Mesura y sobriedad en los Príncipes
No se trata de ningún cuento de hadas ni de una nueva Cenicienta. Es una profesional del periodismo que presentaba el telediario de mayor audiencia y que es guapa y eficiente. Cuando saltó la noticia, supimos que había tenido una larga relación sentimental con un profesor de literatura del que se había divorciado al cabo de poco tiempo. Algo corriente en nuestras sociedades modernas.
Pero el Heredero de la Corona se había enamorado hace unos meses y había decidido convertirla en Princesa de Asturias y, en su día, en Reina de España. Esto ya cambia el panorama y lo convierte en un asunto de Estado pues, al parecer, cuando el Príncipe lo comunicó a sus padres, les hizo saber que no estaba dispuesto a pasar por la presión de los medios de comunicación padecida durante sus anteriores romances con una modelo noruega con la que había viajado a la India, o con una norteamericana con la que pasó unas vacaciones en Hawai, o con otras jóvenes con las que viajaba por el extranjero. Está acostumbrado a hacer cumplir sus deseos hasta ahora con discreción.
Don Felipe ha recibido una esmerada educación: colegios selectos, universidades extranjeras, viajes por todo el mundo con despliegue de medios y de seguridad, que no tienen el resto de los españoles.
Se ha hecho construir una casa que costó más de 4.000 millones de dólares, cerca del palacio de los Reyes. Sin contar el coste del terreno en los montes de El Pardo, ni las alhajas que decoran la casa con tapices, alfombras, muebles, lámparas y cuadros del Real Patrimonio del Estado. Tampoco al alcance de ningún ciudadano español que paga impuestos y vigila su administración por los gobernantes elegidos democráticamente.
Que nadie se llame a engaño con este alarde de los medios de comunicación que parecen felicitarse como si les hubiera tocado la lotería. En el mundo de la imagen rige la ley del péndulo y sus oscilaciones son isócronas, cuanto más se excedan en sus ditirambos más acerbas serán las críticas.
Don Felipe no puede olvidar que su situación es de un privilegio insoportable en nuestros tiempos. La institución monárquica fue reinstaurada por el general Franco que prescindió de la línea dinástica prefiriendo al hijo en lugar del padre.
Los Reyes han sido eficaces, discretos y prestan un servicio de imagen y de relaciones públicas a España. A los españoles les parece una buena inversión mientras respeten las reglas del juego.
Nadie podría afirmar que el pueblo español sea monárquico. Ni mucho menos. Como ha dicho Don Juan Carlos «Tenemos que ganarnos el puesto cada día». La Reina ha sido prudente, y eficaz pero algo distante. Las Infantas no han contado en la vida pública española más que en tiempos muy recientes y sólo en las revistas del corazón. El Príncipe se juega la continuidad dinástica y la permanencia de una Institución obsoleta en nuestro tiempo. No es posible aceptar la superioridad de una familia, de unos genes o de un sistema que no proceda de la selección por méritos y aprobada por del pueblo, que es el único soberano.
Con la Constitución en la mano, es preocupante imaginar la muerte del Rey sin que el Príncipe tenga sucesión. Sería Reina su hermana Elena, que no ha recibido una preparación adecuada para las necesidades de nuestro tiempo. Si fallece el Príncipe dejando un hijo pequeño, la joven profesional del periodismo se convertiría en Regente del Reino hasta la mayoría de edad del heredero, unos veinte años más. Es de aurora boreal.
Ahora resulta que el gran argumento para sus diferentes relaciones sentimentales es que «quiere actuar como otro joven de su edad, casarse con quien quiera y hacer lo que le plazca». Esto entraña peligros pues, en esa Institución, no caben cambios que pongan en peligro la continuidad por prescindir de las responsabilidades. Él lo sabe y su esposa tendrá que aprenderlo. Una pareja que vive con unos privilegios y un lujo que no procede de su trabajo está hoy en el punto de mira de sus conciudadanos.
El puesto heredado por Don Felipe comporta el ejercicio de una profesión muy dura y difícil que cada minuto está bajo el prisma de una sociedad mediática que puede reaccionar democrática y eficazmente si no está contenta con la manera de gobernar o de comportarse sus mandatarios.
La actual moda de los herederos de las casas reinantes en Europa, de casarse con quién les apetece, sin tener en cuenta su preparación y sentido de las responsabilidades, abre la puerta a que esa institución dé paso a formas representativas más auténticas y democráticas. No es imaginable que si las cosas no van como sueñan se pueden separar y volver a montar otra relación sentimental.
Cuando se abdica en el campo de los deberes se tiene que estar dispuesto a renunciar a inadmisibles privilegios. De lo contrario, por qué no admitir que otro de los herederos de un principado europeo pudiera mañana casarse con un hombre, por ejemplo, una vez asegurada la sucesión en los hijos de su hermana. Un príncipe holandés ha tenido que renunciar a sus derechos sucesorios por casarse con la antigua amante del mayor narcotraficante de su país. Cuando se juega con los deberes que comportan de instituciones obsoletas, se corre el riesgo de asumir sus consecuencias. No estaría de más un poco de mesura y de sobriedad.
*Profesor de Pensamiento Político y Social (UCM)
Director del CCS
Publicado por Cortesía del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) / [email protected]