Terrorismo y ejércitos
Un avezado y experto periodista me hace saber que le preocupaba “la utilización del ejército en la lucha contra el terrorismo salvo que sea para misiones de vigilancia y disuasión”. Consideraba un acierto que en España no se utilizase el ejército “en la lucha contra ETA, contrariamente a lo que hicieron los británicos en el Ulster». Y añadía: “La táctica de guerrillas sólo se puede combatir con idénticos métodos por fuerzas especiales, dependientes del ejército pero que no son todo el ejército”. Recordaba así que los ejércitos suelen tener una gran polivalencia operativa y, dentro de ellos, existen fuerzas especiales cuya preparación y equipamiento las hacen eficaces para la lucha antiterrorista, y que en nada se parecen a las unidades acorazadas o la caballería aérea con las que los “marines” estadounidenses invadieron Iraq.
Si EEUU no hubiera reaccionado mediante la guerra tras los atentados que sufrió el 11S, no hubiera prosperado esa negativa tendencia, que parece extenderse por el mundo, a combatir el terrorismo mediante la acción bélica. Tal reacción se debió a peculiares circunstancias de la política interior, propias del Gobierno de Bush, sin olvidar su peculiar ideología política y el peso de los fanáticos neoconservadores de su entorno. No obedeció a una lógica racional es decir, analizando cuál era la mejor aplicación de los medios disponibles para alcanzar el resultado propuesto. Se pudo haber aplicado el mismo modelo de “contraterrorismo civil” (con el usual y limitado apoyo militar) que mostró eficacia en otros países y circunstancias, pero se prefirió poner en manos del Pentágono la seguridad interior y exterior del país y declarar un ficticio estado de guerra que aumentó el poder presidencial, amedrentó a la población y restringió sus derechos y libertades.
Mucho —y a menudo mal— se viene aludiendo estos días a George Kennan, con motivo de su muerte. Fue el que más contribuyó a la doctrina de la contención durante la Guerra Fría. Supo concebir la estrategia global que debería adoptar EEUU frente a la URSS, para detener su aparente expansionismo, y no se dejó engañar por estériles conflictos locales. Como recuerda Ian Bremmer en el International Herald Tribune, los dirigentes estadounidenses valoraron la visión de Kennan y se dedicaron a reforzar el anticomunismo de algunos Estados, para que actuaran como freno. (No olvidamos, empero, que esta estrategia condujo frecuentemente a graves violaciones de los derechos humanos y son incontables los muertos inocentes que tiene en su haber.) Lo importante, según Bremmer, es que la estrategia de Kennan “no trataba sólo de eliminar el ‘suministro’ soviético de comunismo, sino de socavar su ‘demanda’ en todo el mundo”. Deduce, con acierto, que “la aplicación de esta fórmula a la guerra contra el terror es de importancia vital”.
No le falta razón. Del mismo modo que en el narcotráfico es inútil combatir sólo la oferta —persiguiendo a los productores y traficantes— si no se reduce o elimina también la demanda de drogas —legalizando algunas y disuadiendo del uso de las más nefastas—, tampoco se gana nada atacando el “suministro” de terrorismo si no se hace lo posible por reducir la “demanda” de actividad terrorista que nace en muchas partes del mundo. Por ejemplo: la abusiva ocupación por Israel del territorio palestino genera una demanda de terrorismo en el pueblo árabe, y especialmente entre los palestinos. El terrorismo, en general, responde a los deseos de algunos grupos humanos que sufren graves limitaciones políticas, económicas o sociales. Y en tanto que exista tal demanda, habrá una oferta cuyos sangrientos efectos se perciben día a día.
La “Agenda de Madrid” es clara al respecto: “Los terroristas prosperan en sociedades donde existen conflictos no resueltos y son escasos los mecanismos para exigir responsabilidad por las reivindicaciones políticas”.
La idea básica es que la lucha antiterrorista compete en primer lugar y con absoluta prioridad a los citados instrumentos de la seguridad del Estado y sólo como apoyo puede recurrirse a las operaciones militares.
Esto fue lo que no hizo Bush tras el 11S, sin más inició la peligrosa escalada bélica contra el terror en la que ha implicado a gran parte de la humanidad, con el negativo resultado que se percibe hoy. La invasión militar de Iraq, fruto de la estrategia de la guerra preventiva, ha sido el factor que en los últimos tiempos más ha contribuido a reforzar el terrorismo en el mundo. De nada sirve eliminar terroristas por la fuerza de las armas, si los métodos para lograrlo abonan el terreno para la aparición de nuevos y más peligrosos agentes del terrorismo.