La cultura en la Cuba revolucionaria (I)
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Como bien sabemos, América Latina es una región en la que se ha configurado a través de los años una cultura de carácter heterogéneo debido a la multiplicidad cultural, producto de la convivencia, conflictiva por naturaleza, de distintas etnias y culturas que se entremezclaron a partir de la colonización. Ahora bien, la realidad no fue la misma para cada una de estas naciones, y cada pueblo ha configurado su propia idiosincrasia a partir de los distintos modos de asimilación e integración cultural. Tal es el caso de Cuba, cuya particularidad se hace notoria, especialmente a partir del triunfo de la Revolución en 1959, destacándose en estos últimos tiempos como una nación que se levanta orgullosa de sí misma propio frente al mundo.
La proyección que tiene este país en el exterior, especialmente en el área cultural, hace pensar en un sentido de nación, un sentido de cultura que ha sido, evidentemente, uno de los principales puntos en la agenda del Estado, formando parte de una política explícita y profundamente ideológica, una política que se erige como un elemento reforzador de todo el proceso de identificación nacional que se venía gestando durante el siglo XIX.
Comprendemos, en este sentido, que la cultura es un poder, en tanto que maneja el conjunto de valores y símbolos con los que una nación se identifica, y que, para garantizar la permanencia o perdurabilidad del sistema, debe estar en concordancia con éste (si algún sistema tiene oposición es el socialista). La cultura puede ser, y de hecho lo es, una vía para garantizar el consenso político (1), hecho del que se toma conciencia en los años sesenta luego del fracaso del modelo desarrollista por su perspectiva fundamentalmente económica, comenzando a erigirse la política cultural como un tema de interés a discutir en las siguientes reuniones de la (%=Link(«http://www.unesco.org»,»UNESCO»)%), de las cuales también Cuba tomó parte. El interés en esta área no es bucólico: cuando los valores y símbolos culturales son compartidos por toda una nación, la cohesión o la unidad se hace presente, consolidándose una manera de pensar, de sentir, de crear, de ser, es decir, una identidad. A este respecto, Rubens Bayardo afirma:
“Las identidades son construcciones simbólicas que involucran
representaciones y clasificaciones referidas a las relaciones
sociales y las prácticas, donde se juega la pertenencia y la
posición relativa de personas y de grupos en su mundo” (2).
Según este autor, los conflictos e intereses que se manifiestan en este juego de poder simbólico, modifican y dinamizan los procesos de identidad cultural, que tampoco deben ser vistos como fósiles del pasado, sino que apelando a la memoria se proyectan a partir del presente hacia el futuro. Esto implica una constante movilidad de los valores que se van adecuando, o que incluso van determinando las transformaciones en el modo de aprehender la realidad. Bayardo entiende la política cultural como una estrategia de organización del proceso de “desarrollo” simbólico como estímulo al orden y transformaciones en función de la unidad y la legitimación de las diferencias, trascendiendo así la llamada “ilustración” para volcarse a un sentido más completo y complejo: la sociedad en su conjunto. Bajo esta concepción, la cultura dejaría de entenderse como las “bellas artes” o el conocimiento humanístico-científico, para pasar a un rol vital de imbricación con la vida del hombre en un sentido integral, es decir, una vuelta al sentido. Podría ser ésta una vía para comprender los principios de la política cultural en Cuba, pero aún no podemos adelantarnos, pues obviaríamos la entrañable relación entre cultura y poder a la que ya nos hemos referido. Tampoco pretendemos afirmar, sin antes hacer un estudio del problema, que la intención que persigue el Estado cubano es la perpetuación del sistema por encima de los intereses de la misma población, pero sí reconocemos que existe una ideología explícita, una postura política que determina toda concepción de cultura posible y que intentaremos desentrañar en esta investigación. La razón es simple y al mismo tiempo compleja: la política cultural en Cuba parte de un proyecto de nación, de un plan articulado, claro está, unido al todo de la sociedad. Sin embargo, el modo, los medios y los objetivos dan cuenta de una particularidad, de una mirada “otra” de lo cultural. Pretendemos, desde este punto de vista, adentrarnos en esa otra perspectiva: ¿cuál es el sentido de lo cultural en este proyecto? ¿Cuáles son los valores y principios que se manejan y de los que se parte? ¿Cuál son los objetivos que se vislumbran? ¿Existe coherencia entre lo que se predica y lo que se practica? ¿A qué necesidades reales responde este modelo de políticas culturales? ¿Qué papel ha jugado en la conformación de la cultura cubana actual y su proyección? Y por último, ¿ha cumplido con su cometido?
