Inca Garcilaso de la Vega, el despertar de un pensamiento
1. El despertar de un pensamiento.
2. El indio cronista: Garcilaso de la Vega.
3. Nuestro Padre El Sol (o la reivindicación)
4. ¿No hay mal que por bien no venga?
5. El imaginario de los Inca y la llegada de los españoles
6. Desterrados por los invasores.
(%=Image(2674695,»R»)%)«Y a se entrevé cuál será la actitud de De Pauw frentea los salvajes de América: bestias- o poco más que bestias,que ‘odian las leyes de la sociedad y los frenos de la educación’,viven cada uno por su cuenta, sin ayudarse los unos a los otros, en unestado de indolencia, de inercia, de completo envilecimiento.»
Antonello Gerbi.
El despertar de un pensamientoComentarios como éste y otros de aun mayor radicalidad y estupor, son los que ha acuñado Occidente en su línea de pensamiento autoritario y eurocentrista respecto a América y a sus pobladores, al darse de bruces en 1492 con un Nuevo Mundo desconocido para ellos, e incluso, inimaginado, ignorado en su totalidad.
Siendo Europa y cosmovisión (costumbres, religión, pensamiento, etc.) el centro del mundo, el otro nunca podría ser otra cosa que un estorbo, o en el mejor de los casos, un súbdito. El indio habría de rendirse a los pies del supremo continente que en su afán desmedido por la riqueza y el poder, vendría a invadir tierras, destruir culturas, «conquistar», en lenguaje académico.
Fue éste el caso de América, y tan cierto es que, incluso el conocimiento de la historia que manejamos, está mediatizado por la visión de Occidente: antes del descubrimiento, a América sólo se le reconoce «prehistoria», caracterizada por «algunos hallazgos pintorescos» más que valiosos, curiosos para la cultura que se nos imponía, cuando no blasfemos o bárbaros, y que hoy en América pululan en la periferia de los estudios escolares, acallando las raíces culturales de nuestro ser americano. ¿Pero en dónde quedan miles de años de historia? ¿En dónde quedan múltiples culturas? ¿Qué decir de sus imperios y organizaciones? ¿Por qué hablar de prehistoria si culturas precolombinas, como la Maya, tenían escritura? Y especialmente: ¿dónde queda la mirada del otro, del indio, del dominado, frente al fenómeno del descubrimiento, la conquista y sobre sí mismo?
Las culturas precolombinas en el proceso de la conquista fueron prácticamente destruidas: sus templos, sus ciudades, su gente, sus documentos, y con esto, los mismos indios asistieron a la muerte tanto de los suyos como de todo su acervo cultural. Las raíces se perdían y el pasado se pretendió ocultar en virtud de la «verdadera civilización» que traía consigo «la salvación» de las almas. Sin embargo, no todo se extravió en el tiempo. Sobrevivieron algunas obras arquitectónicas y artísticas e historias que trascendieron oralmente de generación en generación; historias que impregnaron y consagraron otras visiones de la América prehispánica y constituyeron la mirada del otro, del indio cronista que desmiente, afirma y/o complementa muchos de los comentarlos hechos por Occidente y que abre las puertas a otro sentido, maravilloso e increíble, de lo que fue y, por consiguiente, lo que pudo ser América. Es así como el (%=Link(1019605,»Inca Garcilaso de la Vega»)%), nacido en el Cuzco el 12 de abril de 1539 (ocho años después de la conquista del Perú) se entrega al estudio y comprensión del pasado de su cultura, en un último intento por reconstruirla y reivindicarla frente al mundo. Ahora bien, siendo el Inca Garcilaso de la Vega un mestizo, hijo de un español (Garcilaso de la Vega) y de una princesa inca (Chipu Ocllo), ¿desde qué perspectiva aborda este pasado? Al respecto, Antonello Gerbi en su obra La Disputa del Nuevo Mundo afirma:
«El Inca Garcilaso encontraba lógico, de una lógica augural v barroca, que tierra tan fértil, de ricos minerales y metales preciosos… criase venas de sangre generosa y minas de entendimiento» (Pág. 230).
