En las sentinas de nuestro modelo social
En la antigua Grecia se denominaban idiotés los que no participaban en la cosa pública y se les tenía por perjudiciales y por inútiles. Me desbordan la insensatez y la locura de nuestros políticos. Me paso horas estudiando la realidad internacional y no me puedo acostumbrar a un ejercicio de la política tan cutre por nuestros representantes. Yo no me siento representado por ellos. Me siento estafado. Por toda Europa se extiende un cansancio que deriva en apatía a la hora de participar activamente en el ejercicio de nuestras responsabilidades democráticas.
En España hay una algarabía terrible con el proyecto de Ley de Ordenación de la Enseñanza. Algo nunca visto: los Obispos se han echado a la calle en una manifestación, con monjas, curas y familias numerosas, cuando nadie los vio durante las manifestaciones contra la guerra en Iraq o contra los excesos de la OMC, ni en la gran manifestación contra el hambre que tuvo lugar en nuestro país. Cuando se les animaba a manifestarse respondían “los Obispos no se manifiestan sino que utilizan sus sedes en las iglesias y otro medios para expresarse”.
Desde las organizaciones de colegios religiosos y privados se alzan contra una ordenación de la enseñanza pública y gratuita para todos, en la que la religión se impartirá pero no será evaluable a la hora del curriculum de los estudiantes para acceder a estudios superiores. Porque la triste verdad es que la religión la imparten profesores seleccionados por los Obispos sin pasar ninguna de las pruebas que realizamos los docentes de la enseñanza pública, a pesar de que a estos profesores de religión les paga directamente el Estado español que, según la Constitución de 1978, se declara aconfesional. La mayoría de los españoles y de los europeos sostenemos que la religión se aprende en el hogar y en los templos, iglesias, mezquitas o sinagogas. En los colegios se debe estudiar historia de las religiones como fenómeno cultural imprescindible para comprender nuestro pasado y nuestro presente. Así sucede en Francia y en otros muchos países. La excepcionalidad española se debe a una rémora arrastrada desde la dictadura y de la que los Obispos españoles y el Vaticano se empeñan en aprovecharse contra toda razón y cordura.
Pero como ciudadanos europeos nos preguntamos: ¿No sería posible que el Parlamento europeo consensue la mejor Ley de Educación para todos los ciudadanos de Europa? ¿Cómo no va a ser posible si lograron imponer la moneda única, suprimir las fronteras, intervenir la potestad legislativa de los gobiernos nacionales, extender una red de control de la ciudadanía cada vez más densa y más aberrante con el pretexto de un terrorismo que se combate, sobre todo, con justicia, con información y con inteligencia? Nos homologan en los servicios policiales, en las armas para militar en la OTAN, en los envases de los alimentos, en su fabricación, conservación y consumo. Hay una misma ley impuesta para fármacos y productos industriales, en las nuevas tecnologías digitales, en los medios audiovisuales y en los transportes. ¿Cómo no va a ser posible consensuar la mejor ley para la enseñanza a todos los niños y jóvenes de la Unión Europea? Las matemáticas, las ciencias y el resto de los conocimientos son los mismos previendo unas asignaturas especiales para la historia de los diferentes países o regiones autonómicas.
De igual forma, podrían homologar todas las carreras universitarias, sin excepción -una vaca alemana tiene los mismos huesos que una italiana-, y de este modo, los profesionales podrían ejercer el derecho reconocido en los Tratados Europeos para poder trabajar en cualquier país de la UE, ya que no existen fronteras. No es justo que sólo exista la libre circulación para los grandes capitales, para la mano de obra barata y para la contaminación.
Desde que sale el sol por la Bolsa de Tokio hasta que se pone en Wall Street más de un billón y medio de dólares a la semana son objeto de especulación en la mayor impunidad y sin control fiscal alguno. La famosa Tasa Tobin que se resisten a aplicar, y que podrían hacerlo si quisieran y obtener los fondos necesarios para financiar la educación, la salud, las mejores pensiones para nuestros mayores y para la creación de auténticos puestos de trabajo para nuestros jóvenes, y no estos contratos basuras que son la ignominia y el caldo de cultivo para la desesperación y la pérdida de interés en una vida social que tenga sentido para ellos. Y una vez que tu vida pierde sentido para ti, no se puede defender que respeten las leyes injustas e insolidarias que los marginan. Si no imperan la ley justa y el derecho, se comprende que rompan las reglas de un juego que los excluye. Después, ya no bastará con llamar a la policía, suspender las garantías constitucionales y pretender que vale todo en la lucha contra un terrorismo que se gesta en las sentinas de nuestras injusticias.
Fuente:
Centro de Colaboraciones Solidarias