Alterugos y Walteregos
“El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” decía San Bernard de Clairvaux y el dicho luce apropiado para casos como el de Walter Martínez, puesto que pone de manifiesto un aspecto de la condición humana válido en Venezuela y más allá de sus fronteras: los problemas que pueden causar el protagonismo y la sed insaciable de notoriedad en ámbitos como el periodismo y la política, cuyas líneas divisorias puede ser muy difusas.
Martínez, sin duda, sabe ejercer su profesión y posee un gran dominio de la escena, pero no del escenario en donde decidió desenvolverse, puesto que al permanecer en el canal del Estado – en este caso, del gobierno – tomó la decisión de “ser soldado” de un jefe único e incuestionable. En la Venezuela de hoy, servir a un poder concentrado en un líder tratado como intocable, casi infalible, significa aceptar una especie de sacerdocio que obliga a la entrega total de la voluntad al hombre que controla el apio del mercado y con ello se convierte en el opio del pueblo.
Casi nadie duda de la veracidad de la denuncia de Martínez sobre la corrupción que se desborda en VTV y en casi todas las instancias del Estado. El periodista se pudo haber convertido en un emblema de la lucha contra el abuso de poder si no fuera porque en vivo y directo y en “pleno desarrollo”, confundió su propia crisis personal – al ser relegado de su misión, hasta ese día asegurada, de acompañar al presidente a cubrir su show mediático en la Asamblea General de la ONU – con el drama nacional padecido por muchos de sus compatriotas que se han quedado sin trabajo y sin opciones de que se le respeten sus mínimos derechos laborales por haber manifestado privada o públicamente sus divergencias con el gobierno.
En el dossier de Martínez quedó archivada la imagen de un hombre cuyo herido ego desvirtuó el mensaje principal de su denuncia: la corrupción. Es evidente que su dolor y agresividad fueron el resultado de su propio drama, más que el que de tantas arbitrariedades de las que ha sido testigo. Lamentablemente para él, lo ocurrido aquella fatídica noche cuando su voz se quebró al momento que le “bajaron los humos”, no es el genuino pataleo de un hombre que públicamente renuncia a una farsa peligrosa para su país, sino, luce como un triste registro del día cuando se enfrentaron dos egos: el suyo y el de su “walterego”, su alter Hugo.
En su reciente discurso de agradecimiento al recibir el Premio Goethe, el escritor Amos Oz dijo que el mal desprende un olor inconfundible y la agresividad es el mayor peligro del mundo por ser la semilla de los demás males. Tanto del último Dossier – por ahora – como de la llamada del presidente a VTV alertando a dos funcionarios a no defender a su colega públicamente, emana el hedor de una ruda manipulación mediática que promueve la agresividad como valor.