En su afán, Inca Garcilaso de La Vega construye una «moderna historia oral» (1) que legitima todo un universo, convirtiéndose en un narrador testigo que establece un hilo conductor entre recuerdos y comentarlos hechos por personajes que, de alguna forma, incidían en su formación cultural. Bajo esta perspectiva que traduce cierto carácter ambiguo, Inca Garcilaso de La Vega busca trazar líneas sobre una lámina de papel en blanco, en la que al finalizar sólo podemos percibir un compendio de trazos cortos y largos, con multitud de borrones y tachones, símbolo de la gran lucha sostenida por tratar de conciliar y, a la vez, respetar dos voces: la del indio y la del español.
El indio cronista: Garcilaso de la Vega
(%=Image(2895795,»C»)%)«… será necesario dividamos aquellos siglos en dos edades: diremos cómo vivían antes de los Incas y luego diremos cómo gobernaron aquellos Reyes; es de saber que en aquella primera edad y antigua gentilidad unos indios había poco mejores que bestias mansas y otros mucho peores que fieras bravas». (pág. 10)
Es de esta manera que el Inca Garcilaso de la Vega comienza su relación de la historia, el origen y las costumbres de la cultura Inca, en la compilación de su obra Los mejores comentarlos reales (1992), en la que se manejan de manera clara las nociones occidentales de «barbarie y civilización». Esa llamada primera edad se enmarca en un contexto en el que la ley se desconoce, como el matrimonio y los lazos conyugales estables; adoraban múltiples dioses, incluso, cada quien creaba el suyo. Para Inca Garcilaso de la Vega esto respondía más a una necesidad de diferenciación de un individuo con respecto a otro, que a un orden espiritual, pues según él, adoraron cosas inferiores a sí mismos, como en el caso de la adoración de animales.
En este punto, es notable el paralelismo que el cronista establece entre los indios de esta primera edad y el politeísmo grecorromano, elevándolo por encima de los primeros en tanto que sus dioses representaban virtudes como la esperanza y la victoria. Sin embargo, condena ambas creencias en pos del pensamiento monoteísta que de los españoles había adquirido, y que determinó en gran medida la mirada que el Inca dio sobre el pasado prehispánico. En ambos casos, su condena es tajante y definitiva: ridiculiza todo el conocimiento que estas culturas occidentales tuvieron, al afirmar que éste no fue lo suficientemente agudo como para reconocer la presencia de un solo Dios y dejar de lado la idolatría. Este comentario no es más que un intento por demostrar que también Occidente, con toda su civilización, juzgó sin verse a sí mismo, o cuando menos, también había conocido la «barbarie». Pero entonces, si hablamos de los términos «barbarie y civilización», si el Inca se refiere a los indios de la primera edad como «bestias», nos preguntamos: ¿cuál es la diferencia con relación al planteamiento de De Pauw expuesto en el epígrafe de Antonello Gerbi? Llama la atención que dos autores tan distantes el uno del otro partan del mismo principio para categorizar al indio americano, aun cuando el Inca Garcilaso intenta justificarlo y reivindicarlo en virtud del desarrollo del imperio Inca. Es aquí cuando De Pauw da pie a una crítica severa, oponiéndose radicalmente al planteamiento de Garcilaso, e incluso, reduciéndolo al absurdo por su condición india. Así, no sólo deslegitima, sino que desmiente y enloda toda construcción cultural de este antiguo imperio que, de alguna forma, reafirme un concepto de civilización distinto al occidental. A este respecto insiste en que los indios no tuvieron ni leyes ni otro tipo de orden social, contrariamente a lo que afirmaba Garcilaso, y que eran incapaces de un acto de nobleza o de ayuda mutua dentro de sus estructuras sociales. Contradice toda la relación que hace Garcilaso sobre el régimen económico de los indios del Perú, que se basaba en los sistemas de «Reciprocidad y redistribución» (detallados más adelante), y todas las leyes del imperio que establecían como derecho y deber el cooperar los unos con los otros en las faenas de la producción. Además, De Pauw nunca reconoce la crónica que el Inca Garcilaso realiza sobre la educación en esta cultura precolombina, pues consideraba a los indios incapaces de cualquier aptitud intelectual.
