¿Tiene razón bin Laden?
Osama bin Laden, máximo líder de Al-Qaeda, ha aseverado repetidas veces —parafraseando a Mao— que Estados Unidos es «un tigre de papel». Según bin Laden Estados Unidos carece de la fortaleza espiritual para soportar reveses o perseverar en sus propósitos, y los contratiempos rápida y fácilmente le hacen sucumbir ante la determinación de sus enemigos. ¿Tiene razón bin Laden? Sí, aunque parcialmente.
Por razones geográficas e históricas Estados Unidos, protegido por dos inmensos océanos y largo tiempo aislado de conflictos en otras latitudes, a lo que se suma su poderío económico, ha reaccionado con lentitud ante las amenazas. Así ocurrió por ejemplo en la Primera y Segunda Guerras Mundiales. No olvidemos que Estados Unidos entró en guerra en 1941, cuando los tanques nazis ya se hallaban a las puertas de Moscú, y sólo después del traumático ataque japonés en Pearl Harbour.
Ahora bien, la experiencia de Vietnam afectó profundamente a la sociedad norteamericana. Por una parte Vietnam fue una guerra televisada, la primera en la historia. El pueblo estadounidense pudo contemplar a diario los horrores del enfrentamiento y se conmovió ante ellos. En segundo lugar, y en no poca medida como consecuencia de lo anterior, los enemigos de Estados Unidos entendieron que la prolongación de la guerra podía conducir a una victoria político-sicológica, a pesar de que las tropas norteamericanas jamás fuesen vencidas en combate. Desde entonces el pueblo norteamericano quiere guerras rápidas y baratas, o ninguna guerra.
Estados Unidos es una nación admirable en numerosos sentidos, pero paradójicamente algunas de las cualidades de su gente —su apego a la libertad, vocación democrática, y compasión humanitaria hacia los menos afortunados— le hacen muy difícil comprender sus responsabilidades históricas como principal potencia mundial. Los norteamericanos perdieron en Vietnam su voluntad de ganar guerras, y un gran poder que sea incapaz de hacer exitosamente la guerra está condenado al menosprecio de sus enemigos.
Esto es, en concreto, lo que está pasando con la guerra de Irak. El triunfo del Partido Demócrata en las recientes elecciones legislativas estadounidenses constituye un excelente resultado para la insurgencia iraquí, y un retroceso calamitoso para el proyecto de cambio político democrático en el mundo árabe-islámico. Los Demócratas no tienen idea de qué hacer, excepto huir de Irak lo antes posible, y aunque quizás buena parte del electorado que votó por ellos no desea que Estados Unidos sea humillado, el resultado que obtendrán será ése y no otro. Así lo han percibido Osama bin Laden, Mamoud Ahmadinejad, Kim Jong-Il, Saddam Hussein, Fidel Castro y Hugo Chávez, entre otros, quienes han celebrado al unísono el triunfo Demócrata. ¿Por qué será?
En un mundo perfecto, de ángeles y no de hombres, la guerra no existiría, pero no es ése el mundo que tenemos. Al contrario, observamos un mundo de anarquía creciente, en el que solamente Estados Unidos posee los recursos —mas no la voluntad— de cumplir un papel ordenador. Ya que no tiene la fortaleza espiritual para ello los conflictos se multiplicarán, hasta que llegue el momento en que Washington se vea forzado, no ya como en Irak a hacer una guerra preventiva para procurar un cambio político-civilizacional, sino a defenderse de amenazas más apremiantes y palpables.
Para millones de norteamericanos el 11 de septiembre de 2002 no es sino un recuerdo borroso, y los vínculos entre el radicalismo islámico y la guerra de Irak algo demasiado abstracto y complejo para merecer atención concentrada. De su lado los iraquíes, carcomidos por odios ancestrales y aparentemente insuperables, no fueron capaces de cambiar lo suficientemente rápido antes de que los estadounidenses se cansasen de ellos. Washington abandonará a los iraquíes que se la jugaron por el cambio democrático, así como abandonó a los anticomunistas en Vietnam del Sur. Entretanto proseguirá la decadencia generalizada de Occidente, pues Europa es una anciana decrépita que tan sólo aspira morir en paz, y es incapaz de otra cosa excepto arrodillarse una y otra vez, y la ONU es una organización risible. Sólo Estados Unidos, insisto, puede defender la libertad y la democracia en el mundo, pero lo hará con la necesaria decisión muy tarde, y los costos serán mucho más elevados.
Los enemigos de la libertad no se equivocan en su apreciación: el Partido Demócrata estadounidense es un partido derrotista, contaminado de resentimientos, que considera el poder de su propio país como una fuerza maligna. De allí sus debilidades hacia los declarados adversarios de su nación, y su perpetuo autoengaño. En Irak se avecina una gran victoria para el radicalismo islámico, con la casi segura retirada de las tropas norteamericanas. Osama bin Laden tiene razones de sobra para estar satisfecho.