Crónica: Caraqueños hacen 14 horas de cola y siguen sin comida
Por Marilia García
@lexmar1
Comprar comida en Venezuela implica estar preparados para una gran aventura, una odisea o quizás una hazaña, que al final del esfuerzo te deje en el mismo punto en el que comenzaste: con las manos vacías.
En Caracas una persona puede pasar más de 14 horas en una cola o hasta dos días de local en local para poder obtener algún producto regulado o uno de los alimentos que no se encuentran fácilmente desde hace más de dos años en el país. Incluso, al final de la jornada puede que no consiga nada.
La técnica para comprar comida es un poco absurda, y más en un país petrolero y con infinidad de riquezas naturales, pero es el sistema que se ha apoderado de supermercados y el usuario debe cumplir todos los pasos para, por lo menos, llegar a tener la esperanza de lograr irse a su casa con un poco de comida.
El procedimiento, con dos días de antelación
Lo primero que debe hacer es pensar el supermercado a donde va a hacer la cola, pues el sistema no permite equivocarse y visitar varios locales en un día. En primer lugar porque la estadía en las colas exceden las 10 horas y en segundo porque se vende con el número de cédula y la huella dactilar, lo que permite comprar una sola vez por semana.
La planificación es tal que el ubicar el local a visitar debe hacerse dos días antes de que toque el número de cédula del comprador (tal y como lo impuso el gobierno). Por ejemplo: si el supermercado es el Unicasa de Capuchinos-en el oeste de la capital- y a la persona le corresponde por terminal de identificación el número 8 o 9, tiene que ir el día jueves a buscar un número para apartar su puesto en cola. «¿Cómo así, un número un día antes de comprar?», es la pregunta del millón que se hacen muchos vecinos de la zona.
Analítica hizo un recorrido y al llegar a Capuchinos, a unos cuantos metros alejado del supermercado anteriormente mencionado, había un «bululú» de gente, todos regados.
Eran dos colas inmensas; una al lado izquierdo, que está compuesta por jóvenes, padres y madres de familia, muchachos y muchachas y hasta niños mayores de 10 años (cosa que también autorizó el gobierno, que chicos mayores de 10 años de edad podían comprar comida en supermercados y abastos). Otra cola estaba al lado derecho, que refería a personas de la tercera edad y más allá otra fila más la hacían personas incapacitadas, todos esperando su turno para comprar (Esos son los que le corresponde comprar el día jueves).
Entre el “bululú” de gente estaban los llamados «organizadores de las colas»(que también son conocidos entre la gente como los «bachaqueros», esos que revenden la comida) estas personas, muchas de ellas con un vocabulario soez y vestimenta muy común, (entre jeans, suéter y gorras hasta los ojos), son quienes sellan con un marcador grueso los números que le corresponde a la persona que va a comprar el día siguiente.
Para eso tienes que mostrar tu cédula, para ellos certificar que sí te toca el viernes y te ponen en el brazo el grandioso número, tal cual como una vaca… «bien marcado».
Vale acotar que buscar el número es ir a las 9:00 de la mañana para ser unos los primeros y pasar el día sin lavarte mucho ese brazo, porque si se borra ese número, ¡allá rodaste! se perdió la oportunidad de comprar. Y no hay foto que valga…
Llega el viernes, de igual forma tienes que madrugar, la jornada comienza a las 4:00 am y salir de la casa «con el credo en la boca y miles de santos para que te protejan de la gran inseguridad que hay en la ciudad», alega María Pérez, habitante del oeste de la ciudad. Cuando las personas llegan al sitio donde está el Unicasa, ya hay como 200 personas haciendo su cola, con su número del día anterior.
Se pueden observar mujeres embarazadas, gente sentada en las aceras, con sábanas, suéteres, cobijas, y niños pequeños dormidos. Hay también vendedores de café, té entre otras bebidas calientes, que pueden paliar un poco el frío de la madrugada. Esta es una escena que se repite en toda Caracas, sin importar la zona.
En Capuchinos, cuando las personas logran ubicarse en la fila (por el número marcado en el brazo un día antes), quedan a la espera de que los llamados «organizadores de las colas». Pasan gritando número por número reorganizando de nuevo, pues en ese momento podrás notar que si tenías el 230 puedes llegar a bajar hasta el 196, según dicen ellos: «hay gente que no va». Ese nuevo número es entregado en un cartoncito pequeño, que de broma se ve…
¿Y qué pasa con esos pocos de números que van quedando, de esa supuesta gente que no va? Es otra de las preguntas del millón que se hace la gente en la cola.
Se hacen las 6:00 am, y la gente se esparce, porque ya tienen su número seguro, unos van a desayunar, otros se van a su casa hacer cosas pendientes y otros se van a «marcar» otra cola en otro establecimiento de comida.
Es agosto y a esa hora el tiempo está nublado, con algunas lloviznas dispersas, la gente que se queda está con paraguas, sillas y abrigos, no se mueven de sus lugares y empiezan a hacer amistades para no aburrirse en esa larga espera. Los niños demuestran caras de angustia.
En la cola de los abuelitos, a cada rato se organizan, dicen los del otro lado «que ellos son muy peleones y desorganizados y por eso a cada rato los viven arreglando».