Es importante resaltar que De Pauw sustenta su discurso antiamericano en simples «observaciones» climatológicas, es decir, en una profunda crítica a las condiciones climáticas de nuestro continente, anteriormente estudiadas por autores como Cuvier o De Vries, con las que arma todo un concepto del ser americano, claro, un concepto unilateral. La idea de un posible diluvio (2) en América le da pie a la creencia de un continente en descomposición; condición a causa de un gran pecado, que trae consigo la degeneración de la fauna y, en tanto, de sus habitantes. Gerbi hace el siguiente comentario:
«Por lo tanto, hombres y animales murieron ahogados o por falta de comida (…) Esta es la razón de que haya tan poca gente en América, y de que esa poca sea bárbara e inculta» (Pág. 77)
Ahora bien, ¿cómo este pensador puede construir todo un universo bajo perspectivas tan radicales e intentar legitimarlo si ni siquiera llegó a pisar suelo americano? Obviamente se trata de in discurso infundado, parcial. Pero ¿qué estaba pasando en los planteamientos del «americano» Garcilaso de la Vega, tan destruido por De Pauw?
Tanto los líderes de algunas tribus que aún carecían de leyes para gobernarse, como las comunidades que vivieron sin ellas, desde la antropofagia hasta su mismo lenguaje, todo ese pasado (en el pensamiento de Garcilaso) formaba parte de una época oscura, de tinieblas y caos que clamaba, intrínsecamente, por la instauración del «nuevo orden». Pero para el Inca esto no sería sino los primeros pasos de una historia que habría de desarrollarse linealmente de un estadio inferior a otro superior: el triunfo de la fe cristiana, según lo afirma Wachtell Nathan en su obra Los Vencidos (pág. 244):
«El mismo espíritu racional (según nuestro criterio) se manifiesta en su representación del tiempo. Garcilaso distingue tres épocas en el Perú: durante la primera edad, los indios vivían en un estado de barbarie; la segunda edad corresponde a la obra civilizadora de los Incas, y la tercera a la conquista y el advenimiento del cristianismo».
(%=Image(1030866,»R»)%)Al respecto sería necesario agregar que, de existir un «espíritu racional» en la obra de Garcilaso, este se encuentra trasvasado por subjetividades implícitas y explícitas, pues nuestro observador estudia y juzga el objeto de investigación en función de su estructura mental, fruto del proceso de aculturación que sufrieron los pobladores del continente americano frente a la dominación española.
Ahora bien, no podemos dejar de lado la intencionalidad y los objetivos que perseguía Garcilaso de la Vega al escribir Los Comentarlos Reales, pues éstos no sólo justifican su obra, sino que, desde otro punto de vista, ponen de manifiesto la necesidad de descubrirse a sí mismo, diluido en una cultura que lo excluía (la cultura occidental), buscando encontrar sus raíces, reivindicar a los suyos, e incluso, comprender su realidad mestiza, aculturada, la identidad del nuevo americano. Garcilaso como cronista se propone:
«…contar lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y a otros de sus mayores acerca de este origen y principio, y será mejor que se sepa por las propalas palabras que los Incas lo cuentan que no por las de otros autores extraños». (Pág. 17)
Y más adelante añade:
«alegaré las mismas palabras de ellos donde conviniere, para se vea que no finjo ficciones en favor de mis parientes, sino que digo lo mismo que los españoles dijeron. Sólo serviré de comento para declarar y ampliar muchas cosas que ellos asomaron a decir y las dejaron imperfectas por haberles faltado relación entera. Otras muchas se añadirán que faltan de sus historias y pasaron en hecho de verdad, y algunas se quitarán que sobran, por falsa relación que tuvieron, por no saberla pedir el español con distinción de tiempos y edades y división de provincias y naciones, o por no entender al indio que se la daba o por no entenderse el uno al otro, por la dificultad del lenguaje. Que el español que piensa que sabe más de él, ignora de diez partes las nueve por las muchas cosas que un mismo vocablo significa y por las diferentes pronunciaciones que una misma dicción tiene para muy diferentes significaciones (…)» (Pág. 24)
El Inca Garcilaso de la Vega se dedicó extensamente a reconstruir la historia, vida y costumbres del imperio Inca, que muchos cronistas españoles tergiversaron, unos por su modo de ver el mundo, otros por conveniencia e incluso, como justificación a los desmanes que tales personajes embistieron contra la cultura incaica (por ser ésta la que nos ocupa).
