Europa frente a Austria: una reflexión para el sistema interamericano
La rápida y contundente reacción europea ante la llegada al gobierno de Austria del líder ultraderechista, populista, demagogo, autoritario, nacionalista, y xenófobo, Joerg Haider, pone nuevamente en el tapete el clásico enfrentamiento entre principios democráticos fundamentales: por una parte, el de la defensa de la democracia y, por la otra, los de no intervención y autodeterminación de los pueblos. Se trata, como bien lo expresa Luis Prados en su reciente artículo “Votos contra valores”, en El País de España, de un viejo dilema: ¿cuáles deben ser los límites de la pluralidad democrática?; ¿qué debe prevalecer, la aritmética de los votos o el poder de los valores éticos comunes, especialmente cuando se trata de un régimen escogido libremente que amenaza la democracia de su propio Estado-Nación, así como la paz democrática de toda una región?
La comunidad europea, tal vez tratando de enmendar graves errores históricos – tales como su no-intervención a tiempo para impedir el nazismo en Alemania en 1938, o el no haber logrado bloquear el autoritarismo comunista antes que se impusiera en Europa Oriental- parece que finalmente ha optado por la defensa del sistema democrático regional, por la paz europea. De tal forma, aplicando una política exterior común sin precedentes, ha impuesto sanciones y aislado políticamente a Austria a pesar de las denuncias de este importante socio europeo acerca de la injerencia que tales acciones representan en sus asuntos internos.
La comunidad latinoamericana también enfrenta en la actualidad peligrosos desafíos y amenazas antidemocráticas en su seno. Líderes, partidos y regímenes populistas y autoritarios con fachada democrática, también escogidos libremente a través de los votos, se han venido imponiendo durante la década de los noventa. Sin duda aquí, en nuestros predios, no ha prosperado el nacionalismo xenófobo que abre las puertas al pangermanismo y el antisemitismo. No somos europeos y nuestra identidad e historia cultural son distintas. Mas es evidente el resurgimiento de fenómenos nacionalistas seudodemocráticos producto de la antipolítica y de las crisis de los partidos y corrientes ideológicas centristas, en particular de la socialdemócracia y el socialcristianismo.
Sin embargo, luce difícil una defensa colectiva contundente en pro de la democracia y la conformación de una política internacional común en Las Américas. A pesar de los esfuerzos de la OEA en los últimos años plasmados en importantes resoluciones, tales como la 1080 y el Protocolo de Washington, y no obstante la retórica de Washington en torno a una estrategia común de defensa y promoción de la democracia continental, estamos muy lejos de emular la valiente decisión europea de enfrentar el argumento de la no-intervención (tan manido por los diversos dictadores latinoamericanos) y de revisar seriamente las bases jurídicas sobre la que se basa el sistema interamericano, a objeto de poner límites al pluralismo y la autodeterminación en aras de una verdadera Pax Democrática regional.
La verdad es que aquí el tema es tabú y existe un gran miedo a enfrentar esos principios que ya han pasado a ser mitos históricos intocables. Ni siquiera el gobierno estadounidense se ha podido deslastrar de tales prejuicios. De allí que ante fenómenos como el de Fujimori en Perú –para sólo citar un ejemplo del autoritarismo democrático prevaleciente en la actualidad- se inclinen por políticas de neutralidad y apaciguamiento, anteponiendo así la aritmética de los votos a los valores democráticos comunes.
En todo caso, la actual reacción de la Unión Europea es digna de reflexión para la conformación de un futuro sistema de seguridad interamericano más efectivo, moderno y éticamente coherente, que sea capaz de mantener el equilibrio entre los diversos principios democráticos. Porque si bien es verdad que se debe garantizar el derecho que tiene cada pueblo de elegir libremente a quien quiera (la democracia es precisamente cuestión de mayorías) también es cierto que se debe respetar y garantizar el derecho supranacional de preservar y consolidar la democracia regional. No podemos olvidar, siguiendo al filósofo Fernando Savater, que en democracia se decide por mayoría, pero dentro de unos principios fundamentales que no están sometidos a voto.