseria y el subdesarrollo, a pesar de ser la cuna de José Stalin, el genocida que gobierna a Rusia, luego transformada en la URSS, a lo largo de casi tres décadas. La pobreza ancestral de Georgia y la destacada trayectoria de quien había sido el último Canciller del Kremlin convierten a Shevardnadze en una esperanza de redención. para ese pequeño país. El antiguo Ministro de Relaciones Exteriores había demostrado dotes de estadista durante su paso por el Gabinete de Gorbachov. De allí que en las elecciones que se celebran en Georgia, luego de su independencia de Rusia en 1991, Shevardnadze triunfa cómodamente. Aparece como la alternativa al oprobioso dominio de los comunistas. Sin embargo, después de once años de estar gobernada por quien fuese el último Canciller del régimen comunista, Georgia se hunde aún más en la pobreza, el desempleo, la corrupción y el nepotismo. Pasados los primeros años, los viejos vicios retornan a la pequeña nación con mayor fuerza, convirtiéndose en los símbolos del paso de Shevardnadze por el palacio de Gobierno. Un salario promedio inferior a 40 dólares norteamericanos y una tasa de desempleo superior a 30%, hablan del estado de postración en el que se encuentra la economía. El episodio que decreta la salida del mandatario son las elecciones legislativas efectuadas el pasado 2 de noviembre. La oposición democrática, fraguada durante años de ardua resistencia, denuncia un fraude inocultable. Shevardnadze, valiéndose del uso descarado de los recursos públicos, había tratado de torcer la voluntad popular, adulterando los resultados logrados por la disidencia en las urnas electorales. El balance permitía modificar la correlación de fuerzas a favor de la coalición disidente. La trampa resulta tan masiva y descarada que la gente se vuelca a la calle exigiendo respeto a la decisión de los ciudadanos. Shevardnadze, como todo buen autócrata, profiere amenazas. Trata de intimidar a los hombres y mujeres que se plantan frente al Parlamento exigiendo respeto a los resultados electorales. Trata de manipular al Ejército para atemorizar y quebrar la resistencia popular. El pueblo, movido por esa corriente de energía que aparece en las sociedades cuando se defienden causas justas, no se amilana. Al contrario, reacciona con firmeza ante quien intenta convertirse en déspota. Las Fuerzas Armadas se niegan a reprimir las manifestaciones de protesta pacífica de los miles de ciudadanos que forman murallas humanas. Finalmente le retiran su apoyo, con lo cual Shevardnadze se derrumba como un castillo de arena.
A Shevardnadze le ocurre lo mismo que a Fujimori, quien tres años antes, en noviembre de 2000, aprovechándose del control de todos los poderes, trata de modificar la voluntad popular de forma caprichosa. Por otras razones, aunque en el fondo similares, igual le sucede a Suharto en Indonesia, a Milosevic en Yugoslavia, a Estrada en Filipinas. Todos son desalojados del poder porque habían tratan de usurparlo de forma autoritaria.
Lo mismo puede sucederle a Hugo Chávez si no respeta los resultados de El Reafirmazo, primero, y luego del referendo revocatorio. Ambos mecanismos forman el dispositivo democrático que el pueblo ha identificado para hallar la salida pacífica, constitucional y electoral a la crisis nacional. Crisis, que al igual que en Georgia, es global, pues va desde la cabeza hasta los pies de la nación. Sus signos se perciben por igual en la economía, las instituciones y la política. El temor de Chávez frente a unos resultados que, con razón, presupone adversos -sobre todo después de la inmensa catástrofe que resultó para él y sus partidarios la jornada en la que se buscaron las firmas para revocar el mandato de los diputados de la oposición-, lo están conduciendo por el camino de la desesperación. Durante los días recientes ha retornado con furia a su estilo pugnaz, irresponsable y pendenciero. De nuevo amenaza con desatar su furia telúrica si los resultados lo desfavorecen. Otra vez allana los hogares, especialmente los más pobres, con sus chácharas encadenadas. Trata de crear un clima que después le permita desconocer las cifras que arrojen los escrutinios. Todo el proceso de El Reafirmazo trata de envolverlo con una atmósfera de temor y desconfianza. Apela a la burla nerviosa que delata su inmenso e incontenible miedo frente a un pueblo que le perdió el respeto y la admiración que alguna vez le tuvo.
Del mensaje que salió de Georgia para el mundo, y especialmente para Venezuela, en trance de la vorágine electoral, debe haber tomado debida nota la Fuerza Armada. Así como Shevardnadze no pudo afincarse en los militares para escamotear la voluntad del pueblo y provocar una matanza que sepultara el espíritu democrático del pueblo georgiano, tampoco Chávez podrá utilizar como una marioneta a la institución castrense en el caso de que decida desconocer la expresión libre del pueblo el día de El Reafirmazo y del referendo. La historia enseña que jamás los hechos se repiten de forma idéntica, sin embargo las comparaciones sirven para establecer analogías y derivar lecciones. En el caso de Georgia y Shevardnadze, son muchas las conclusiones útiles que los venezolanos podemos extraer