Crisis en nuestro tiempo
Con el derrumbe incruento del imperio soviético y la caída del muro de Berlín, hace más o menos tres lustros, el mundo ingresó en una efímera etapa de superficial optimismo. Se hablaba del fin de la historia, por la definitiva afirmación de la democracia y de la economía de mercado, frente al fracaso del socialismo colectivista y totalitario. Como decía el ex canciller polaco Bronislaw Geremek: “el socialismo no sólo no creó riqueza sino ni siquiera distribuyó con justicia la pobreza”. El mercado demostró su evidente superioridad en la creación de riqueza. Para eso sólo hay que comparar los diferentes resultados socioeconómicos de las dos Alemanias y las dos Coreas, después de 1945. El ex líder guerrillero marxista salvadoreño Joaquín Villalobos nos dice: “ Los sistemas que trataron de someter al mercado a partir de sistemas estatistas fueron derribados y humillados por este … La búsqueda de la igualdad como un fin aislado y de forma reactiva a manera de venganza contra el capitalismo primitivo, llevó el socialismo real a entrar en contradicción con el principio de acumulación que mueve al mercado y la producción, por lo tanto el énfasis quedó en la distribución y se debilitó o colapsó la producción.”
Sin embargo, el fin de la tensión moral, que para el Occidente desarrollado significaba la lucha existencial con el enemigo ideológico, ha activado una profunda crisis ética. El idealismo se debilitó y se han reforzado los aspectos más deletéreos de la sociedad occidental. La libertad tiende a relajarse en libertinaje, un vulgar hedonismo consumista ha hecho del placer el eje central de la existencia humana. La “videocracia” imperante ha fomentado un “homo videns”, que maneja muchas imágenes y pocos conceptos, reduciendo su capacidad de raciocinio. Octavio Paz nos dice al respecto: “Todos sabemos que la mancha se extiende, seca los sesos y dibuja sobre todas las caras la misma sonrisa de satisfacción idiota.”
El vacío ético y espiritual de la “cornucopia permisiva” occidental, como la define Zbignieuw Brzezinski, está creando una sociedad baratamente conformista, caracterizada por el relativismo ético y que ha perdido el sentido de la responsabilidad personal. Por tanto, se tiende a divorciar la libertad cívica de la responsabilidad cívica. Impera el “sacro egoísmo” de mussoliniana memoria. Frente a este escenario se advierten signos de reacción.
Hay un evidente retorno del irracionalismo, que algunos han llamado “el retorno de los brujos”, que se concreta en múltiples fenómenos como el resurgimiento del hipernacionalismo, la xenofobia, el etnicismo separatista, el fundamentalismo religioso, el racismo, el antisemitismo y el salvajismo terrorista. Pero también se siente la necesidad de una renovación ética.
Uno de los Maestros de mi juventud, Arístides Calvani, se anticipó en el tiempo a Octavio Paz y Jacques Attali, en afirmar que sólo a través de la virtud cristiana de la fraternidad, la olvidada tercera “hermana” de la trinidad revolucionaria de 1789, se podrá humanizar al mercado y reconciliar las otras dos “hermanas” enemigas: la libertad y la igualdad.