La cinta anónima
Desprecia el socialismo del siglo XXI la vieja regla según la cual «quien mucho habla mucho yerra». Como impulsados por la obligación de enmendar los errores, más bien disparates de los copartidarios, hablan sin pausa. Los contagió el difunto presidente. El usurpador habla solamente en cadena para que no haya duda sobre lo que dice, ni sobre quién lo dice, como la que tiene la encargada de la Contraloría en relación con la cinta grabada que le parece un anónimo, quizá por estar más afilada que una hojilla.
Hubo sí, un corto espacio de tiempo signado por el silencio. Pudo pensarse que era tiempo de meditación, de pensar lo que debía decirse para tapar esa cloaca, pero no fue así, fue simplemente el estupor de la sorpresa que produce parálisis y que impidió lo que ha sido la reacción cotidiana, la respuesta sin pensar, que luego necesita que se la vaya moldeando, en esa tarea inmensa que es que cada vocero ayude a aclarar lo que constituye la línea revolucionaria y que ayer definía solo el difunto presidente.
Como resultado de ese hablar sin pensar se producen las enmiendas no solo en lo dicho sino en las actuaciones, por eso la Fiscal se apresta a iniciar la investigación que hasta ayer consideraba improcedente; y no estaba errada en su primera apreciación, porque lo que hemos oído en la cinta y que nos resulta novedoso a nosotros, era ampliamente conocido en esos altos niveles donde se ordenan las investigaciones. Creo que a la Fiscal cuando negó la investigación la traicionó el subconsciente. Se investiga lo que se ignora, no lo que se conoce y menos si se conoce de tiempo atrás, porque ese conocimiento no traducido en actuaciones por quien tiene a su cargo la vindicta pública, bien puede ser considerado como encubrimiento.
Los que siguen manteniendo silencio son los aludidos, pareciera que ellos, aunque la Fiscal se negara a iniciar el procedimiento, se han sentido en estrados, sub judice; y se acogen al precepto constitucional y optan por no hablar, lo que en el caso del aludido Diosdado casi diríamos que es para él el desiderátum de la vida, que no hablen los diputados y que nadie hable. Quizá por eso despierta desconfianza entre las bandas de loros de la «revolución».