Las barbas de la utopía
I
A veces, el planeta se confabula para poner obstáculos entre el pensamiento y la acción. Y no es una vuelta a la senda de los astrólogos y pitonisos, sino el encuentro real con fuerzas que se imponen por encima de los deseos y la simple voluntad. Al contrario, es como si todos los perros se confabularan para humedecer al mismo tiempo una simple tobillera, la mía o la suya. Y no hay a quien quejarse.
En otros días y otros tiempos, aunque llueva y el Sol no aparezca por el horizonte, la vida se desliza suave y sin contratiempos que frustren la voluntad. No importa que no haya sorpresas ni nadie conocido le dé el palo a la piñata de la suerte. Tal acontecer lo conocemos todos, y es la normalidad, aunque algunos cortocircuitos sorprendan y el hijo del vecino se fracture una mano jugando fútbol o la pequeña de la casa no encuentre su muñeca favorita.
Lo inexplicable es que, sin que ningún humano se percate, la lentitud y la desidia vayan copando el ambiente y que de repente nadie prefiera moverse y todos empiecen a aceptar, indolentes, convertirse en piedras y que otros hablen y decidan.
II
Los pocos que se han dedicado explicar o encontrar las razones de tanto antiparabolismo -nadie discute, nadie reclama, todos aceptan lo que a bien tengan de darles- diagnostican, sin rubor, que la pesadumbre generalizada tiene un sólo y único origen: la muerte de la utopía, que de un día para otro y con la simple caída del muro de Berlín y el desplome inmisericorde de la Unión Soviética y todos sus satélites, menos uno, la humanidad se quedó sin sueños. Ninguno se atreve a inventar otro.
III
Tal falso como que con el fin de la guerra fría llegó la paz -hay más guerras, civiles e inciviles, sobre la faz del planeta hoy que en 1989- es que se acabaron las utopías y que el hombre ya no tiene cómo soñar un mundo mejor, con justicia, equidad, trabajo, salud, escuelas, transporte barato y una larga cadena de etcéteras. Basta con preguntar o indagar un poco más allá de los disparos del ELN, los secuestros de las FARC, las emboscadas de los talibán, los actos terroristas de los vascos, las matanzas de Kosovo, para encontrar que cada uno tiene su propia utopía, su propio modo de lograr ese mundo perfecto que Jesús aseguró que estaba en el Cielo y no en la Tierra.
IV
Aún cuando el presupuesto militar de Rusia y sus aliados de hoy es apenas comparable con las ventas de la cadena de tiendas Kmart, de Estados Unidos, el peligro que encierra la antigua potencia no es menor que cuando Reagan propuso la guerra de las estrellas para contrarrestar el poderío atómico soviético. Lo que ha cambiado es la manera de morir de las probables víctimas. El salvajismo con el que Moscú y Putin la han emprendido contra el espíritu separatista de Chechenia no es nuevo, pero sí más eficientemente mortal que cuando, en el invierno de 1944, Stalin ordenó la disolución de la nación chechena y 478.479 familias fueron deportadas a Siberia, a campos de trabajo. No fueron asesinados de la misma manera como Hitler lo había hecho hasta hace poco con los judíos, pero la falta de comida y la carencia de condiciones mínimas de salud provocaron la muerte de casi todos ellos.
Los chechenos y los ingushes, que son las etnias prevalecientes en esa región del Cáucaso, son vistos por los moscovitas con el mismo odio con el que los europeos ven a los gitanos. Los sienten tramposos, mentirosos, ladrones, flojos, vagos, chulos, dados a la prostitución como el más seguro método de sobrevivencia y otros estereotipos, medias verdades y sesgos discriminatorios siempre presentes entre culturas diferentes y rivales.
Ese no es un conflicto nuevo, tiene más de 270 años y ahora Putin está decidido a ganar las elecciones, al simple costo de exterminar a los «bandidos chechenos». Es poco probable que las ideas rusas de «convivencia» sean aceptadas: sería darle la bienvenida a la exterminación y al genocidio. Y porque mientras viva un checheno, se mantendrá viva la llama de su utopía.