Evidentemente, no podemos considerar ninguna de estas preguntas fuera del contexto en que radican. Por ello para nosotros es importante aproximarnos a la cultura cubana, a su conformación étnico-cultural, a su conformación como nación, y por último, a su transformación (¿o reorientación?) una vez dada la revolución socialista y su incidencia en el pensamiento de la misma población. Asímismo, estudiaremos los documentos publicados por la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, su orientación, aplicación y perspectivas, junto con los conceptos encerrados en el discurso de manera implícita, y que son de interés para comprender el fenómeno cultural de la Cuba revolucionaria.
DE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS
De acuerdo con el autor Jesús Guanche en su libro Procesos etnoculturales de Cuba, el pueblo cubano, antes de su actual conformación, ha pasado por distintas etapas de evolución, concepto propio del pensamiento marxista-leninista y en cuyo método el autor sustenta su investigación. Tales etapas serían:
a) La consolidación étnica, producto de la fusión entre culturas de igual “nivel” o códigos y patrones similares ocurrida entre las distintas culturas aborígenes antes de la llegada de los españoles a tierras cubanas, que tendría lugar en octubre de 1492.
b) La asimilación étnica, acaecida entre culturas de caracteres diferentes, tanto por procesos de orden natural, es decir, pacíficos, como en procesos forzados y violentos (sea este el caso de la conquista). Y, por último,
c) la integración interétnica que se desencadenó a partir de la interacción entre los grupos étnicos, diferenciados por sus patrones y parámetros lingüístico-culturales, y que por distintos mecanismos configuraron determinadas características comunes capaces de tender puentes de conexión entre mundos tan disímiles. Dichos mecanismos están referidos a los procesos de mestizaje por el lado biológico, y a la transculturación por el lado “espiritual”, entendida (por Fernando Ortiz) como la transición de una cultura a otra, en la que se implican procesos de desarraigo y de nueva creación cultural al establecerse puntos comunes como fruto de la convivencia: lengua, geografía, etc. (3).
Estas etapas no se dieron de manera lineal. Según J. Guanche, antes de que la idea de nación y nacionalidad (que, cabe decir, es relativamente reciente) cobrara cuerpo en Cuba, los aborígenes que allí se encontraban también opusieron resistencia ante la imposición española de dominación entre los años 1524 y 1544. Sin embargo, Guanche sostiene que la población indígena prácticamente desapareció, pues fue diezmada por las rebeliones, los trabajos forzados que se veían obligados a realizar y, por último, los suicidios. Pronto, la mano de obra negra vino a suplir la indígena en los ingenios, aunque también cumplieron otras asignaciones. Su condición de esclavos hizo que se levantaran en contra de este sistema, pero con la colaboración de sus “hermanos” explotados, los indios, por lo menos con los que quedaban. No obstante, todo intento fue frustrado. De acuerdo con este autor, el espíritu de lucha entre la población negra que vino a la isla fue un elemento cultural de gran peso y, además, un elemento unificador.
Poco a poco se fue dando la fusión entre blancos, negros, indios e incluso asiáticos. También fueron influidos por franceses, holandeses e ingleses, ejerciendo estos últimos el dominio sobre la isla entre 1762 y 1763 puesto que pronto volvió al dominio de los españoles.
En los espacios citadinos que, claro está, fueron sede de los principales organismos de poder, la cultura criolla se fue abriendo paso y con esto, conforme pasaba el tiempo, se iba gestando el pensamiento de “vanguardia” (s. XVIII), o cuanto menos, de oposición al modelo colonial, reafirmándose o, más bien, constituyéndose un sentido de pertenencia.
