Katrina: ¿La Lewisnky de Bush?
En su obra Leviatán (1651), el filosofo Thomas Hobbes planteó un sistema de gobierno con un contrato social en el cual los gobernantes dan garantías de orden social y bienestar a cambio de que sus gobernados les cedan el poder. Este concepto, una de las bases de la democracia, fue quebrado por George W. Bush recientemente cuando su indiferencia, durante los primeros días después de que el huracán Katrina, significó un agravamiento de la situación de decenas de miles de norteamericanos afectados por la tragedia.
Ahora que Bush se esmera tardíamente en demostrar que se interesa por la suerte de los damnificados, la crítica contra su gobierno y su liderazgo ya está desatada y se refleja en innumerables medios de comunicación que lo acusan de negligencia e insensibilidad. The New York Times, por ejemplo, reprochó la conducta del mandatario en una editorial titulada “A la Espera de un Líder”, asegurando que al proseguir sus vacaciones cuando más lo necesitaba su pueblo, Bush apareciendo tarde “en lo que parece ser un ritual de su administración”. Otros periodistas indican que el gobierno, especialmente después del Tsunami que azotó a Asía hace pocos meses, debió atender los reclamos de autoridades locales de Nueva Orleáns que exigieron reforzar los diques construidos para salvaguardar a la ciudad en caso de un huracán de gran magnitud.
El Primer Síntoma
Cuando la mayoría de los norteamericanos votaron para reelegir a Bush el pasado noviembre, olvidaron que en el mayor ataque sufrido por su nación en tierra continental, el 11 de septiembre de 2001, el mandatario tardó en reaccionar y fue el alcalde de Nueva York, Rudy Giulliani, quien durante las primeras horas de la tragedia demostró una extraordinaria compasión y capacidad de liderazgo mientras nadie sabía en dónde estaba el presidente.
Tal parece, que en esa ocasión, los asesores de imagen de Bush lograron minimizar el efecto de su ausencia inicial escribiéndole un par de apropiados discursos, llevándolo a la Zona Cero para conseguir hacerse la foto (“a photo opportunity”) y aparecer en TV junto a los bomberos de la ciudad. Luego, con las decididas acciones del gobierno en Afganistán e Irak, percibidas por la mayoría de los estadounidenses como respuestas correctas contra los responsables de los atentados, Bush logró modificar a su favor la percepción de su liderazgo.
Pueblo ingenuo al fin, los norteamericanos se dejaron engañar con las formas y olvidaron el fondo ideológico y los rasgos de un personaje que no precisamente se caracteriza por políticas y manifestaciones compasivas hacia los ciudadanos de su propia nación, a pesar de su fervor religioso.
¿Los Límites de “Imagología”?
En su novela La Inmortalidad, Milan Kundera inventa un neologismo, la “imagología”, para definir el arte de de lo que logran hacer las agencias publicitarias, los asesores de imagen de los hombres de Estado y tantos otros empleados del show bussiness y el diseño de personalidades mediáticas, a la cual le atribuye haber “conquistado en las últimas décadas una victoria histórica sobre la ideología”.
Es difícil creer que a un gobierno y a un presidente tan conservadores como el de la actual administración estadounidense se basen más, a la hora de gobernar, en el manejo de la imagen que en la ideología, pero la “imagología” es imprescindible y más aún, para un mandatario como Bush, un hombre que a diferencia de su antecesor en el cargo, Bill Clinton, no inspira la empatía y la compasión que espera su pueblo en momentos de dificultades.
Difícilmente Bush logre otra vez cambiar la apreciación de su pueblo y especialmente, de la Opinión Pública, con respecto a su fama de insensible al sufrimiento de sus semejantes, cuestión que otros líderes y mandatarios de todos los tiempos y geografías suelen disimular gracias a un carisma natural y cualidades histriónicas que al presidente norteamericano le faltan.
La insensibilidad no tiene ideología ni país y por eso, más allá de la “imagología”, Bush no la monopoliza.
Abundan en el mundo gobernantes cuyos gestos de congoja y sus condolencias, en momentos de dificultad y dolor, no son más que antifaces mediáticos para ocultar la gran razón de sus guerras y revoluciones: el poder.
ANTECEDENTES DE OTROS MANDATARIOS CRITICADOS POR LA OPINION PÚBLICA EN MOMENTOS DE CRISIS:
El 15 de diciembre de 1999, Hugo Chávez, llamó a la gente a votar por el referéndum para aprobar la Constitución Bolivariana mientras ya ocurría el deslave que causaría la muerte de más de 30 mil personas en el estado Vargas. Ese día el presidente venezolano afirmó no existía una tragedia nacional. Después de haber celebrado su victoria política en la Isla de la Orchila, Chávez, criticado por la prensa, se apresuró a presentarse en uniforme militar en el área desvastada por las lluvias.
En agosto de 2000, Putin prefirió no interrumpir sus vacaciones tras el hundimiento del submarino nuclear Kursk y la muerte de 118 de sus tripulantes. La prensa criticó al presidente ruso por falta de sensibilidad a las familias de los integrantes.
En enero de 2005 la Opinión Pública argentina criticó al presidente Kirchner por seguir sus vacaciones en la Patagonia tras el incendio de la discoteca de Buenos Aires en el que murieron 188 personas.
En agosto de 2005 el presidente peruano Alejandro Toledo fue reprochado por la prensa por asistir a un local nocturno a divertirse una noche después de proclamar que él, su familia y su gobierno estaban de duelo por el accidente de un avión que dejó decenas de muertos y heridos en Pucallpa, una ciudad de la selva amazónica.
Sobre la Compasión al Sufrimiento de los Demás:
“Envejecer es pasar de la pasión a la compasión”. Albert Camus.
“La vida es, en su mayor parte, espuma y pompas de jabón; pero existen dos cosas que son sólidas como el mármol: la compasión ante la desgracia ajena y el valor ante la desgracia propia”. Adam L. Gordon. Poeta australiano.
“La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita”. Susant Sontag.