En el filo
Si hay algun rasgo propio de la política exterior de nuestro actual gobierno es que nos empuja siempre al filo, al borde de situaciones críticas, y cuanto más importante es el socio al que afectan sus actuaciones, más al límite se llega en dichos y hechos.
En el caso de las relaciones con Estados Unidos, durante el año transcurrido desde que el presidente Hugo Chávez asumiera el poder, la política exterior venezolana ha generado toda clase de señales al gobierno así como a la sociedad y economía de ese país. Sin entrar en el análisis que cada una merece, entre estas señales están: la negativa de condenar el maltrato a los derechos humanos en China, Cuba e Irán; el acercamiento y búsqueda de confianza del gobierno y los sectores económicos de Estados Unidos, ostensible en las visitas presidenciales a ese país; las críticas a las acciones de la OTAN en Kosovo; el rechazo al vuelo de aviones norteamericanos en el espacio aéreo venezolano; las declaraciones en China desafiando sin provocación alguna la hegemonía estadounidense; la propuesta de crear una Confederación de Ejércitos Latinoamericanos; la aprobación del tratado de doble tributación; la petición -y condicionamiento de último momento- de ayuda para los trabajos de reconstrucción de la vialidad del litoral; la declaración gubernamental, luego de los deslizamientos e inundaciones, dando seguridad sobre la disposición a cumplir los compromisos financieros internacionales; y las opiniones y anuncios contradictorios sobre los programas de apertura e internacionalización en el sector petrolero.
Vista esta muestra hay mucho que reflexionar, tanto sobre la entrevista a Peter Romero – Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Hemisféricos- publicada por el diario español ABC, como sobre la reacción del gobierno Venezolano.
Este nuevo inconveniente en las relaciones diplomáticas -más allá de la cuestión de la intervención y la soberanía, tan debatida como poco comprendida entre nosotros- debe hacernos pensar en la naturaleza de nuestra relación con Estados Unidos, así como en la importancia de manejarnos con realismo y sentido de responsabilidad.
En otra lista. Estamos en la lista de países-desafío para los Estados Unidos. En efecto, dentro de los problemas de corto plazo para el Departamento de Estado en Iberoamérica Peter Romero se refirió expresamente a Ecuador, Paraguay, Cuba, Haití y Venezuela, precisando en este caso que «…por el manejo del gobierno de Chávez»; aunque, la verdad, también somos parte del reto de largo plazo que planteó el funcionario estadounidense en cuanto a «…las reformas sociales, la apertura de los mercados y, sobre todo, la reforma judicial.».
Luego, en una referencia más explícita, Romero manifiesta la incomodidad del Departamento de Estado ante la incertidumbre que transmite Venezuela con su sucesión de elecciones, referendos y plebiscitos, el pobre manejo de la situación económica, así como la «diplomacia de ruedas de prensa», en clara alusión a la manera gubernamental de tratar asuntos muy importantes y a la poca seriedad resultante en el manejo de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.
En suma, estamos en la lista de países con dificultades, entre los que no son de fiar. Y no importa cuántas veces el gobierno objete todas esas calificaciones. Lo cierto es que durante este año su desempeño y el de la economía y la política nacionales han dado razones de sobra para sustentarlas.
No hay por qué asumir con extrañeza la incomodidad que revelan las declaraciones de Romero. Es más, lo que debería sorprendernos es que hasta ahora el Departamento de Estado haya sido tan cauto y haya optado una y otra vez por no recoger el guante durante este acontecido primer año de relaciones con el gobierno del presidente Chávez. En efecto, detrás de las contradicciones está la actitud de desafío, que se manifiesta a la menor provocación o sin ella, como una fórmula para definir una «nueva identidad» internacional.
Ahora bien, sin ignorar el enorme peso que en efecto han tenido y tienen los Estados Unidos en el hemisferio, otra de las caras de esta historia es que ese país ha sido siempre una carta de muy cómodo manejo para los Latinoamericanos; y para Venezuela lo es muy visiblemente en la actualidad.
El gobierno espera el apoyo de Estados Unidos y su buena disposición para seguir actuando como los socios económicos de siempre, pero también juega a desafiarlo políticamente, por lo que hace y por lo que deja de hacer. No se trata, por cierto, de ignorar las muchas razones de irritación presentes en relaciones tan asimétricas e intensas, pero sí de hacer bien nuestras cuentas y también de reconocer la necesidad de un juego básico de confianza. Debemos ser lo suficientemente responsables para no olvidar que en la lista de nosotros la economía sigue estando tremendamente concentrada en el comercio y las inversiones estadounidenses; más allá de eso -por cierto- revisemos tambien otras «cuentas» como las de nuestros vínculos con la economía política global.
Jugar en el filo de estas relaciones es innecesario e inconveniente, y la alternativa no es la sumisión -como sugiere el discurso oficial. La alternativa en cambio es la claridad y la responsabilidad en la atención a un socio muy grande, a ratos muy incómodo, pero por lo pronto muy importante.