Todo este pensamiento anti-colonialista comenzó a resquebrajar el débil equilibrio de un sistema que mantenía en descontento a la población. Los mismos blancos estaban divididos: los blancos españoles, quienes resguardaban los intereses de la corona, y los ya llamados cubanos, hijos de los primeros en territorio cubano, quienes comenzaron a adquirir conciencia de su pertenencia, de su identidad, de su nacionalidad. De acuerdo con Ana Julia García Dally pronto se dio en Cuba la participación de los negros en las luchas independentistas, pues junto con la emancipación de la isla se hacía presente la idea de la abolición de la esclavitud (4). Los intereses comunes dieron pie a la unión de las razas en esta causa, lo cual no significa que el racismo desapareció. Sin embargo, comenzaron a romperse las fronteras raciales una vez golpeado el sistema esclavista. Pronto comenzó la primera guerra de independencia llamada Guerra de los Diez Años, que se realizó entre los años 1868 y 1878, iniciada por Céspedes. Con este enfrentamiento se forjó en la población el despertar del sentimiento independentista.
Guanche plantea que la cultura de mayor extensión y arraigo en Cuba fue la europea. Sin embargo, ¿qué decir de todos los aportes de la cultura africana que se reconfiguró en dicha nación? La presencia de los negros fue, desde todo punto de vista, un elemento fundamental en la formación de la nueva cultura que se levantaba en Cuba, sin querer por esto obviar o minimizar la importancia de la presencia española en la isla, que por su carácter dominante legaron las estructuras de poder y organización social más arraigadas, entre otros aportes. Cierto es que los españoles temían ser rebasados en número por los negros como, de hecho, ocurrió en Haití: el racismo hizo de las suyas durante mucho tiempo en Cuba, aspecto que más tarde sería atacado y replanteado en el proyecto de nación del gobierno revolucionario de 1959, y al que más adelante aludiremos. Pero desde el punto de vista del poder, los españoles peninsulares se transformaron en la cultura dominante y la población canaria formó parte del campesinado de la isla, según el autor, de los dominados.
Pero se hacía evidente otro conflicto para nuestros personajes: la Guerra de los Diez Años abrió paso a la crisis económica que provocó el colapso del régimen esclavista hasta su desaparición en 1886, pues así como había aumentado el costo del esclavo, su vida útil era menor, mientras que otros tantos comenzaban a obtener su libertad a través del sistema de coartación, en el que éstos debían reintegrar a sus amos el costo total de su compra. Los negros libres, agrupados en cabildos, tuvieron en sus manos, no sólo la producción en oficios de gran importancia económico-social, como zapateros, sastres o albañiles, sino que también concentraron la creación y producción artística que los españoles desdeñaban junto con los oficios referidos. Tanto desde el punto de vista económico como cultural, los negros jugaron un papel estratégico en la conformación del naciente país. Los negros una vez liberados, tanto los africanos como sus descendientes, pasaron a formar parte de la clase proletaria, clase que, según Guanche, habría de ser explotada más tarde por el neocolonialismo durante la primera fase del siglo XX. En su condición de obreros o dominados, de masas, los negros cobraron importancia en la ideología revolucionaria del 59.
En el año de 1895, luego de distintos levantamientos encabezados por el escritor y político José Martí (1853-1895), quien fue uno de los inspiradores de todo el proceso de emancipación y uno de los personajes de mayor incidencia en el pensamiento revolucionario – al punto de ser asesinado en 1895 por independentista – se inició nuevamente otra guerra de independencia que, a pesar de que en 1897 alcanzó sus fines, la comunicación no pudo llegar, y el conflicto continuó hasta 1898, luego de la intervención de los Estados Unidos de Norteamérica (quienes continuaron presentes) y el Tratado de París que daría punto final a tal situación. A partir de aquí también se iniciaría el proceso de independencia de Panamá y Colombia.
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Cuba se hizo al fin una nación independiente, pero con inestabilidad política. Pese a ello, se había forjado un sentido de identidad, un sentido de “lo cubano”, concepto que más adelante referiremos con detenimiento. Sin embargo, una amenaza se hacía presente: Cuba corría el peligro de volverse en otra dependencia de los Estados Unidos de Norteamérica, como, efectivamente, ocurrió con Puerto Rico: en la “Enmienda Platt” en 1902, el congreso norteamericano autorizaba la intervención de ese país en Cuba, tanto en lo político como militar, de considerar afectados sus intereses.
