Fidel de nuevo
El fusilamiento luego de un juicio sumario de los tres hombres que intentaron huir de Cuba secuestrando un ferry, y el encarcelamiento de más de setenta disidentes condenados a penas que, sumadas, acumulan más de 1.400 años, han puesto de nuevo el nombre de Fidel Castro a circular por todo el planeta. Esta vez su figura no aparece asociada a causas justas y dignas, como sus apologistas proclaman. Ahora su nombre evoca el prototipo de los dictadores crueles e implacables. Ésta, en realidad, ha debido ser siempre la imagen en nuestras retinas de quien desde sus años juveniles hasta hoy, anciano mandatario, ha sido un déspota desalmado.
Ya como estudiante de Derecho en la Universidad de la Habana andaba con una pistola en la cintura amenazando y agrediendo a quien considerara su adversario. En aquella etapa, 1946, mostró hasta dónde estaba dispuesto a llegar en sus ambiciones de trepar hasta la cima del poder. A los 20 años de edad embosca a un estudiante de secundaria, Leonel Gómez, quien milagrosamente se salva después que Fidel lo hiriese gravemente en el abdomen. Con esta acción criminal el futuro comandante perseguía congraciarse con el presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), Manolo Castro, de quien aspiraba obtener apoyo para convertirse en el líder de la Escuela de Leyes. Más tarde, ya en Sierra Maestra, logra engañar a quienes como Huber Matos y Camilo Cienfuegos creían que el Comandante lideraba una revolución orientada a derrocar la tiranía de Fulgencio Batista y establecer la democracia y el Estado de Derecho. Con tal sigilo actúa que, incluso, logra despistar al gobierno republicano y conservador del general Eisenhower. Los Estados Unidos, junto a la ejemplar democracia de Costa Rica presidida por el venerable José (Pepe) Figueres le brindan apoyo activo. ¿Cómo no respaldarlo si juraba actuar en nombre de la justicia, la igualdad y la libertad?
Ya establecido en la Habana a partir de enero de 1959 comienza el proceso sistemático e irreversible de destrucción del Estado cubano, empezando por las Fuerzas Armadas, que capitulan ante el Ejército Rebelde. Al comienzo la coartada que le sirve como excusa para demoler lo existente es que el antiguo régimen, penetrado hasta los tuétanos por la corrupción y los enemigos del pueblo, tenía que ser sustituido por hombres que representaran los ideales de la Revolución. Buena parte de la oficialidad del ejército que había acompañado a Batista es sustituida por los comandantes guerrilleros incondicionales a Castro. En el Ejecutivo, en el Poder Judicial y en el Banco Central también va colocando a personas que le son fieles. Utiliza la televisión, de amplia cobertura en la isla, para afianzar su enorme prestigio y su indiscutible carisma. Pone a su servicio los medios radioeléctricos para así aplastar a sus adversarios y someterlos al escarnio público. Al comienzo se vale de los medios informativos sin recurrir al cierre ni a la expropiación. Poco después, cuando la revolución se radicaliza, simplemente los confisca.
Junto a la destrucción y sometimiento de todas las instituciones del Estado precedentes, va construyendo nuevas organizaciones alineadas con el propósito de obtener la sumisión completa del país. Dos son fundamentales para montar el Estado policial en que se transforma Cuba a partir de mediados del decenio de los 60. Una son los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), concebidos por miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Su objetivo fundamental consiste en mantener el control milimétrico de la vida de cada cubano: cuáles son sus actividades cotidianas, con quiénes se reúne, dónde trabaja, qué come, qué dice; cuáles son sus gustos. Nada de la vida doméstica resulta ajeno a los ojos espías de los CDR. El otro instrumento clave en el engranaje totalitario es la policía política, la temible G-2, diseñada y adiestrada por la Stas de Alemania, tenida como de las más eficaces de la antigua Europa oriental. Aquello que los CDR detectan como “extraño”, “fuera de lo común” o “anormal”, debe ser revisado por el G-2. De ésta no escapa nada ni nadie (quien quiera verificarlo puede preguntarle a William Ojeda qué le ocurrió por su osadía de ir a exigirle a Fidel que abra un poco el rígido sistema cubano).. Los miembros del Gobierno, el Ejército, la cúpula del Partido Comunista Cubano y el servicio exterior están bajo la lupa del G-2. Es un superpoder.
Los CDR y el G-2 son las piezas maestras sobre las que se monta el andamiaje totalitario. Las dos organizaciones cumplen las funciones de monitores que le permiten a Fidel actuar como el Big Brother orweliano. A través de esos instrumentos su presencia se torna ubicua. Esta capacidad de estar presente en todos los espacios de la isla crea la sensación de que Castro es imbatible. Y, ciertamente, hasta ahora lo ha sido así. Todo signo de disidencia lo ha aplastado sin ninguna clemencia, tal como ocurrió con los pobres seres que fueron ajusticiados recientemente. Desde luego que el enorme poder del senil sátrapa se funda en la destrucción previa de la libertad y en la confiscación de las instituciones que las preservan, especialmente los medios de comunicación, los partidos de oposición, los sindicatos, gremios y federaciones independientes.
Los días de Fidel parecen contados. El Todopoderoso da señales de estar solicitando su presencia. Podemos suponer que no será para premiarlo con el Reino de los Cielos, sino, a pesar de su inmensa misericordia, para castigarlo con el Fuego Eterno, algo que la justicia humana nunca se ha propuesto. Ese será el día más feliz de la inmensa mayoría del sufrido pueblo cubano.