Némesis
Hay muchos conceptos que, aún siendo básicos en los lenguajes que dieron origen al idioma español, como el griego, el latín y algunos otros más ibéricos, han, sin embargo, casi desaparecido del lenguaje en uso corriente. Némesis es uno de esos términos. Hoy, más que nunca, es necesaria la justiciera sanción que en tantas obras del teatro griego se aplicaba a aquellos personajes cuya conducta era o devenía en ser soberbia, insolente, insultante, transgresora y desprendida de la reglas no escritas de la convivencia, la empatía, la compasión y la justicia. Ese castigo divino, esa némesis, debía ser consistentemente disuasoria de tales conductas narcisista y antisociales.
Por supuesto, una cosa es una obra de teatro y otra la realidad, aunque los “teatros” montados por los personajes que merecen esa némesis, suelen ser más fantasiosos, irreales e imposibles que las propias obras de la prolífica imaginación de Sófocles, Esquilo o Píndaro. También historiadores como Herodoto, filósofos como Platón y Aristóteles, aportaron sus apreciaciones a este tema. Desde entonces, poco se ha avanzado en esa dirección, llamémosla moral, y mucho en la normativa racional, legal.
Recientemente, hubo un resurgimiento del tema a propósito de las investigaciones del Profesor de Psiquiatría J. Davidson (Universidad de Duke) y D. Owen (médico y ex ministro británico), quienes en 2009 publicaron un artículo en la revista médica Brain sobre el síndrome de Hibris, que es la palabra griega que define a esas personas que reúnen las características que mencionábamos al principio y que las harían entonces merecedoras de la némesis, o sea de un castigo divino.
Por supuesto que este no es el lugar para discutir profesionalmente la pertinencia del citado síndrome, pero si es una ocasión importante, que no debe desperdiciarse, para transmitir a las personas que observan y padecen los embates desconsiderados de estos personajes, que se trata de acciones individuales y por ellas es que debemos calibrarlos, no por sus resultados o consecuencias, ya que tales eventos son manipulables. Es el comportamiento lo que merece la sanción. Hay némesis diversas. La imaginación del individuo y del colectivo puede y debe elaborar una. El cacerolazo es válido. El revocatorio es válido. La pita, el ostracismo y el olvido social, político e histórico, son otras. Pero, en ningún caso, debemos permitir la continuidad del maltrato que estas personas infligen en los demás.
Sus actos de disociación de la realidad son evidentes, su arrogante incapacidad de variar su comportamiento, aun en presencia de pruebas y eventos irrefutables, su terquedad, su insolencia, la seguridad de su mesianismo y el desprecio por otras opiniones y personas, así como su exposición como modelo ético, político, ciudadano y espiritual; su ceguera y sordera selectiva; su lenguaje paternalista, obviamente distanciado de las realidades de sus oyentes y la continua evitación de los temas de interés primordial para el público; su imprudencia e intemperancia y, por último, esos arrebatos de irritación con manifestaciones agresivas verbales y físicas. Todo un caso severo de “Hibris”, que ciertamente merece algún tipo equivalente de Némesis y se lo van a dar. Se lo ganó. Otros, como él, también merecen el olvido y peor, pues ya son demasiados años de padecer la hibris de tantos personajes.
Haga, lector, su propia lista y verá que son muchos.