La inestabilidad era creciente. Durante 1925 y 1933 Gerardo Machado ocupó la presidencia del país bajo una perspectiva populista y reformadora, pero tenía en su contra la oposición de la oligarquía. A partir de la crisis económica de la década de los ‘30, Fulgencio Batista se transforma en un líder de la política cubana tras los sucesivos levantamientos en la isla, hasta ser elegido presidente en 1940, legitimando los intereses de los norteamericanos. Ejerció una dictadura durante cuatro años, hasta que en 1944 fue sustituido, por la vía democrática, por Ramón Grau San Martín, y en 1948, éste fue sucedido por Carlos Prío Socarrás. En 1952, Batista se alzó contra el gobierno, implantando nuevamente una dictadura.
Hasta aquí hemos abordado, de una manera general, el proceso de constitución de la cultura cubana desde el punto de vista etnológico, cultural e histórico. Pero ¿qué ocurriría con ese cuadro una vez instaurada la Revolución triunfante de 1959? Si toda revolución supone un cambio, un giro profundo debía darse en el país. Observemos:
En la segunda mitad del siglo XX, (%=Link(7033796,»Fidel Castro»)%), apoyado también por (%=Link(«/bitblioteca/che/»,»Ernesto “Che” Guevara»)%) y Camilo Cienfuegos, se alza contra el segundo mandato del general Fulgencio Batista, quien huyó del país el 1º de enero de 1959, luego de ejercer una dictadura que abarcaría desde 1952 hasta 1958. Castro se instaló en el poder declarándose dictador y nombrando a Manuel Urrutia como presidente, hasta sustituirlo ese mismo año por Oswaldo Dorticós Torrado.
El discurso de la revolución era “purificador”; se buscaba subsanar una situación de injusticia social, con carácter interclasista e, incluso, democrático. Más que anti-imperialista, se erigía como un modelo nacionalista (5). Pero en 1961, los E.U.A. y todos los países de América acordaron romper relaciones diplomáticas con Cuba. Fue en abril de ese año cuando, como consecuencia de una medida anticastrista de E.U.A., el líder revolucionario proclamó la República Democrática Socialista. La fuerte demanda de penetración de los E.U.A. obligó al gobierno cubano a buscar una nueva alternativa política que permitiera consolidar la nación socioculturalmente, en atención a su propia identidad, valores (que representaban conflicto ante los intereses norteamericanos) y la libertad recién conquistada, como medida de resistencia ante el llamado “monstruo del Norte”. El bloque socialista se convirtió en un puerto seguro, un escudo defensor durante muchos años, pues al inicio de la Revolución el comunismo no estaba planteado como proyecto político (6), aunque había puntos comunes de base. El hecho es que los valores del régimen socialista fueron aceptados e impregnaron, a través de distintas estrategias, el pensamiento de gran parte de la población cubana. A este respecto, y con un matiz diferente a la afirmación anterior de que Cuba debió buscar refugio en el polo socialista, Armando Hart Dávalo, ministro de cultura, durante su intervención en el Taller Científico Internacional “Las ciencias sociales en el mundo contemporáneo” organizado por la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana (1989), sostuvo:
“La enseñanza más profunda de la dialéctica de la Revolución
Cubana en los años cincuenta permite apreciar con claridad
cómo los patriotas, los revolucionarios, los demócratas —en el
sentido más profundo de la expresión— nos transformamos en
comunistas y en marxistas-leninistas; nos hicimos comunistas
porque el marxismo dio respuesta cabal a los intereses del
país y al proceso histórico del pensamiento y la cultura
nacional” (pág. 10).
Ahora bien, este proyecto, tanto inicialmente como en su desarrollo, ha partido de determinados principios ideológicos que han incidido de manera implícita y explícita en la política de Estado referente a la cultura, y que abordaremos en el siguiente capítulo.
Desde 1976 Fidel Castro es el Jefe de Estado de Cuba.
CUBA: UNA REVOLUCIÓN, UNA IDEOLOGÍA
El proceso de la Revolución cubana que triunfó en el año de 1959 dio pie a una nueva manera de ver la realidad política y social del país. Una ideología, una manera de comprender el mundo comenzaron a construirse sobre una base cultural de configuración multirracial y multicultural, heterogénea, pero con un sentido común de unión con la patria que se había gestado a partir de la lucha independentista entre los distintos grupos.