En medio del desespero, las personas observan a cada rato el reloj de sus celulares, y siempre con mirada fija hacia el supermercado a la espera de que lo abran y de que lleguen camiones cargados de comida.
Y llegó el camión
Llegan las 9:00 am abren el Unicasa y nada que llegan camiones, la gente empieza hablar a preguntarse ¿Qué pasará por qué no llega ni uno? otras se preguntan ¿Qué irá a traer el camión? «Yo necesito leche, harina P.A.N, arroz, aceite, azúcar», casi toda la canasta básica, necesitan la gente que ahí está.
Otras mujeres que al parecer viven comprando en ese supermercado los días viernes aseguran que «el camión siempre llega después del mediodía y viene full». Sin embargo, esa afirmación no le da ánimo a la gente, siguen angustiados, el sol sale, empieza el calor, los niños corren, la gente habla duro.
Por otro lado, los funcionarios policiales PNB (Policía Nacional Bolivariana) están desde temprano en la zona de carga del Unicasa, con uniformes antimotines, una patrulla al frente y con «caras de malos», como les dice la gente que hace la fila.
Ellos también se encuentran a la espera del camión para poder organizar la venta de comida, al parecer no les importa «la otra organización» que pueda haber en la gran cola de gente que esperan por alimentos.
Pasan y pasan las horas, y en medio de espera se puede oír cada cuento, como una señora, que no tiene cara de vieja, pues se puede decir que parece una muchacha. Sin embargo, ella contó que tiene 5 hijos «waooo» y la más pequeña, de dos años de edad, sufrió de una meningitis al nacer en la Maternidad Concepción Palacios (uno de los hospitales maternos importantes del país) debido a una infección que estaba en ese centro hospitalario, de allí no recibió ninguna respuesta ni ayuda.
La «muchacha-señora» relató que gracias a una pediatra que consiguieron por fuera, la niña les ha evolucionado bien, sin embargo les cuesta conseguir medicamentos y la vacuna Varicela, la cual está desaparecida desde hace dos años en el país.
En medio de esa tertulia tan trágica, llega el primer camión y entra a la zona de descarga del Unicasa. Unos decían que era de harina de trigo, otros alegaban que era harina de maíz.
Al pasar la hora llega el otro camión, presuntamente cargado de arroz, aceite y pasta.
La gente corre y se organiza en su puesto de la cola, porque se veía movimiento de los policías en ir a recoger las cédulas del primer grupo que le correspondía entrar a comprar, pero pasaban las horas y nada que nadie pasaba y la cola seguía estática.
Los llamados «organizadores de las colas», cada cierto tiempo se reunían con grupos de personas para informar que iban a vender. «Era insólito que habían pasado 10 horas y nada que había avanzado nadie», gritaba la gente.
Al rato se ve una chica que temprano caminaba calle arriba calle abajo con su gran barriga (como unos 8 meses de embarazo), ella esperaba para comprar comida. Sin embargo, su bebé le anunció su nacimiento, rompió fuente y empezó a quejarse de los fuertes dolores de parto, los familiares corrían buscando un taxi, donde se la llevaron de emergencia a un hospital.
En ese instante se alborota de nuevo la gente porque había llegado otro camión.
Ya eran las 2:30 pm y nadie compraba, las caras eran de angustia y rabia a la vez, lo más insólito era que los llamados «organizadores de las colas» informaban que no quedaba arroz, ni harina P.A.N.
La gente como loca con las manos en la cabeza se preguntaban: «¿Cómo no va haber nada, sino ha pasado nadie? ¿Qué es lo que pasa, por qué los policías no pasan a nadie?», eran las preguntas del desespero.
Otros tenían caras largas, porque sabían que no iban a comprar nada y llegarían a sus casas con las manos vacías. Los niños lloraban de hambre, sueño y calor.
Los ánimos se caldean y empiezan a pelear unos con los otros, se ofrecen golpes, puñaladas y hasta tiros. Ese momento se convierte en toda una crónica policial.
Y pasa la gente, pero a las 3.00 pm
Pasada las 3:00 pm empiezan a entrar al supermercado a un grupo de personas incapacitadas y a otro grupo de la cola de los de tercera edad, pues la cola normal nada que avanzaba, y eso que los policías le habían retirado la cédula a un gran número de personas, sin embargo no entraban a comprar.
Muchos hombres empiezan a colearse por la entrada principal del supermercado y logran comprar unos cuantos productos, entre ellos pasta, harina P.A.N, harina de trigo.
En otro escenario, también se vio otro «bululú» de gente frente al supermercado, y es que varios policías tienen contra al piso a dos hombres, que presuntamente le habían arrebatado las bolsas de comidas que algunos habían podido comprar, minutos antes.
Ya al marcar el reloj las 4:30 pm mucha gente con los números 100 y pico comienzan a desistir con tristeza y entregan los números a otras personas, que aún tenían esperanzas de comprar algo de comida.
En fin suman más de 14 horas en cola para poder comprar comida y hasta irte con las manos vacías, quemado del sol, muerto de hambre y con la rabia más grande del mundo.