Opinión Internacional

España: cinco lecciones electorales

Cualquier definición rotunda sobre España y los españoles carece de sentido. Esa es la primera lección de los comicios de marzo. No era verdad, como se demostró, que España fuera de izquierda, como tampoco es cierto que se trate de una sociedad de derecha. Aparentemente estamos ante una población razonablemente satisfecha, lo que la conduce a comportarse con prudencia y a huir de cualquier aventura. Si esas circunstancias cambiaran, la reacción de los electores sería distinta.

¿Por qué votaron por Aznar masivamente? Sin duda, porque la percepción general es que había gobernado bien los cuatro años previos. Los españoles habían visto descender los precios de las hipotecas, el desempleo y los impuestos. Todo eso se concretaba en un mayor poder adquisitivo y en mejor calidad de vida. España crecía por encima de la media europea, y cuando se le preguntaba a las personas sobre sus índices de felicidad actual y optimismo con relación al futuro, cuatro de cada cinco respondían muy positivamente. Como sucede en todas las consultas electorales, los ciudadanos no estaban votando por Aznar o contra Almunia: muy racionalmente, estaban defendiendo sus propios intereses y votando en favor de ellos mismos.

La segunda lección se deriva de la anterior. Con insistencia digna de mejor causa, los socialistas se dedicaron a forjar dos espacios ideológicos -derecha e izquierda -, atribuyéndole al suyo -la izquierda – todas las virtudes, y a la derecha todos los defectos. La izquierda era generosa, progresista, moderna, honrada y tolerante. La derecha carecía de compasión, era anticuada, reaccionaria y autoritaria. ¿Por qué los españoles prefirieron a una gentuza tan impresentable como la descrita por los socialistas en lugar de las gallardas huestes de la «izquierda»? Porque el debilitamiento de las ideologías también implica el fin de los estereotipos.

La tercera lección también tiene que ver con las ideologías. Parece obvio que se oscurecen las visiones teóricas en beneficio del análisis de la pura gestión. Al Partido Popular no lo votaron por ser liberal-conservador, ni rechazaron al Partido Socialista por suscribir las tesis postmarxistas de Habermas. El elector, que no se siente un cruzado de la Humanidad, ni está interesado en cambiar el sistema en el que vive, pues lo que desea es mejorarlo en su propio beneficio de manera creciente, sólo pretende poder ganarse la vida confortablemente, no padecer peligros innecesarios, y que los servicios y la burocracia funcionen con eficacia y a un precio prudente. De ahí que se sienta perfectamente cómodo con un líder como Aznar, que no le promete hazañas tremendas ni se propone conducir a la sociedad hacia un radiante destino planetario, sino se limita a crear cauces, fortalecer las instituciones y servir a quienes lo han colocado en la Moncloa. Los líderes carismáticos son totalmente innecesarios en las sociedades razonablemente satisfechas. ¿Recuerda alguien el nombre de un líder carismático suizo?

La cuarta lección tiene que ver con el Partido Comunista. Los comunistas españoles pertenecen a una etapa felizmente superada por la sociedad. Como buenos -o malos – marxistas creen en estimular los conflictos y en la lucha de clases, se sienten totalmente infelices en el mundo en el que viven -les horroriza el mercado y carecen de reflejos democráticos, como se comprueba en la defensa permanente de las tiranías cubana o serbia -, y esa insatisfacción se expresa en la constante crispación que transmiten a sus ademanes políticos, actitud que provoca el rechazo instintivo de los electores. Para los socialistas fue un inmenso error cargar con esta incómoda y desajustada tribu. Perdieron parte de su buen talante. A los ojos de los electores, se radicalizaron innecesaria y oportunistamente.

La quinta y última lección no es para los políticos, sino para los periodistas. Es para nosotros. Lo acontecido debería convertirse en una cura de humildad para los medios de comunicación y en el inicio de una rectificación de rumbo. El País, la poderosa cadena de radio SER y el grupo Prisa, con su enorme concentración de talento y poder, dispararon contra Aznar y el PP sus cañones más gruesos durante años, persuadidos de que podían sacarlos de La Moncloa, pero el esfuerzo resultó inútil. ¿Por qué? Porque el mensaje sectario nunca es convincente. Sirve para estimular a los partidarios, pero jamás logra nuevos adeptos.

Cuando un medio de comunicación se identifica con un partido político, se vuelve totalmente predecible y pierde gran parte de su eficacia. El fair play que machaconamente predica la prensa estadounidense no es sólo una cuestión de principios: es una sutil estrategia para mantener cierta influencia sobre los lectores. Por eso Aznar pudo darse el lujo de ignorar a sus adversarios de la prensa y negarles entrevistas exclusivas. Se había dado cuenta de que a fuerza de atacarlo incesantemente, los medios de comunicación visceralmente hostiles habían perdido gran parte de su capacidad de moldear la opinión pública. Ningunearlos era perfectamente posible sin pagar por ello el menor precio. Y lo hizo.

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