De acuerdo con Miguel Limia David, la ideología es un sistema en el que confluyen determinados ángulos e ideas (pensamiento), a través de los cuales las relaciones interpersonales y con la naturaleza adquieren niveles de concientización entre los individuos (7). Así, la ideología da forma a los modelos de sociedad y del individuo a través de la transformación de la realidad. Su misión y su visión: objetivar dicho proyecto. Desde nuestra perspectiva, muchas veces la ideología, cuando se opone a elementos de cambio, supone la imposición de determinados cánones y principios que no toleran la resistencia de lo diverso. Sin embargo, es ella la que permite también dar una determinada orientación a los proyectos del conjunto social, pues articula el pensamiento colectivo y lo sistematiza para hacer posible un proceso de transformación de la realidad, aunque, no necesariamente, su mejoramiento.
Para Limia David, una ideología no puede entenderse si no se concreta en acciones específicas, sobre todo si hablamos del planteamiento marxista-leninista. Aunque los principios son una abstracción necesaria para su propia existencia, la ideología sólo adquiere corporeidad y sentido cuando se aplica y manifiesta en los hechos.
En el cuadro de la Revolución Cubana, la ideología es entendida como un fenómeno de masas que adquiere fuerza en la medida en que es aceptado y compartido por el común denominador. La misma idea socialista (contenida en el proyecto revolucionario, y reforzada por el modelo marxista-leninista que pronto se asumió) de que el pueblo, la clase obrera, las grandes masas son las protagonistas y, por tanto, operadoras del cambio, se vendría abajo si no se asegura el consenso y si se les limita su acceso y protagonismo en la cultura como principio fundamental del modelo. Es por ello que la ideología de la Revolución no se circunscribe al pensamiento político, sino que ha determinado en gran medida el curso de la cultura cubana en esta última mitad del siglo, siendo reforzadora del despertar de una autoconciencia nacional, de la que el pueblo mismo es el constructor. Los principios de la Revolución pueden resumirse de esta manera:
* Protagonismo de las masas como dueñas de su destino histórico.
* Carácter humano-revolucionario.
* Concepción de “independencia nacional”.
* Oposición al «imperialismo» ejercido por los Estados Unidos de Norteamérica.
* Construcción socialista de la sociedad y el hombre.
* Circunscripción a los ámbitos político, ético, estético y cosmovisivo.
* Defensa y edificación de la identidad nacional y latinoamericana.
* Principio de propiedad colectiva en detrimento de la privada.
* Democracia (en términos de acceso e igualdad social).
* Internacionalismo.
Nos detendremos un instante en este último aspecto: inicialmente el internacionalismo, característico del sistema socialista, persigue la asociación internacional de los obreros (8). Hoy en día, el abanico se ha ampliado. Se ha entendido también como un movimiento cuyo objetivo es alcanzar la igualdad de clases, razas y pueblos al nivel universal, y ha logrado tener incidencia tanto en el plano ideológico como en el práctico, siendo ejemplo de ello organizaciones como la UNESCO.
Quizás el núcleo de la ideología de la Revolución está en la necesidad de ser reconocidos como diversos ante un patrón impuesto por el capitalismo que, interfiriendo en el desarrollo de cada pueblo, termina por causar desajustes a nivel sociocultural, pues la atomización de la sociedad es el producto final que merma el sentido de pertenencia y, por tanto, de identidad, siendo éste el que permite a los individuos establecer relaciones de afecto e intercambio entre sí y con la naturaleza, y ser dueños de su destino histórico. Es también una resistencia a la dominación económica, y una resistencia a la dominación política, que tuvo sus antecedentes en el período revolucionario independentista del siglo XIX. Es al mismo tiempo un movimiento que se erigió como defensor de los derechos e intereses del pueblo ante la profunda carga de injusticia social y corrupción a que los gobiernos anteriores lo habían sometido. Es una lucha por la igualdad de clases, que tampoco se permite la discriminación racial, y por ello ataca de manera incisiva estos ejes, pues sobre este basamento el socialismo se levanta.