Para referirnos a la segunda etapa que corresponde al gran imperio, es indispensable situarnos desde su mitología, siendo el mito el origen mismo de la vida y el punto de referencia para su organización política, social y cultural; y por otro lado, si es cierto que nos interesa la mirada del otro, sólo a través de los mitos y la relación que de ellos nos hace Garcilaso en Los Comentarios Reales podremos comprender el significado que para «el otro» tuvo la llegada de los españoles a tierras americanas, y cómo fue canalizado el violento proceso de la conquista en el indio peruano.
Nuestro Padre El Sol (o la reivindicación)
Como ya hemos dicho, de acuerdo con el cronista, los indios del Perú vivían en completa clandestinidad, sin normas ni patrones de convivencia en comunidad: las personas andaban desnudas, mantenían relaciones ilícitas (adulterio, incesto) cometían homicidios, robos, etc. Ante este aparente desorden, el Padre Sol envió a dos hijos, hombre y mujer, para que enseñasen a los hombres acerca de su dios y de las leyes y principios por los cuales habrían de regirse para vivir en «razón y urbanidad», según palabras del mismo Garcilaso. Así, desde el lago Titicaca los envió por el mundo en busca de una tierra en la cual levantar su imperio, que reconocerían si en ella, al hincar una barrilla de oro en el suelo, ésta se hundiese con un sólo golpe; y ordenó también organizar y orientar a su pueblo «en razón y justicia, con piedad, clemencia y mansedumbre». De este modo se establecieron en el cerro Huanacauri. Con su predicación y ejemplo atrajeron a los indios, quienes los aceptaron como Hijos del Sol y Reyes legítimos, fundando y poblando así la ciudad imperial del Cuzco, dividida en Hanan Cozco (Cuzco el alto) y Hurin Cozco (Cuzco el abajo).
Tal relación existía entre sus creencias religiosas y la vida de los indios, que toda forma de organizaci6n política, civil y de cualquier otra índole se realizaba de acuerdo al mandato del Padre el Sol. No sólo el Cuzco sino todas las ciudades y poblaciones del imperio siguieron el esquema de división binaria. Por otro lado, estos primeros Incas llamados Manco Capac y Mama Ocllo Huaco, educaron a los indios en sus labores respectivas, conforme a su sexo: los hombres fueron enseñados por Manco Capac a cultivar la tierra, realizar sus viviendas; les enseñó normas para vivir en sociedad, les impartió leyes con respecto al homicidio, al robo y a la vida matrimonial, no sólo en tanto al linaje, sino incluso en la determinación de la edad necesaria para contraer nupcias y hacerse responsable de una nueva hacienda. Por otra parte, las mujeres aprendían de Mama Ocllo Huaca a realizar faenas como el tejido, el hilado y el calzado, entre otras actividades.
(%=Image(7718381,»L»)%)Como dice Garcilaso, los indios estaban siendo formados para vivir en «urbanidad», y en ese sentido, estructuraron su Estado en función de la comunidad rural que ellos llamaban Ayllu. Estas pequeñas células comunitarias conformaban, según lo explica Nathan, los reinos del imperio que fueron centralizados bajo el poder de los reyes, quienes, a pesar de ello, respetaron hasta cierto punto las diferencias de cada región. En virtud de esta idea comunitaria, fundada en el mandato del Sol de hacer el bien a sus hijos amados, se establecieron los sistemas de reciprocidad y redistribución por medio de los cuales, si bien no vivían en la abundancia, tampoco pasaban necesidades. En el primero, los dones eran intercambiados mutuamente entre individuos o grupos del mismo orden jerárquico, en el segundo, los bienes eran reagrupados por el Estado y redistribuidos a otros grupos; el Estado se encargaba del «excedente de la producción», como lo afirmaba Nathan. Cada individuo, siguiendo el ejemplo de los hijos del Sol, estaba obligado a ayudar a quienes no podían trabajar sus tierras, pues éstas eran divididas y repartidas entre todos los indios, exceptuando las que se reservaban para el Inca y el Sol, e incluso la de los Curacas, que no eran otra cosa sino los jefes de cada provincia del Estado que, por estar dividida en dos, contaba con dos de esta figura. Sin embargo, en estas tierras también debían trabajar, hacerla producir.
