Democracia en juego
Gracias a una coalición entre el Partido Popular (ÖVP) y el Partido Liberal (FPÖ), que entronizó en el gobierno austríaco al lider de ultraderecha Jörg Haider, se ha reanimado el viejo debate sobre la paradójica e innegable falla de la democracia: ¿qué pasa cuando el pueblo elige mal? ¿Qué pasa cuando el pueblo, ejerciendo su libertad, elige a un enemigo de la libertad? En las diversas y abundantes opiniones que registra la prensa internacional sobrenada la difícil interrogante.
Ciertamente, la reacción ha sido negativa. Los gobiernos de catorce países de la Unión Europea decidieron no promover ni aceptar ningún contacto a nivel político con Vienna; el primer ministro de Israel, Ehud Barak, retiró a su embajador en Austria; y, peor aún, el ministro de relaciones exteriores de Bélgica declaró que desde el pasado 4 de febrero -el día que el presidente Klestil aprobó la coalición- es inmoral esquiar en los alpes austríacos. Hay quienes comparan a Haider con Hitler y Milosevic, y argumentan que su ascenso al poder puede arraigar otros brotes de ultraderecha en Europa, como el Frente Nacionalista del francés Jean Marie Le Pen y el Partido Popular de Dinamarca de la xenófoba Pia Kjaersgaard. Otros, como el famoso perseguidor de nazis y sobreviviente del holocausto, Simon Wiesenthal, afirman que Haider es meramente un lider populista que no presenta una seria amenaza a las democracias europeas. Pero ambos extremos tienen una similitud. Los dos parecen vislumbrar la debilidad de una premisa que ya Platón criticó hace más de dos mil años: el paradójico principio de que las mayorías deben gobernar.
El controversial lider del Partido Liberal, Jörg Haider, nació en el norte de Austria en 1950 en el humilde nido de una familia que mostraba claros vínculos con los nazis. Su padre, según afirma la biógrafa de Haider, Christa Zöchling, se enroló muy joven en las milicias hitlerianas, y su madre fue desde la cuna una ferviente nacionalsocialista. Haider comenzó su carrera política en los años 70, apenas culminó sus estudios de derechos en la Universidad de Vienna. Nunca ejerció su profesión sino concentró sus energías en treparse rápidamente en las cúpulas de su partido. En 1979, a los veintinueve años, se convirtió en el miembro más joven del parlamento austríaco. En 1989, fue electo gobernador de la provincia del sur, Carinthia (cargo que perdió dos años después debido a un discurso suicida donde elogió la política laboral de Hitler). El año pasado, después de un corto período donde los austríacos parecen haber olvidado (¿o adoptado?) su irreverente discurso, fue reelecto gobernador de esta provincia.
Que el Partido Liberal se haya apoderado en las pasadas elecciones de un cuarto de los votos (26,9%) no se debe sólo a la populista y carismática campaña de Haider sino también al descontento del pueblo austríaco con la cómoda coalición entre el Partido Popular y Partido Social Demócrata (SPÖ) que ha gobernado Austria durante los últimos trece años. Desde 1987, estos dos partidos se han repartido los beneficios de una economía estatista, carcomida por la corrupción y el abuso. Como señaló el alemán Josef Joffe, Haider no es la causa del estancamiento político de Austria, sino el efecto. Fue precisamente el alto porcentaje del voto protesta que favoreció al Partido Liberal, lo que impulsó al inescrupuloso líder del Partido Popular, Wolfgang Schüssel, a proponerle a Haider una coalición entre los dos partidos que lo montara a él en el trono. Gracias a este pacto, Schüssel será el próximo canciller en un gobierno donde Haider, inevitablemente, ejercerá una enorme influencia.
Pero, ¿representa Haider un verdadera amenaza para la libertad en Austria y el resto de Europa? Indudablemente, el Partido Liberal no es el Partido Nazi de Hitler, en cuyo programa figuraba diáfanamente la agresión y el antisemitismo y, además, el peso de Austria en Europa es menor al de Alemania en 1933. Creo que el veredicto de Weisenthal es certero. Haider no es tan peligroso como Hitler o Milosevic; y aunque ha defendido la Waffen SS, se ha referido a los campos de concentración como meros “campos de castigo” y se ha manifestado en contra de la superpoblación de extranjeros, también ha demostrado que es un camaleón político que amolda su ideología a las circunstancias. Tras alcanzar el acuerdo con el Partido Popular, Schüssel le hizo firmar un documento que compromete al nuevo gobierno a trabajar por una Austria libre de xenofobia, antisemitismo, y racismo. Asimismo, en el último ejemplar de la revista Time, Haider afirma que existe una clara distancia entre el Partido Liberal y la ideas del nacionalsocialismo.
Sin embargo, la filosofía mutante y populista de Haider no es un motivo suficiente para bajar la guardia. La comunidad internacional debe castigar a través del debate y la crítica a cualquier gobierno (así sea elegido democráticamente) con tendencias nazis o fascistas. La reacción de los catorce países de la Unión Europea no debe verse como un irrespeto a la democracia sino como un rechazo a dialogar con líderes que no aseguran la guarnición de la libertades fundamentales. No es contradictorio condenar las opiniones de Jörg Haider y al mismo tiempo respetar el derecho de los votantes austríacos a elegirlo. Ahora, si el gobierno comienza a discriminar a la población en base a diferencias religiosas o étnicas las democracias del mundo tienen la obligación de intervenir (así sea en contra de otra democracia).
Hace más de dos milenios Platón hizo una crítica fulminante a la democracia con la siguiente paradoja: ¿qué pasa si la mayoría, ejerciendo su derecho a ser libre, elige a un tirano? Para Platón, la mejor solución era que sólo los sabios gobernaran. Sin embargo, el inmortal filósofo no se dio cuenta que esta solución era también paradójica. ¿Qué pasa si los sabios deciden que lo más correcto es que sólo las mayorías deben gobernar? Según un ilustre compatriota de Haider, el filósofo Karl Popper, el nicho está en la manera de abordar el problema. La democracia no debe partir de una doctrina que consagre a la mayoría o a los filósofos como la garantía total de la sabias decisiones, sino de la adopción de un principio de obstrucción y resistencia a las tiranías o a los gobiernos donde no se respeten las libertades fundamentales. La democracia, pues, debe encargarse de crear, desarrollar y proteger instituciones políticas que resguarden las libertades y obstaculizen las tiranías. Este principio no implica que las políticas adoptadas por los gobiernos democráticos van a ser las más sabias; ni siquiera implica que van a ser mejores que las que podría implementar un tirano benevolente. Pero sí podemos afirmar que para el buen funcionamiento de un sistema justo y coherente es preferible aceptar un mal gobierno en una democracia (siempre y cuando podamos cambiarlo en las elecciones) que una tiranía sabia y benevolente. Visto de este modo, no es la democracia la que está en juego en la Austria del arriscado Jörg Haider, sino la concepción errónea de que la democracia es sólo cuestión de mayorías.