Toda la acción del Estado, obviamente, está regida por estos principios, que son, a su vez, objetivos por cumplir, metas, expectativas. La cultura, como sistema en el que se movilizan las ideas, y por tanto, la ideología, es un área fundamental dentro de la política de Estado. Su poder de movilizar, transformar y reforzar valores, permite que el sistema se perpetúe a través de la cohesión del pueblo y su protagonismo en los cambios sociales. Este nuevo cambio que proponía la Revolución, por su carácter radical, no podría realizarse sin un cambio de mentalidad, y es allí donde el sector cultura tiene pertinencia a los fines del proyecto: ¿cómo hacer al pueblo consciente de su protagonismo histórico? ¿Cómo levantar la autoestima de una nación mermada por la injusticia social? ¿Cómo enfrentar al “enemigo del norte” sin una cohesión cultural en una nación cuya riqueza/poder está en los individuos y no en una economía altamente competitiva? ¿Cómo vencer el racismo existente en una sociedad conformada fundamentalmente por negros? Y, por último, ¿cómo garantizar la estabilidad política y la perpetuación de un régimen dictatorial en su estructura organizativa?
De acuerdo con Hart Dávalo, desde los primeros años de la Revolución Cubana el aspecto “subjetivo” ha cobrado vital importancia dentro de la causa socialista, conforme a las enseñanzas de Castro y el “Che” Guevara, quienes vieron en estos valores “morales y subjetivos” un factor fundamental en la evolución histórica. Si algo ha producido quiebres en el modelo socialista en la práctica es, según este autor, la subestimación de estos aspectos. Hay también en este plan una conciencia del valor de lo cultural como poder y como herramienta para el desenvolvimiento de una nación, y para la configuración de una identidad que se resiste a los avatares impuestos por el modelo de vida norteamericano. Hay una valoración de la educación como medio para elevar los niveles de vida o, mejor dicho, la calidad, pero esta calidad no está entendida de acuerdo al patrón consumista: se trata de una búsqueda de niveles más altos de conciencia, de crítica, de aprendizaje; se trata de formar hombres y mujeres “capaces”, hombres y mujeres que puedan asumir la dirección de “su propio destino”. El profundizar en la idiosincrasia y cultura nacional se erige como un principio ideológico dentro del modelo socialista. Por ello, el movimiento intelectual cubano ha de fortalecer la conciencia cultural del pueblo a través del conocimiento de las raíces y mejores valores culturales, que, según Hart Dávalo, han de impedir en paso al dogmatismo. Así, afirma:
“Nuestro interés cultural y educacional ha de estar, por eso, encaminado a desarrollar el programa revolucionario que viene de la historia de la nación cubana y que en este siglo —repito— se enlazó con las ideas del socialismo.” (pág. 10).
Se trata de aprender a vivir, y de aprender a vivir también en medio de una pugna entre poderes: los dominadores y los dominados. Hay, por esto, una valoración de lo popular como génesis de la vida social. Hay un gobierno consciente de su misión en cuanto al fortalecimiento y formación de la cultura cubana. Pero hay también contradicciones de base, entremezcladas en estos planes “coherentes” con ideología de la Revolución. ¿Cuál es la orientación de las políticas culturales de Cuba? El punto clave sólo podía ser uno: la Revolución debía promover la unidad.
Ver también: (%=Link(3898160,»»)%)
Notas
(1) G. Martín: Metódica y melódica de la animación cultural, Edit. Alfadil, 1992, p. 75.
(2) R. Bayardo: Antropología, identidad y políticas culturales, VV.AA. http://www.tilo.uba.ar/otros/naa/identi()1.htm, p. 2.
(3) J. Guanche: Procesos etnoculturales de Cuba, La Habana, 1983, p. 21.
(4) A. J. García Dally: “Cuba: Educación y racismo desde 1792 a 1959”, Revista cubana de Ciencias Social , La Habana, 1994, p. 160.
(5) T. Petkoff: “América Latina: Raíces y perspectivas de los proyectos de cambio social en este final de siglo” en Ciencia política, Bogotá, 1982, p. 17.
(6) T. Petkoff: op cit., p. 17.
(7) M. Limia David: “La ideología de la Revolución Cubana”, Revista Cubana de Ciencias Sociales. La Habana. Nro. 28, 1994, p. 10.
(8) Lexis 22/Vox (Diccionario enciclopédico). Círculo de Lectores. 1981, p. 3062.