Todo este sistema de organización fundamentado en sus creencias, fue rememorado y destacado por el Inca Garcilaso de la Vega en un intento por acabar con aquellas falsas ideas que los foráneos occidentales difundían respecto a los indios:
«Consta claro que por no dividir los tiempos y los lugares, atribuyen muchas veces a los Incas muchas cosas de las que ellos prohibieron a los que sujetaron a su imperio ( … )» (Pág. 32)
Pero a pesar de todo esto, el cronista no pudo zafarse de su propia visión occidentalizada, pues en más de una oportunidad demuestra no sólo no dar fe sino juzgar de manera peyorativa los mitos que dieron origen a esta cultura y a toda la riqueza y complejidad de sus relaciones que, en virtud de un sentido sagrado, lograron cristalizar un modo de vida excepcional. A este respecto afirma Wachtell Nathan:
«… Garcilaso (a pesar de sus propias afirmaciones) expresa menos el punto de vista directo de un indio que una reconstrucción del pasado hecha por un mestizo emigrado a España, a la luz de una cultura europea asimilada en todos sus matices.» (Pág. 31)
En todo caso, existe en la obra del cronista una suerte de discurso ambiguo en el que deja claro que el mito del Inca Manco Capac, entre otros mitos y visiones del mundo, no lo considera otra cosa más que una fábula, al mismo tiempo que reconoce la astucia y sagacidad de este inca al «valerse de ello para ordenar a su pueblo».
¿No hay mal que por bien no venga?
Ahora bien, si en un primer momento hemos hecho mención a una línea evolucionista y, basándonos en Nathan, ésta se correspondería en tres edades de relación ascendente, ¿qué tipo de enlace connotaría esta segunda edad de acuerdo de acuerdo al pensamiento de Garcilazo? Pongamos atención:
«Viviendo o muriendo aquellas gentes de la manera que hemos visto, permitió Dios Nuestro Señor que de ellos mismos saliese un lucero del alba que en aquellas oscurísimas tinieblas les diese algunas noticias de la ley y de la urbanidad y respeto que los hombres debían tenerse unos con otros haciéndoles capaces de razón y de cualquiera buena doctrina, para que cuando ese mismo Dios, Sol de justicia, tuviese por bien de enviar la luz de sus divinos rayos a aquellos idólatras, los hallase no tan salvajes, sino más dóciles para recibir la fe católica, la enseñanza y la doctrina de nuestra Santa Madre la lglesia Romana» (pág. 17)
¿Qué significa esto? Quizás la necesidad de conciliar dos visiones del mundo completamente antagónicas. El Inca Garcilaso de la Vega emprende toda una justificación por partida doble: por un lado, justifica y legitima el mito de los Hijos del Sol como necesario para poder dar «orden» a los indios antes de la llegada de la «sana doctrina», por otro lado, consagra nuevamente un pensamiento y justifica la venida de los españoles en virtud de la evangelización.
Desde el punto de vista religioso ¿qué paralelismo podría encontrarse entre la religión andina de la segunda etapa y la cristiana? Nathan plantea varios puntos: en primer lugar, la religión andina predicaba la existencia de un sólo dios a quien se debía adorar, pero ese dios era el sol, así que, más que tender hacia una creencia monoteísta, los incas dieron pie a lo que Nathan llama «monolatría». Esto sería la piedra angular que Garcilaso quiso atisbar. En segundo lugar, dentro de las creencias indígenas se encontraba la inmortalidad del alma y la resurrección, lo que podría significar un nuevo enlace. Sin embargo, ¿hasta qué punto podría aplicarse aquello de «no hay mal que por bien no venga»? Muchas consideraciones habría que hacer al respecto. Hemos de comenzar, entonces, por ese «mal» desde la mirada del otro que nos entrega el Inca Garcilaso de la Vega en su obra.
(%=Image(9346418,»R»)%) El imaginario de los Inca y la llegada de los españoles
a.- Del dios Viracocha:
El hijo primogénito del séptimo Inca Yáhuar Huácac, fue expulsado por su padre del palacio por ser áspero y cruel de carácter cuando tenía la edad de 19 años. Lo enviaron a cumplir oficio de pastor, esperando ver si descubría algunas noblezas.
Estando el príncipe en sus labores, un mediodía, se le apareció un hombre vestido con una túnica larga y ancha, y que tenía barbas, a diferencia de los indios. Éste, que se presento como Hijo del Sol y se hizo llamar Viracocha, le alertó sobre los peligros que el imperio corría en relación a un motín. Pero su padre no le quiso escuchar.
