Michel Bachelet y Hugo Chávez
A Carlos Ominami y Gonzalo Martner
No caben más que dos explicaciones a la reiterada y pública simpatía que enseña la candidata de la Concertación chilena Michelle Bachelet por Hugo Chávez Frías y su régimen: o la inducen razones de estricto realismo político y se apresura a alinearse con quien puede asegurarle a su país gas y petróleo para su desarrollo futuro, cuando dirija sus destinos. Neutralizando de paso la nefasta influencia de una eventual presidencia de Evo Morales en Bolivia. O treinta años de exilio, sufrimientos, autocrítica práctica y seriedad funcionaria no consiguieron resquebrajar su coraza de izquierda estalinista, dormida y neutralizada por razones de su muy particular biografía y que le permitiera llegar a ocupar el ministerio de defensa y estar al frente de un cuerpo del Estado que tuvo responsabilidad en el encarcelamiento, tortura e, indirectamente, en el deceso de su padre. O, lo que es más probable, una combinación de ambas razones, las cuales aflorarán y asumirán un peso variable en función de las estrictas circunstancias políticas.
No es todavía la hora de pronunciarse por ninguna de estas hipótesis. Michelle Bachelet es todavía y por ahora – lo que contribuye a su potencial político – una incógnita para sus electores. Lo que sí es perfectamente posible hoy es señalar el grave, el gravísimo error en que incurre avalando y pretendiendo dar certificado de buena conducta a un régimen objetivamente adverso, contrario y enemigo del régimen socioeconómico, cultural y político que constituye la esencia del país del que muy probablemente será presidente. Chávez pretende erradicar la propiedad privada, estrangular nuestras libertades públicas, imponer una autocracia y estatizar la sociedad venezolana. Comenzando por reprimir – y lo está haciendo de manera perversa y sistemática luego de arrinconar a la clase política que fuera uno de los pilares de la oposición chilena durante la dictadura – a todos los factores democráticos de nuestro país. Que en Venezuela, y es bueno que Michelle Bachelet lo sepa, son todos, sin excepción, de izquierda, de centro izquierda o de centro. Si acaso y muy minoritariamente, de centro derecha. Los factores más derechistas de la oposición venezolana llegan hasta los aledaños de la derecha de la democracia cristiana chilena. No existen referentes venezolanos a la que fuera y continúa siendo la derecha empresarial o pinochetista chilena.
De modo que si hay referentes venezolanos a la Concertación chilena, están TODOS en la oposición. Con el régimen, junto a Chávez, están entre nosotros el Partido Comunista, sectores de la izquierda marginal vinculada al castrismo y militares golpistas que hoy constituyen la columna vertebral del aparato de Estado, copan todos los ministerios y mantienen el control de la mayoría de las gobernaciones. Las referencias chilenas a esos sectores serían el PC chileno, el MIR y algunos sectores de proveniencia marxista del PS chileno, su partido. Me refiero a ex militantes del MIR en los tiempos de la Unidad Popular y a resabios del viejo marxismo nacionalista del PS chileno de los tiempos de Ampuero y Adonis Sepúlveda. Aún y cuando ninguno de ellos parece mostrar ninguna simpatía por el militarismo que hoy constituye la médula del régimen de Poder instaurado por el teniente coronel Hugo Chávez. Puedo asegurar que entre ellos no estaría Aniceto Rodríguez, quien en el exilio llego a convertirse en un auténtico demócrata venezolano y hoy, sin duda, no podría ser un afecto a este régimen caudillesco, militarista y autocrático No debieran respaldarlo, pues, ni el PPD, ni los sectores no marxistas del PS, ni la DC.
¿Expresan las simpatías de Michelle Bachelet por Hugo Chávez al conjunto de todos esos sectores? O Chile corre el riesgo de volver a los viejos esquemas ideológicos, liquidar la Concertación, romper el diálogo con la derecha tradicional, volverle la espalda al empresariado y jugar internacionalmente al alineamiento con el eje Cuba-Venezuela?
Sabemos los venezolanos que la Concertación chilena no vive sus mejores momentos. Sabemos que incluso la opción de Bachelet se impuso ante los graves quebrantos que sufren sectores importantes de la DC. Sabemos que del excelente gobierno de Ricardo Lagos queda en el electorado un influjo favorable a sus posiciones ideológicas que repercutirán sin duda en las simpatías que hereda la actual abanderada de la Concertación. Y que una aparente inclinación de los votantes hacia la izquierda, unida a las simpatías que despierta Michelle Bachelet entre los imponderables factores apolíticos y marginales que suelen definir las elecciones chilenas, podrán terminar por darle el triunfo en las urnas.
Pero ese es un elemento rigurosamente circunstancial y de valor estrictamente electoral. Que los chilenos elijan de presidente de su república a una mujer socialista no implica, ni muchísimo menos, que el electorado chileno – conservador, equilibrado, juicioso y muy cuidadoso de sus logros y conquistas – esté soñando con un regreso al pasado. Al siniestro pasado de los cordones industriales y las expropiaciones de fundos, del desabastecimiento y la inflación galopante, de la inseguridad jurídica y las callampas, de las quiebras empresariales y la lucha por un pollo o un pan. En una palabra: por volver a los tiempos del socialismo de la Unidad Popular.
Son los tiempos que comienzan a sufrir hoy los venezolanos. Y que no adquieren el dramático perfil de aquella situación que provocara el golpe militar y 17 años de dictadura por un accidente absolutamente fortuito y ajeno a la voluntad del autócrata que nos desgobierna: poseemos las mayores reservas petroleras de la región y recibimos 150 millones de dólares diarios por el petróleo que, después de siete años de desastres en la política del sector, aún estamos en capacidad de producir. Casi dos millones de barriles diarios, un millón y medio menos que en tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez, hace medio siglo. Son tres o más millones de barriles que no estamos produciendo por falencia de inversiones, inexperiencia y piratería de las nuevas autoridades del sector. Sin ese petróleo, sin esas divisas estaríamos acercándonos a Haití. Por no decir a Cuba, que sin nuestro petróleo tampoco es que viviría un momento muy boyante. Nada de esos más de trescientos mil millones de dólares recibidos por este gobierno se han convertido en bienes tangibles. Venezuela es hoy mucho mas pobre que hace siete años. ¿Es con el autor de este desastre que simpatiza Michelle Bachelet?
Si Michelle Bachelet pretende continuar la obra de Ricardo Lagos, perfectamente cónsona con sus antecesores, y preservar la estabilidad institucional, cultural, social y económica de su país, no debiera mirar a Venezuela con nostalgia ni mostrar muchas simpatías por quien no tiene otro mensaje que la división, el rencor y el odio entre los venezolanos. Debiera preocuparse seriamente por preservar el espíritu unitario de la Concertación y alejar definitivamente del espíritu nacional cualquier rémora nostálgica por tiempos que debieran ser sepultados en el olvido. El progreso inmenso del pueblo chileno, que tendrá la obligación de profundizar, se logró gracias a que le dio la espalda a los delirios mesiánicos que hoy se encarnan en Hugo Chávez y todavía palpitan en el corazón de algunos presidentes latinoamericanos que están constreñidos a reprimirlos. Para fortuna de sus pueblos.
De no hacerlo, de ser cierto que sus simpatías por Chávez expresan viejas y no resueltas inclinaciones filo castristas, podemos augurarle un seguro fracaso. Chile no se lo merecería.