V
Sin usar armas atómicas ni misiles teledirigidos de alta precisión, los iraquíes, iraníes y turcos se han confabulado para mantener a raya las pretensiones independentistas de los kurdos. Con gas mostaza, las fuerzas de Saddam Hussein han impuesto su aterradora autoridad a pacíficas aldeas de kurdos. Sus líderes han sido perseguidos, encarcelados y muertos, pero a los kurdos no se les borra la idea de ser libres e independientes algún día, como cada nación y etnia del planeta que viva oprimida por otros pueblos.
VI
El intelectual se asoma a la ventana y se queja, porque ha muerto el marxismo, el gran sueño del siglo XIX y la gran pesadilla del siglo XX, y ya no hay utopías. Y quizás lo que no hay es trabajo para los expertos universitarios en materialismo dialéctico y en lucha de clases. ¿A qué se dedican los antiguos y exigentes profesores de marxismo, siempre tan difíciles de entender, de la Universidad Patrice Lumumba?, ¿qué enseñan ahora, corte y costura o han encontrado su realización en el New Age o el islamismo talibán?
VII
La utopías no mueren, se multiplican, aritméticamente en el primer mundo, y geométricamente en el tercero. Tanto que medio centenar de personas pueden prenderse fuego con la convicción de que les garantiza la entrada al Cielo. Va a la gloria camino del infierno.
Desde las profundidades de Africa, a veces llegan noticias y casi siempre asombran. No del norte de ese continente, sino de las regiones en las que el colonialismo apenas dejó el chapuceo de la lengua y los castigos criminales. Pero, cuando los corresponsales se bajan de la bicicleta y se acercan a las aldeas, con sus brujos y su ausencia de sombra, conocemos de monos que luchan contra hombres por unas gotas de agua, elefantes que han perdido el mapa de su cementerio y de batallas tribales en las que es casi imposible sobrevivir.
En ocasiones, familias enteras y también tribus completas, convencidas de que el diario vivir implica dar la batalla por la cultura, las tradiciones, las creencias, la medicina y los descendientes, convocan utopías que no están en libros sino que pasan de boca en boca, o mejor dicho de la teta a la boca, porque mientras el bebé mama, la madre le cuenta sus sueños, y éstos se van tejiendo en la contextura que cada célula, en cada latido del corazón. Y con la violencia de aquellos que saben que la razón le pertenece, porque son más altos, más flacos, en fin, distintos, afilan los machetes y esperan la noche para bañarse de sangre.
La utopía en las desiertas praderas de Africa puede ser la mutilación del cuerpo o su deformación. Entonces, los observadores hablan de estética y de patrones de belleza asimétricos, que es la palabra para denominar lo atrasado, o lo feo. A veces se firman la piel con cicatrices, y se convierten en víctimas de otros, de los que, de tiempo en tiempo, reconocen que los tiempos han cambiado, que ahora hay menos distintos, o menos «enemigos». La contraparte es que los «amigos» también son menos.
VII
Los incautos creen que utopía es sinónimo de perfección, y no están tan errados. Lo terrible es que cada una se contradice con la otra, y ninguna ha logrado imponerse a las demás. Esta calma de ahora, es lo que precede a la tormenta. Por si acaso y pierde, ya la Iglesia Católica, una de las utopías más antiguas, ha empezado a pedir perdón a sus víctimas. Habrá que confiar en la resurrección de carne.
VIII
A veces, la vida es pesada y opaca como una piedra. Y pareciera que todo se confabulara para ahorcarnos la suerte, que siempre es mucho más que la cochina existencia al borde de la civilización. De pronto, brota desde el fondo de algún precipicio, de algún deslave inesperado, la buena noticia de que no hay nada que lamentar, que los perros guardan sus ladridos y que los deudos no se han perdido el funeral, que el quehacer sigue siendo la rutina, que lo cambia todo para que nada se salga de su novedoso, pero tedioso, control. Y la esperanza se hace lenta, se queda quieta como un morrocoy, o fenece. Hable usted, pero por favor, no me invite a soñar, puede ser el preludio de la muerte. Prohibido fijar carteles.