Es a través de este hecho que, según Garcilaso, nace el nombre de Viracocha que, años más tarde, sería adjudicado al príncipe, hijo de Yáhuar Huácac, cuando asumió el poder y que posteriormente se vincularía con los españoles.
b.- De los oráculos:
En Los comentarlos reales el Inca Garcilaso nos hace referencia a los oráculos de los Inca. Tanto profecías como acontecimientos de mal augurio fueron considerados por los adivinos o llaicas, quienes siempre coincidían en afirmar que se aproximaba la destrucción del imperio ante la llegada de unos hombres extranjeros.
Huaina Capac, de acuerdo con el estudio realizado por Nathan, era el onceavo Inca y, según las profecías, la destrucción del imperio se consumaría en el duodécimo gobierno incaico, que más tarde le correspondió a Atahualpa.
Los terremotos, comunes en el Perú, habían multiplicado su intensidad; con ellos las marejadas se hicieron inmensas; en el cielo aparecieron cometas nunca antes vistas y de un aspecto tenebroso; desastres naturales de todo tipo ocurrieron en esos años que precedían a la llegada de los españoles. Pero además, signos espectaculares parecían hablar por sí solos. En la fiesta solemne del Sol, que celebraban anualmente, vieron a un cóndor ser alcanzado por varios halcones mientras volaba hasta caer en el suelo. Esta ave era considerada como mensajera del Sol. A pesar de que la tomaron para curarla, murió a los pocos días. Tal hecho fue considerado por el Inca Huaina Capac y su corte como un mal presagio.
Pero la luna también tenía algo que decir: en una noche iluminada ésta apareció rodeada por tres halos que, para los adivinos del imperio, significarían: el primero, de color sangre, una guerra que se desalaría después de la muerte del Inca Huaina Capac, que es de saber, gobernó 42 años aproximadamente hasta 1523, ocho años antes de la conquista del Perú. El segundo halo, de color negro verdoso, significaría que esta guerra habría de causar la destrucción del reino y la religión; y el tercero, de aspecto ahumado, significaría que todo habría de reducirse a eso: a humo.
Huaina Capac había recibido noticias de que hombres extraños merodeaban por las costas del Perú. Según la relación que de ello nos hace Garcilaso, el navío pertenecía a Vlasco Núñez de Balboa, «primer descubridor de la mar Sur», unos dos años antes de 1515, cuando se le dio al Perú su nombre. Así se opuso a algunos historiadores españoles que afirmaban que dicho navío pertenecía a Francisco Pizarro.
Todo parecía coincidir: los desastres naturales, las profecías, la proximidad del duodécimo gobierno, las noticias sobre aquellos hombres… Pero ¿quiénes eran? ¿Acaso dioses?
Antes de morir, Huaina Capac dejó entre sus descendientes la orden de aceptar a Atahualpa (hijo natural) como sucesor, y les alertó sobre las predicciones:
«(…) sabemos que se cumple en mí el número de los doce Incas. Certificoos que pocos años después que yo me haya ido de vosotros, vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que NUESTRO PADRE EL SOL nos ha dicho y ganará nuestro IMPERIO y serán señores de él. Yo os mando que le obedezcáis y sirváis como a hombres que en todo os harán ventaja; que su ley será mejor que la nuestra y sus armas poderosas e invencibles más que las vuestras. Quedaos en paz, que yo me voy a descansar con mi padre el Sol, que me llama. (Pág. 228)
(%=Image(6242368,»L»)%)También Garcilaso se pregunto por qué una fortaleza imperial como aquella, triunfadora por excelencia, había sido vencida tan pronto. Esta fue la respuesta que recibió por parte de su tío:
«Estas palabras que nuestro lNCA nos dijo fueron mas poderosas para nos sujetar y quitar nuestro IMPERIO que no las armas de tu padre y sus compañeros trajeron a esta tierra.» – (Pág. 229)
¿Habría que suponer, entonces, que esto fue lo que determinó la derrota?
c.- Y llegó el día:
Recordemos el relato sobre el mensaje del dios Viracocha: éste estaba completamente vestido, tenía barbas y sus cabellos eran claros. Tal vez coincidencia, o quizás la consumación de un milagro. Ante la llegada de los españoles, otra cosa no podría ocurrir: aquellos hombres nunca antes vistos, sólo podían ser asociados con el dios Viracocha; la respuesta sería inmediata: fueron los españoles tomados por dioses salvadores, pero ¿de qué? ¿de quién?
De acuerdo con Wachtelll Nathan, para el momento en que los españoles inician su conquista, el imperio se hallaba dividido. Atahualpa y Huascar, a quien por ser hijo legítimo le correspondía el trono, se enfrentaban por el poder, causando una guerra civil en el reino. Atahualpa había capturado a éste cuando llegaron los españoles.
Pronto los aliados de Huascar buscaron a los europeos para dar fin a las andanzas de Atahualpa, quien es acusado por el cronista Garcilaso como un rey tirano, a diferencia de todos los anteriores, dedicado a hacer crueldades. Así, cuando los españoles lo prendieron fueron tenidos por salvadores. No obstante, Nathan afirma que aún los indios peruanos lloran la muerte de Atahualpa, rememorándola y recreando el regreso de éste a través del folklore. No olvidemos que, si para un bando los españoles eran dioses, para los aliados de Atahualpa eran enemigos. Pero la ilusión de los primeros no duró mucho. Como lo afirma Nathan, pronto la violencia y crueldad de los españoles produjo un cambio en la mirada del otro: de hijos del dios Viracocha pasaron a ser hijos del demonio.
El proceso de la conquista fue, en el sentido literal, terriblemente impactante. Los españoles atacaron las poblaciones indígenas con agresividad, violencia, imponiéndose por la vía del miedo. Su ambición y codicia tenían un escudo: la fe. En nombre de ella destruyeron ciudades enteras y habitantes con ellas. Trajeron consigo enfermedades nunca vistas que diezmaron la población considerablemente. En fin, sólo podía haber caos en la mente de los dominados.
Al desconcierto que sufrían los indios hay que añadir que Atahualpa y la milicia incaica no contaban con todo el despliegue de armas y el apoyo que podían recibir los conquistadores desde el otro lado del mar.
(%=Image(3662091,»R»)%)Otros factores contribuyeron a la derrota: el efecto psicológico que surtieron las armas, la cosmovisión de los indios, en especial frente a la guerra, pues para ellos el adversario se hacía prisionero para entregarlo en sacrificio a los dioses, a diferencia de los españoles que embestían para matar, y por último, la muerte de sus dioses, es decir, del sentido de la vida. Con cada piedra arrancada moría una parte del alma de aquella civilización.
Aun después de la conquista se llevaron a cabo distintos movimientos indígenas de resistencia frente a los europeos. ¿La causa? Divisiones internas.
Los españoles impusieron su religión, sus costumbres, su sistema mercantil. Hicieron de los reyes súbditos, y las jerarquías de aquella sociedad ya estructurada fueron derrumbadas y así, atomizaron el reino. Aunque el Ayllu seguía existiendo, las relaciones entre éste y el curaca se debilitaron, incluso, éstos últimos llegaron a comerciar con los españoles en la explotación indígena. El número de yanas (indios desligados de sus vínculos sociales) aumentó considerablemente como consecuencia de las guerras civiles (1548) y el servicio dado a los españoles que, entre otras cosas, los exoneraba del pago tributarlo, inaccesible para la mayoría de los indios. Si antes et tributo del imperio les era retribuido, ahora debían pagar un tributo multiplicado a los españoles que nunca se volcaba en beneficios. Si antes no pasaban necesidades, con el «nuevo orden» vivían necesitados.
El proceso fue tan rápido y violento que en realidad no se puede hablar de una apropiación o transformación de la cultura. Por ello, Nathan plantea el problema en términos de aculturación. Para este autor, el gran mal radicó en destruir y desaparecer la cultura incaica a través de sus estructuras físicas, políticas, etc., para haber dejado la nada en su lugar. Fueron desterrados por los invasores y su orden no fue reemplazado por otro. Nathan establece que, si bien hubo un mestizaje desde el punto de vista biológico, culturalmente sólo se puede hablar de una superposición o yuxtaposición de elementos. Como cada iglesia construida sobre templos ya inexistentes, así cada indio asumió elementos de la cultura occidental, pero su estructura mental habría de resistirse. Desde nuestro punto de vista comprendemos el problema a través de los términos heterogeneidad/homogeneidad. Así, apelamos al concepto de heterogeneidad, pues, a nuestro criterio, la cultura latinoamericana no se ha levantado como fusión homogénea de las culturas India/blanca/afro, sino que se ha caracterizado por la presencia de elementos de éstas que conviven, se disputan, se revelan, se interpelan, pero nunca se hacen una sola cosa. La diversidad, la contradicción y la ambigüedad parecieran ser su signo.
En este sentido, el mestizaje cobra su real significado y echa por tierra esa visión homogeneizante de la cultura. Esto lo vemos claramente en el Inca Garcilaso de la Vega. Constantemente se contradice, pareciera avalar un discurso occidental al mismo tiempo que busca reivindicar al Perú frente a Occidente. Pero nos falta una cara del dado: ¿cómo observa el Inca esta cultura y esta España que también le pertenece? La visión que ha descrito en su libro ¿implica que justifica y acepta el proceso de la conquista en pro de la evangelización? Quizás sea hora de callar al español, al cronista, y dejar hablar al indio:
«… si a esta vana creencia de los indios (viracochas) correspondieran los españoles con decirle que el verdadero Dios los había enviado para sacarlos de la tiranía del demonio, que eran mayores que las de Atahualpa, y les predicaran el Santo Evangelio con el ejemplo que la doctrina pide, no hay duda sino que hicieran grandísimo fruto. Pero pasó todo tan diferente, como sus mismas historias lo cuentan, a que me remito, que a mí no me es lícito decirlo: dirán que por ser indio hablo apasionadamente. Aunque es verdad que no se debe culpar a todos, que los más hicieron oficio de buenos cristianos; pero, entre gente tan simple que fueron aquellos gentiles destruía más una mano que edificaban cien buenos.» (Pág. 115).
No podría ser más evidente. Aun toda la carga de un sistema que lo ha absorbido como individuo cultural no ha sido capaz de justificar tanta violencia y destrucción, incluso en nombre de la fe. Cierto es que se contuvo a fin de no ser juzgado como rencoroso, pero en este discurso se pone en evidencia el dolor de haber cargado sobre sus hombros y los de su gente el peso del destierro y de la disgregación, el dolor de ver cómo los españoles vaciaban los sentidos de la vida incaica.
En realidad, de acuerdo con Wachtell Nathan, los cronistas y, en especial Garcilaso y Guaman Poman de Ayala, no hicieron otra cosa que Intentar reconstruir el orden que los españoles habían revuelto, restablecer toda una estructura que a partir de la conquista se había desarticulado. Pero esta tarea respondía a una reestructuración ideológica y por ello se planteó en casos aislados. Su revolución consistió en creer en la utopía.
Garcilaso en su condición de mestizo, llevaría dentro de sí una angustia que sería aumentada: vive la nostalgia de un mundo que existió y apenas logró atisbar, para luego ser un extranjero en territorio español. Su doble herencia fue a la vez una trampa: mestizo frente a los españoles, mestizo frente a los indios, cristiano por fe, indio por corazón.
Hay en la voz de Garcilaso el dolor de una muerte, la muerte de una utopía antes de que se pudiera soñar. No hay esperanza ni regreso. Garcilaso llora la propia ausencia de un terruño. La lengua le pertenece, pero los mismos que le reciben hablan con él sin mirarle a los ojos, y este americano se pregunta:
-¿Por qué no me miran?
Y él mismo se responde:
-¿A quién deben mirar: al indio-inca o a Garcilaso de la Vega?
Es el año de 1559, Garcilaso tiene la mirada perdida. Quizás la dejó extraviada en sus raíces, quizás la luz del dios sol se la ha cegado…
________________________________________________________________(1) Domingo Milliani: «Prólogo» de Los mejores comentarios reales. 1992. Biblioteca Ayacucho. Pág. XIII.
(2) Algunos autores sostienen la hipótesis del diluvio como inicio del fin del mundo y la extirpación de las especies, incluso la humana. Había quienes le adjudicaban al diluvio la ruina de la tierra, la destrucción de un mundo anteriormente perfecto.
BIBLIOGRAFÍA
GARCILASO DE LA VEGA: Los mejores comentarios reales. Biblioteca Ayacucho. Colección Claves de América. Caracas, Venezuela. 1992. 450 pág.
NATHAN, Wachtelll: Los Vencidos. Alianza Editorial.
GERBI, Antonello: La disputa del Nuevo Mundo. Fondo de Cultura Económica. México. 1982. 884 pág.